Al comienzo de The Tall Men (Los implacables, 1955), Ben Allison (Clark Gable) y su hermano Clint (Cameron Mitchell) atraviesan a caballo salvajes montañas nevadas en Montana. Estamos en 1866. La Guerra Civil, supuestamente, ha terminado. Descubren a un hombre ahorcado en un árbol y Ben le comenta a Clint: “Nos acercamos a la civilización”. La civilización es un pueblo minero, Mineral City, en el que todo se paga en oro. No les viene mal a los Allison, tejanos de Prairie Dog Creek junto a la frontera mejicana y sureños perdedores empobrecidos tras la Guerra Civil. Hay mucho oro en Mineral City y corre a raudales en las mesas de juego del saloon del pueblo. Oro transformado en billetes, como el que lleva en un cinturón Nathan Stark (Robert Ryan). Este tiene un sueño: convertirse en el amo de Montana, convertirse en su Gobernador; no tiene muchos escrúpulos, el fin, la riqueza, el poder justifica los medios, a los inteligentes les hacen monumentos y a los tontos les dan una anónima sepultura. El camino es ir hasta Tejas, comprar ganado y llevarlo a Montana, donde no ha entrado una libra de carne desde la Guerra Civil. Lo malo es que Ben Allison tiene también sueños: el de construirse un rancho en Prairie Dog Creek. Los Clint asaltan en un establo a Stark y le quitan su dinero. El peligroso Clint, que bebe en exceso y piensa poco, desea matarlo. Su hermano Ben piensa siempre dos jugadas más allá. Mejor llevárselo de rehén e impedir que el sheriff les persiga. Ni los Allison ni Stark son caballeros pero viven en la frontera y un acuerdo es un acuerdo pero debe vigilarse con la punta del Colt o el Winchester apuntando a la otra parte. Stark propone que le escolten hasta Tejas y le ayuden a conducir el ganado hasta Montana, un viaje sembrado de fracasos, indios, bandidos y tumbas. No necesitan darse la mano, eso queda para caballeros y ellos no lo son. Stark, frío, elegante, reflexivo, cruel, juega su partida de ajedrez. Ben Allison ha aprendido en la vida y en la guerra el arte del liderazgo, la disciplina y el no rendirse jamás.
Los implacables la rodó Raoul Walsh para la Fox en 1955 en cinemascope y color De Luxe y ojalá que pudieran verla como yo lo hice hace demasiado tiempo en la pantalla de la cinemateca parisina. Porque de esa manera disfrutarían de la magnificencia, de la hermosura, con la que Walsh, uno de los grandes tuertos de la Historia del Cine, con Ford, De Toth y Fritz Lang, atrapa virgilianamente los paisajes, montañas y planicies nevadas, polvorientos desiertos, arriscados desfiladeros, caudalosos ríos, convertidos en el mudo pero implacable personaje que mueve los destinos de los personajes y de la acción. Porque para Walsh, un maestro injustamente olvidado, el cine es eso, motion picture, y una película es una narración en estado puro, un viaje del que nunca se sale sin ser otro. El tercio final de la película, la conducción del ganado de Tejas a Montana, es puro cine, puro western, una bocanada de vigor, belleza, acción, con el ganado y los hombres atravesando armoniosamente un río, conversando entre carretas al anochecer, provocando estampidas, combatiendo a sioux, dilucidando sus sueños, desafiando sus rencores. Una suerte del reverso del Río Rojo hawksiano. La estrategia de dominación del espacio del scope y de cómo filmar la acción, sujeto, verbo y complemento, la muestra genialmente Walsh en el enfrentamiento entre Ben y sus hombres y los facinerosos bandidos de la frontera de Kansas, puros excrementos de la contienda civil. Sus personajes, sus diálogos, son escuetos pero verdaderos, sentenciosos pero cabales. No hay atajos, no hay divagaciones, una rosa es una rosa, una rosa. Walsh filma el scope con una sabiduría que pocos, casi ninguno tiene para ese difícil formato de pantalla alargada. Apenas hay, quizás no haya ninguno, primeros planos y un plano general en Walsh, un baqueteado veterano actor con Griffith, y en esta película, nunca debe nada al teatro, al origen griffithiano del escenario. En Walsh todo es vida que fluye a borbotones, como las pasiones, la lealtad, la traición, el riesgo, la apuesta o la muerte. Su planificación es tan inteligente como de una apabullante naturalidad. Exactamente como ocurre con su dirección de actores y actrices; aceptar su personalidad, explotar esa personalidad y transfundirla, sin mixtificaciones, a su personaje. Por eso Gable es Ben Allison, viril, directo, sin complejos, con una sombra de peligro y dureza bajo su honradez impecable, Ryan es Stark, frío, distante, calculador, escueto. Un duelo sin merced que resume de manera inolvidable Stark confesando que Ben es el único hombre al que ha respetado, alguien que los niños sueñan en ser como él y de viejos lamentan no haberlo conseguido. Por su parte Jane Russell exuda sensualidad, sexualidad, libertad sin fronteras, limpieza de miradas y lengua sin cortapisas, convirtiéndose en uno de los personajes más inesperados del western.
Les hablaba de sueños, los de Ben Allison y Nathan Stark, pero el Destino y una heladora borrasca los lleva a enfrentarse con los de Nella (Jane Russell), que aspira a olvidar una infancia de pobreza en el rancho familiar. Viaja con la mirada altiva, el corazón abierto, franca y libre. Apenas tiene una manta india para cobijarse pero aspira a viajar con una elegante bañera. Esos dos argumentos la enfrentan a Ben y a Stark. Walsh, de manera sorprende en un western trepidante, para la película de manera que, prácticamente, su tercio intermedio se convierte en un vibrante y sensual melodrama amoroso, con una larga y maravillosa secuencia entre Ben y Nella en una cabaña aislada por la borrasca nevosa. Walsh despliega la magia de una sutil y elegante puesta en escena adobada por un diálogo y unos gestos (quitarse las botas, cambiarse de ropa, abrazarse, amarse y desamarse, hablar de sueños y de cómo conseguirlos) en el que la complicidad y el deseo desbordante son filmados por el cineasta con un absoluto dominio del espacio y los sentimientos.
Los implacables resume en apenas dos horas el fulgor y la gloria del western como epicentro del cine más clásico merced al talento inigualable de Raoul Walsh. Un maestro.
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Los implacables (The Tall Men, 1955). Producida por William A. Bacher y William B. Hawks para 20th Century Fox. Dirigida por Raoul Walsh. Guión de Frank S. Nugent y Sydney Boehm, adaptando una novela de Heck Allen. Fotografía de Leo Tover. Música de Victor Young. Montaje, Louis R. Loeffler. Dirección de arte, Mark-Lee Kirk y Lyle R. Wheeler. Vestuario, Travilla. Interpretada por Clark Gable, Jane Russell, Robert Ryan, Cameron Mitchell, Juan García, Harry Shannon, Emile Meyer y Steve Darrell. Duración, 122 minutos.
Peliculón, otra de las obras maestras a todo color que Walsh dirigió en la década de los cincuenta.
Gracias. Excelente crítica.