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Los inicios de la leyenda

Los inicios de la leyenda

En 1761, cuando el mundo se estaba preparando para la transformación de la Ilustración en una ideología revolucionaria, un joven inglés que pronto iba a ser reconocido como escritor y hombre de letras, a pesar de que a él le hubiese gustado ser recordado simplemente como un caballero antes que como un historiador, publicó en francés un Ensayo sobre el estudio de la literatura. Bajo la influencia de Montesquieu, el joven caballero inglés exiliado en Suiza por razones religiosas, trataba allí de defender la tarea de los eruditos, un neologismo como hoy sería el de polímata, aquella persona con grandes conocimientos en diversas materias científicas y humanísticas. La influencia creciente de la Enciclopedia (1751-1772) de Diderot y d’Alembert hacía obligado luchar en favor de un oficio tradicional que hundía sus raíces en el estudio de la antigüedad. En Hombres buenos (2015), Arturo Pérez-Reverte ya trató el asunto en lo que concierne a la llegada de la magna obra a España, pero Gibbon ya veía necesario con la Enciclopedia en ciernes apuntalar un saber que pronto iba a estar en declive, y cuando digo pronto me refiero a un par de siglos, que es lo que hoy se percibe con el progresivo vilipendio de las Humanidades desde la órbita neoliberal.

Cuando Gibbon regresó de Lausana en 1783, donde había pensado establecerse en el declive de su vida, dejó en su casa de Londres este tomito que ahora ve la luz gracias al buen ojo de Ediciones del Subsuelo, y sólo para llevarse la contra a sí mismos, para encumbrarlo al lugar al que pertenece: la puerta de entrada a la inmensa Historia y declive del Imperio romano. Pero el joven Gibbon ya había visto en su siglo XVIII que, en contra de las bellas letras, “en el presente, la física y las matemáticas están en el trono”. Y entendía como pocos que el ser humano “sigue perplejo por los prejuicios, desgarrado por las pasiones, envilecido por las debilidades”.

El caballero Gibbon tenía una certeza: el arte es más importante que la gloria del artista. Hoy, la enseñanza del autor de la gran historia sobre el Imperio romano haría que él mismo se echara las manos a la cabeza ante tanta estulticia junta con la convivimos, pero sabría que todo es pasajero, que todo tiene auge y declive, que la vida no es más que una sucesión de momentos vistos con perspectiva. Si se tiene la suerte de apropiarse de una mirada parecida a la de Sir Edward, ya podemos darnos por satisfechos. Como dice el mismo autor al respecto de Cristo al final de los capítulos inéditos que se consignan en la edición como apéndice, cualquiera que se precie, sea del talante que sea, podrá acercarse a este tomito del mismo modo en que el “mago y el druida, el estoico y el epicúreo se reunieron para creer en una doctrina que desconcertaba a la razón y consolaba”. La suerte es que podemos tener, de nuevo entre las manos, libros como éste a nuestro alcance para iluminarnos. Cuánto tenía que aprender todavía el lampiño Gibbon y cuánto hemos de aprender tras su ejemplo. La edición y traducción de Antonio Lastra, por cierto, es exquisita.

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Autor: Edward Gibbon. Traducción: Antonio Lastra. Título: Ensayo sobre el estudio de la literaturaEditorial: Ediciones del Subsuelo. Venta: Todos tus librosAmazon.

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Ricarrob
Ricarrob
2 años hace

Contar parte de la verdad no es decir la verdad. Siempre ha existido vilipendio de las humanidades por el mundo neoliberal en la educación; no en la consideración social. Pero, lo nuevo, desde hace mucho tiempo, es el vilipendio de las humanidades por la izquierda buenista. Se olvida usted de quién está, ahora mismo, recortando y tergiversando la historia y quién elimina la filosofía y el latín. Todo ello tanto a nivel educativo como social.
Por lo demás, buen artículo y buena evocación de una época irrepetible y de un importante ilustrado. No es normal hoy en día rememorar la Ilustración cuando lo que predomina es el posmodernismo y la denostación de toda esa época y de lo que supuso.