Tal vez porque es la época del año en torno a la que se concentran más ferias del libro, o quizás porque es el momento en el que tenemos más tiempo libre, el caso es que el verano es propicio para que los lectores busquen una buena sombra en la que abandonarse a la lectura. Las editoriales además nos dan tregua, permitiendo así que hagamos un pequeño repaso a aquello que no nos dio tiempo a leer y nos pongamos al día antes de la esperada rentrée.
Este año tenemos muchas opciones, y podemos optar por la perfecta locura de Rosa Montero en El peligro de estar cuerda o podemos irnos al otro extremo y leer el testimonio de Ángel Martín en Por si las voces vuelven, en el que habla de la depresión y de romperse por dentro en un libro que ha llegado a miles de personas con sus palabras. Virginia Feito nos presentaba a La señora March en un libro en el que, más que el thriller, a mi me ganó la excentricidad de su protagonista. Y si hablamos de protagonistas excéntricas, no podemos olvidarnos de Mathilde Perrin, protagonista de La gran serpiente primera en escribir de Pierre Lemaitre y última de sus novelas en ver la luz. Aquí una mujer de cierta edad, asesina ahora, olvidadiza, se convierte en un problema en una novela negra francamente divertida. Las novelas negras es ese género que hace que el tiempo pase volando y que se disfrutan en verano (tal vez por eso de que muchas vienen del frío, a saber). Y este año hemos tenido muchas: 1759 cierra la Trilogía de Estocolmo, de Nicklas Natt och Dag, lo mismo que Entre los muertos, de Mikel Santiago, cierra la Trilogía de Illumbe, dejando en ambos casos a muchos lectores huérfanos. Félix G. Modroño presentaba en Sol de brujas un cadáver antes incluso de la primera página en una novela en la que se pone el punto de mira en el bullying y las redes sociales, mientras que María Oruña mandaba a Valentina Redondo de vacaciones por El camino del fuego en su novela más literaria. Pero no va a ser todo novela negra. El mapa de los anhelos, de Alice Kellen, ha sido una de las compras de las ferias más llamativas, junto con La cuenta atrás para el verano, de La Vecina Rubia, y Cerrar el círculo, de Colleen Hoover, una historia de amor sobre la que se cierne la sombra de los malos tratos de una manera mucho más peligrosa de lo que uno puede pensar. Las recomendaciones y las lecturas que dejamos pasar por falta de tiempo o no para el verano son muchas. Julio César ha sido protagonista de la última novela de Santiago Posteguillo, Roma soy yo, que da el pistoletazo de salida a una saga a la que muchos lectores ya saben que van a permanecer fieles.
Durante el verano se puede, efectivamente, leer lo que nos quedó pendiente, pero también puede uno aprovechar y acercarse a títulos clásicos. Leer Los miserables al atardecer, descubrir al Mendel de Zweig, viajar en tren leyendo Anna Karenina, caminar por El camino de Swan o, si ninguna de estas sugerencias te ha convencido, puedes dejarte guiar por un librero, amigo o conocido. Lo bueno que tienen los libros es que las opciones son infinitas. A mí, por ejemplo, en verano me gusta releer. Reencontrarme con viejos conocidos que, como si fuera un amigo al que no vemos hace tiempo, nos pone al día con alguna novedad. Porque incluso en las relecturas se encuentran nuevos puntos de vista.
Feliz verano y felices lecturas.
De eso nada. No hay sensaciones más placenteras que leer en una tarde lluviosa de frío invierno, con una buena historia, derramado tu cuerpo en un sillón, con una copa de Madeira seco entre los dedos y levantar la vista del libro y ver resbalar las gotas de lluvia en los cristales, escuchando el aullido del viento sobre los desnudos árboles… el tiempo se detiene y a ti te parece estar detenido con él. Si algo se acerca a la fútil sensación de irreal inmortalidad, es eso.