Cuando comienza la segunda temporada de Machos alfa, uno de los éxitos españoles de Netflix, se supone que los machos ya se han deconstruido. Pero ese no es, naturalmente, el final de sus problemas sino el comienzo del caos. La serie de los hermanos Caballero, Alberto y Laura (La que se avecina, Aquí no hay quien viva) parece la peor pesadilla de los adalides del nuevo vocabulario, del feminismo entendido como cólera y arma política, y a buen seguro volverá a encender esos ánimos con ese trío de guionistas sufragistas con las que tiene que lidiar Fernando Gil en su productora de ficción.
Pero no hace falta sacar la lupa para apreciar el carácter conciliador de una serie que sabe y quiere reírse de todos, hombres y mujeres, redistribuyendo de manera equitativa y crítica nuestras conductas y prejuicios… y que tiene claro que lo principal aquí es hacer pasar un buen rato al espectador. Machos alfa, prejuicios aparte, trata con profundo afecto a este cuarteto de despistados e histriónicos machos a los que les ha tocado afrontar su crisis de la mediana edad en un momento cultural ciertamente complicado.
Quizá lo que molesta es su evidente mofa del vocabulario artificioso y ciertas falsas complejidades de los “nuevos tiempos”. Los cuatro machos alfa son, cada uno en lo suyo, un poco odiosos y un mucho entrañables, y su extrañamiento y angustia ante tiempos de (fallido) matrimonio abierto, (manipuladoras) relaciones de pareja en el trabajo o cacareada amistad entre hombres y mujeres (y entre heterosexuales y gays) debería ser la de casi todos los que viven al margen de eslóganes políticos.
Que Machos alfa al final acabe siendo un inteligente y políticamente incorrecto comentario sobre las manipulaciones mediáticas no parece, sin embargo, la intención prioritaria de los hermanos Caballero, que en realidad es bastante sencilla: dedicarse a su oficio y explotar la química entre cuatro actores (Fernando Gil, Fele Martínez, Gorka Otxoa y Raúl Tejón) y un extenso plantel de secundarios que parece que han sido amigos toda la vida. El carácter episódico de sus gags y cómo la pura anécdota se combina con arcos más desarrollados resulta igualmente natural, por sencillo y honesto.
El mundo va cambiando y la serie también se hace grande. La presencia de secundarios de lujo como Cayetana Guillén-Cuervo, Carlos Areces y Juanjo Puigcorbé da la medida de segura aceptación de la serie no tanto por el publico, sino incluso consigo misma, todo mientras se mueve por conceptos definitivamente espinosos y complicados. Machos alfa tiene la virtud de hacer fácil lo difícil e ignorar, también, esnobismos a la hora de afrontar el humor.
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