El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual.
Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.
La luz del conocimiento disfruta de un dominio más aparente que real. La matemática y diáfana claridad de la arquitectura clásica se eleva en realidad sobre pilares de oscuridad y miedo que nunca han podido dominarse ni ser dejados atrás. Ante el aparente triunfo de la razón, seres sin forma ni nombre han sabido ocultarse, pacientes, en las zonas de repliegue de la consciencia. Habitan sombríos palacios bajo la protección de miedos ancestrales y de presencias misteriosas que se revelan a cada caída del sol.
La Noche es una de las deidades más temidas en la antigua Grecia. Hesíodo sabe muy bien que es madre de innumerables males, pues entre su progenie se encuentran la Muerte, los Sueños y las divinidades violentas que provocan matanzas, odios y desórdenes. En la noche encuentran abrigo y protección las potencias amenazantes, y de ella surgen las aves agoreras, lechuzas y cuervos. Es el hogar de Mormo y Lamia, celebérrimas brujas. Las criaturas nocturnas tienen una prodigiosa facultad para la metamorfosis, y por tanto para crear la confusión. Durante la noche se reavivan los terrores de nuestra frágil y angustiosa existencia de las cavernas en los tiempos antes de Adán.
En vano han intentado disipar las tinieblas de las oscuridades nocturnas autores menos crédulos e impresionables, aquellos que abogaban por las causas naturales para explicar las visiones tenidas en sueños o durante una vigilia larga y voluntaria. Aristóteles relacionó las visiones y los sueños proféticos con causas perfectamente naturales, con problemas con la percepción. En el Tratado de la adivinación mediante el sueño, lo onírico se fundamenta en la experiencia tenida durante la vigilia. La ausencia de conocimiento consciente, de voluntad, es lo que hace que se tengan sueños considerados proféticos por débiles mentales, melancólicos y extáticos. Lucrecio (Sobre la naturaleza) plantea que la mente puede fallar. Pues “debilitados por la enfermedad, o sepultados por el sueño”, la mente se llena de pavor hasta hacer creer que se oye y que se ve cara a cara a seres que han experimentado ya la muerte y cuyos huesos están bajo tierra desde hace mucho tiempo.
Sin embargo, este cómodo juicio racionalista no fue el mayoritario. Más extendida parecía la creencia de que los seres malignos de la noche adoptan la forma de animales dañinos. Aristófanes (Las ranas) recuerda las facultades de la temible Empusa, la cual antes fue un buey, pero hacía solo un momento se hubiera dicho que fuese un mulo, y después una mujer hermosa, luego un perro, y que todo su rostro resplandecía de fuego ante el asombrado espectador.
Nadie se expondría en solitario abiertamente y de forma voluntaria al peligro de la noche, en la que los hombres se transforman en lobo, como sabía Petronio, pero hay ciertas ocasiones en que es inevitable, como en el velatorio con que los vivos rinden a los muertos su último honor en Tesalia (con el fin de proteger al cadáver de ser profanado o mutilado), descrito por Apuleyo (en El asno de oro). De Tesalia se dice que es un país infestado de brujas, y por Horacio y Lucano conocemos famosos sueños, terrores mágicos, milagros, brujas, fantasmas nocturnos y portentos que ocurren allí.
Durante la guardia fúnebre descrita por Apuleyo una de estas brujas adopta la forma de un animal dañino, y la desdichada vigilia acaba con el joven centinela mutilado por las brujas.
La noche es igualmente peligrosa para los siervos de Cristo. San Atanasio cuenta en la Vida de Antonio cómo los diablos atacaron de noche al santo anacoreta y adoptaron también formas de animales, pues al Diablo “le es fácil transformarse para hacer el mal”.
Por la noche todos los demonios se encaran en ruidos y escándalos sobrecogedores, de forma tal que el lugar parece moverse sacudido por un terremoto. Los demonios van a romper las cuatro paredes de la celda del monje y hacen acto de presencia transfigurados en “imágenes de animales salvajes y de serpientes”. Por todas partes solo se ven figuras de leones, osos, leopardos, toros, serpientes, víboras, escorpiones y lobos.
La Noche atemorizaba al mismo Zeus, y el propio Cristo tuvo que experimentar el máximo terror de su existencia humana durante la noche en Getsemaní. Solo y envuelto en la oscuridad, suda gotas de sangre y pregunta a sus discípulos “¿por qué dormís?” para no obtener respuesta, tan sólo la certeza, revelación individual, de que ha llegado su hora, de la cual quedan excluidos los durmientes.
Los antiguos miedos vividos en la infancia de la humanidad continúan en las pesadillas de una civilización madura al igual que el terror primitivo continúa en las zonas de sombra de la civilización moderna. La noche es la región romántica por excelencia. El surrealismo y el psicoanálisis verán en la angustia del sueño la fuente del verdadero conocimiento. El sueño, la noche y sus símbolos continúan enviando también hoy oráculos desde sus remotas regiones situadas en las profundidades insondables que hay bajo los párpados, convertidos ahora en la última frontera conducente a un mundo desconocido, que es por igual refugio del poeta y del homicida, un mundo al que la humanidad no ha conseguido someter.
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