En 1970 se publica Nueve novísimos poetas españoles, una antología firmada por José María Castellet, que trajo aires de cambio, aunque sus componentes, salvo contadas excepciones, no han sido determinantes como las nuevas voces que prometían ni tampoco en su influencia poética. La editorial Península acaba de reeditar esta antología.
Castellet dividió a estos nueve poetas en dos secciones: Los seniors: Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), Antonio Martínez Sarrión (1939) y José María Álvarez (1942); y la coqueluche: Félix de Azúa (1944), Pere Gimferrer (1945), Vicente Molina Foix (1946), Guillermo Carnero (1947), Ana María Moix (1947-2014) y Leopoldo María Panero (1948-2014). Este último, en mi opinión, uno de los más valiosos del siglo, escribió con 29 años un artículo, seguido de una breve antología que llamó “POESÍA ÚLTIMA no ESPAÑOLA” (*) en la que incluyó once poetas —por supuesto españoles, entre ellos varios de sus compañeros de antología—, y escribió un texto cargado de boutades, con antipatías del tipo: “Machado no me gusta: es como poesía para el bachillerato”, o “Aleixandre, su edición francesa lo ha descubierto como lo que es, poeta menor para una antología”. También simpatías enrevesadas, como: “Algún poema de Ángel González recuerda a la poesía inglesa —al Eliot de “Prufrock” o al Auden de Eliot”—. Sobre las generaciones, tema que hasta hace unos años formaba parte de cualquier mesa redonda, conferencia o artículo sobre poesía, también Leopoldo Mª Panero se explayó a gusto. “Se podría decir que llueven las generaciones: se podría decir que cada año surge una diferente: tertulias de café (…). Luego una intermedia con la “nuestra”. [En clara referencia a la generación del 50]. Allí me dicen que si Valente. No lo creo: los que escribieron en esa época feroz de la posguerra y de la agonía franquista tuvieron que pagarlo como Costafreda y como Claudio Rodríguez, con su vida. O como Jaime Gil de Biedma. Luego, finalmente, mi generación se llama Pedro Gimferrer: fue él quien la construyó como lo que las generaciones son, un grupo teórico”.
(*) Leopoldo María Panero. “ÚLTIMA POESÍA no ESPAÑOLA”, en Poesía, Revista ilustrada de información poética, nº4, junio de 1979. Cuando Panero habla así de Vicente Aleixandre, ¡quién se lo iba a decir!, estaba coincidiendo con los garcilasistas quienes “desconocían todas las lenguas extranjeras, y creían —en serio— que Aleixandre era un camelo”, según cuenta Gabriel Celaya en el prólogo a Las cartas boca arriba (Colección Adonais, 1951. Edit. Turner, 1974). Al final de esta cita de Panero, cuando dice: “pagarlo con su vida”, en el caso de Costafreda es real, puesto que se suicidó en Suiza en 1974. Leopoldo Mª Panero podría saber la no inclusión de Costafreda en la antología de Castellet a causa de Gil de Biedma, quien, según Mª Payeras Grau, le vetó por no mostrar ninguna simpatía por sus poemas (Carmen Riera y Mª Payeras Grau (eds.): 1959, de Collioure a Formentor. Visor libros). El caso de Claudio Rodríguez, que vivió hasta 1999, tal vez tenga que ver con que los poetas de la Escuela de Barcelona no contaron tampoco con el poeta castellano en la colección Collioure, lo que a juicio de Panero pudo significar “pagarlo con la vida”. Jaime Gil escribió un poema titulado “Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma” (Poemas póstumos, 1968), en el que describió “el último verano de nuestra juventud” y se sumergió en la muerte simbólica de su álter ego como joven poeta, haciéndole ver la realidad de la vida que también abordó en “No volveré a ser joven” y en “De senectute”, entre otras magníficas composiciones en las que escribe al modo de “cómo se pasa la vida/cómo se viene la muerte/tan callando”, de su admirado Jorge Manrique. En Poemas póstumos, Jaime Gil de Biedma incluyó joyas como “Artes de ser maduro” y “De vita beata”. Sin duda, Jaime Gil había leído al filósofo alemán Karl Jasper (1883-1969) que escribió: “La forma en que experimenta su fracaso es lo que determina en qué acabará el hombre”.
En 1987, Víctor García de la Concha (**) le preguntó a Carlos Barral lo siguiente: “Para aproximarnos a esa poética me gustaría que examináramos el acuerdo de Collioure en el aniversario de Machado con la consecuencia de la apología de Castellet y el manifiesto. ¿Cómo se explica esa declaración de muerte al simbolismo, cuando, según los testimonios que varios de vosotros acabáis de aludir, el Machado que más admirabais era el Machado simbolista, por no citar ya a Juan Ramón? (***).
Carlos Barral responde: “Ya he contado en mis memorias cómo se hizo la antología de Castellet. Nos reuníamos unos cuantos; generalmente estábamos Jaime Gil de Biedma y yo sentados en la alfombra; cambiábamos ideas y José María Castellet tomaba notas”. En este momento, Barral advierte que José Agustín Goytisolo le hace una seña y añade: “José Agustín me recuerda, levantando el dedo, que él también estaba sentado en la alfombra”. Y continúa diciendo: “La verdad es que no estábamos nada de acuerdo con la antología de Castellet ninguno de nosotros, pero nosotros éramos la fuente de información. Él, la verdad, no tenía en aquella época muchas noticias acerca de la poesía contemporánea. Y, bueno, hubo batallas en las que yo recuerdo que, por ejemplo, se produjo un incidente muy grave, como cuando Castellet no quiso incluir al que en ese momento era un poeta muy importante de la generación, que luego maduró poco, Alfonso Costafreda. No quiso incluirle, no le parecía que fuera importante y era, en cambio, mayor poeta que muchos de los de Madrid. En la antología hay muchas cuestiones de ideología. Realmente es una antología de tema ideológico”. José Agustín Goytisolo intervine: “Nosotros poníamos la poesía y él la teoría”, y Carlos Barral lo corrobora. “Él ponía la teoría. De todas formas, esa antología fue muy importante porque significó una ruptura —fue una ruptura contra, y no quisiera citar nombres—, pero en contra de las antologías cursis y estúpidas que estaban entonces de moda, unas antologías que, bueno, eran absolutamente de café, con criterios sentimentales y majaderos. La antología de Castellet tenía criterios discutibles, pero respetables”.
(**) Fragmento de la conversación que Víctor García de la Concha mantuvo con los poetas Carlos Barral, Claudio Rodríguez, Ángel González, Carlos Sahagún, José Manuel Caballero Bonald, Francisco Brines y José Agustín Goytisolo. La conversación completa, así como el resto de las actas de los tres días que duraron aquellas conversaciones las publiqué en el libro Encuentros con el 50. La voz poética de una generación (Ámbito cultural, 2016. Edición no venal).
(***) En 1960, Castellet había publicado una antología, también polémica, titulada Veinte años de poesía española (1939-1959), en la que asumía la condición de “teórico del realismo histórico”. Hubo una segunda edición ampliada que llevó por título Un cuarto de siglo de poesía española (1939-1964) en la que Castellet mantuvo el mismo estudio introductorio, aun cuando el realismo histórico en poesía ya se daba por superado.
Manuel Vázquez Montalbán y Gimferrer, quien por aquellos años del franquismo firmaba como Pedro, estaban también en la nómina de autores que engrosaban la Antología de la joven poesía española, de Enrique Martín Pardo en 1967, junto a José Mª Álvarez (también estará en los Novísimos), Agustín Delgado, Lázaro Santana y Antonio Hernández. Un año después, en 1968, José Batlló publica la Antología de la nueva poesía española y los nombres son: Carlos Barral, Francisco Brines, Caballero Bonald, Ángel González, Claudio Rodríguez, Gloria Fuertes, José-Miguel Ullán y, también, Pedro Gimferrer y Vázquez Montalbán.
Entonces no se apreciaban cambios significativos aunque ya hay un vislumbre no tanto en lo social como en una moderada manera de buscar nuevos términos poéticos, sobremanera en Arde el mar de Gimferrer y en Una educación sentimental, de Manuel Vázquez Montalbán.
Pero no acaba aquí la publicación de nuevas antologías en aquellos años. En 1970, y coincidiendo con Castellet, vuelve Enrique Martín Pardo con Nueva poesía española, en la que están Antonio Carvajal, Antonio Colinas, José Luis Jover, Jaime Siles, Guillermo Carnero y Gimferrer (estos dos últimos compartirán espacio en Nueve Novísimos). Ambos antólogos, Pardo y Castellet, en sus introducciones, hacían caso omiso de la generación del 50 y saltaban sin pudor a la generación del 27. Una muerte del padre más que anunciada se perpetró por partida doble.
Nueve Novísimos poetas españoles, la antología que lidera Castellet, se publica en 1970 en Barral editores. Los poetas novísimos hicieron muchas referencias al séptimo arte, véase Pere Gimferrer y su poema “En las cabinas telefónicas”: En las cabinas telefónicas / hay misteriosas inscripciones dibujadas con lápiz de labios. / Son las últimas palabras de las dulces muchachas rubias / que con el escote ensangrentado se refugian allí para morir…
También Antonio Martínez Sarrión con el poema “El cine de los sábados”: maravillas del cine galerías /de luz parpadeante entre silbidos…
Otro senior, Manuel Vázquez Montalbán, tiene infinidad de referencias al cine. Como ejemplos, en el poema “Variaciones sobre un 10% de descuento” (de Ars amandi, en su apartado “Liquidación de restos de serie”): “Si Ud. no hace regalos le asesinarán / vea las películas de Losey….; Del mismo libro, el poema “Nunca desayunaré en Tiffany”: ese licor fresa en ese vaso / Modigliani como tu garganta / nunca / aunque sepa los caminos / llegaré /a ese lugar del que nunca quiera / regresar…
Y José María Álvarez escribió un poema titulado “Noche en la ópera”, con este final: “Hablo de aquellos tiempos / de Humphrey Bogart en Casablanca”.
La operación de marketing que generó la salida de la antología fue significativa, los artículos y las críticas se sucedieron sin parar: el poeta salmantino Aníbal Núñez (que por sus propuestas poéticas bien podría estar entre los poetas elegidos por Castellet), se queja de que Madrid y Barcelona son las únicas ciudades en las que viven los poetas. Es decir, saca a la palestra el tema del centralismo y la periferia, que sería muy recurrente incluso bien entrados los años 90. El crítico Rafael Conte no se hace esperar y publica en Informaciones un artículo titulado “Castellet o la crítica como provocación”. En carta manuscrita con membrete de la universidad de Oviedo, Emilio Alarcos Llorach escribe una carta a Castellet, fechada el 30 de mayo de 1970, en la que le dice, entre otras cosas: “Es posible que dentro de veinte años estos poetas cambien radicalmente y consigan comunicarnos algo más poético y vital. Por el momento me dejan frío aunque en el fondo de algunos se vea el motor esencial de toda poesía: el haber descubierto que la vida es una estafa y que dentro de cien años todos calvos”. Refiriéndose también a la antología Félix Grande escribe en Apuntes sobre poesía española de posguerra (Taurus, 1970): “Un fantasma recorre la poesía española”. Es un artículo amplio y muy cabal, a pesar de que Castellet había escrito en el prólogo del libro: “Los poetas de la coqueluche aparecen en escena para descubrirnos la poesía, género literario que había dejado de practicarse en España desde tiempo inmemorial”, o esta otra lindeza: “La sensibilidad camp aporta algunos factores positivos, entre los cuales destaca la destrucción de la actitud maniquea de la generación anterior”. No olvidemos que esa generación anterior es la de los poetas del Medio Siglo, entonces en plena vigencia porque todos sus miembros seguían publicando libros importantes que forman parte de una producción poética esencial que, aún en Caballero Bonald, continúa hoy dando sus buenos frutos.
Ocho años más tarde el novísimo Guillermo Carnero escribe lo siguiente: “La ola de polémicas levantada se debe a la personalidad del antólogo, antaño alférez del realismo y ahora patrocinador de un grupo de jóvenes poetas que sin tapujos manifiestan su más radical rechazo a toda servidumbre realista y social en nombre de la primacía del lenguaje (…) En tal situación nos hallamos en 1978: predomina abrumadoramente esa “promoción de ruptura” de cuyos iniciales puntos de partida se ha mantenido sobre todo uno, el fundamental: la reivindicación de la autonomía del lenguaje poético. Y que bufe el eunuco”. Y Pedro Gimferrer escribió sobre la herencia poética de su grupo: “Las armas de la imaginación se oxidan y la banalidad ocupa el puesto de la revelación poética. Sea “social” o “esteticista” carece por completo de interés para cualquier persona con sentido común”.
Al menos el panorama poético estuvo bastante animado durante unos años.
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