No padezco síndrome de Estocolmo —antes muerto—, pero reconozco que cuando voy al Mercadona de Quevedo, al que llego tras una caminata de cinco minutos, en lugar de al Alcampo de mi calle, que se encuentra a cincuenta metros de donde vivo, me siento como Harrison Ford huyendo de Tommy Lee Jones en El fugitivo. Nunca fue tan incómodo y, a la vez, tan emocionante, ir a comprar el pan nuestro de cada día, y les confieso que, basándome en esta experiencia, escribí un relato que incluía las palabras “épica”, “guerra”, “batalla”, “soldado”, “valentía” y “libertad”. Viendo que estas gilipolleces pretenciosas triunfan en las redes sociales, ¿quién sabe? Igual por él recibo algún premio literario.
Me llevan los demonios cuando pienso que estaré cuatro meses sin abrazar a mis padres, echo de menos ver y escuchar a mis amigos sin una pantalla de ordenador o un teléfono de por medio, y me muero de ganas de reinaugurar mi balcón con Beatrice Portinari. Al mismo tiempo, como ya dije en artículos anteriores, soy consciente de que mi situación es privilegiada y, para evitar desbarres iracundos, converso con mi compadre Jeosm, quien también me dice que no se puede quejar: “Estoy con mi chica y mis perros, haciendo algo de deporte, dibujando, leyendo, organizando mi archivo fotográfico y pensando nuevos proyectos”. Hasta hace unas semanas, nos divertíamos mandándonos desbarres presuntuosos de escritores y periodistas. Ya no lo hacemos porque, leyendo según qué cosas, nos ponemos de muy mala hostia: “Las personas a las que más veo quejarse en las redes —me cuenta mi querido camarada— son aquellas que están bien, diciendo que no aguantan sin salir a correr, que necesitan ir al bar, que no soportan vivir sin fútbol o que los libros deberían ser artículos de primera necesidad. Si quieres leer, ahora mismo, gracias a Internet, tienes muchas opciones posibles. Estas personas, que por desgracia no son pocas, deberían pensar primero en la gente que está muriendo, en las familias que están perdiendo a alguien, o en los profesionales sanitarios que se juegan la vida sin apenas protección”.
Me dice la periodista de LaSexta y escritora Bea Osa: “Cada tarde, una amiga que es médico de familia nos manda su parte de la jornada. Es una hostia de realidad donde nunca cuela una crítica al político, al gestor o al ciudadano irresponsable de turno. Sólo hay hechos, para que cada cual apechugue”. Amiga en común de Jeosm y del menda, cuando le hablo de la urticaria que al fotógrafo y a mí nos producen algunos tuits culturetoides, ella me pregunta: “¿En serio hay quien dice que hace la guerra escribiendo? No lo sé… Sólo te confesaré una unpopular opinion: no soporto cuando a Manuel Vilas le da por ponerse ñoño y excelso. Pero muchísimo menos a los que siguen con la matraca de que “esto nos hará mejores”, como si nunca hubieran estudiado Historia, como si no hubiesen visto lo mismo que el resto: que en las ventanas y en los balcones caben tanto los arcoíris y los aplausos, como los “policías del visillo” que gritan al vecino irresponsable”.
En la mañana del miércoles, al poco de escuchar al portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, decir con razón, durante la sesión de control al Gobierno, que “no tiene ningún sentido ir a cortarse el pelo a una peluquería antes que ir a ver a tu madre”, telefoneo al gran Jesús Quintero, confinado en esa casa de Punta Umbría que tan buenos recuerdos me trae —ahí hicimos la primera entrevista que el maestro concedía en años—.
Mientras espero que lo coja, en lugar del tono de llamada habitual, escucho a Coti y a Paulina Rubio cantar “Nada de esto fue un error”.
—¡Úbeda, te echaba de menos! Ayer te llamé y no me lo cogiste.
—¿Seguro? Yo no he visto reflejada ninguna llamada tuya.
—Pues lo pensé, lo tengo anotado en mi agenda.
El mejor entrevistador patrio se expresa con un entusiasmo jovial y arrollador: “Estoy pensando en meter en la Fundación Jesús Quintero un canal de televisión, creando una página web de la fundación en la que estará todo el archivo”. “Eso podría ser una bomba”, le digo. “Sí —continúa—. El archivo lo estoy organizando. Cuando yo empecé, claro, no existían las redes sociales. Voy a recuperar, a ordenar y a sacar a la luz un material muy interesante”.
Además, Quintero me dice que está preparando tres nuevos libros: “Uno incluirá mis entrevistas prohibidas, censuradas o manipuladas; otro será un vademécum de preguntas, eso tiene un punto”. Del tercero no puedo hablar, pero me honra que me haya implicado en él. Ojalá salga adelante.
—Estoy pensando en todo eso y escribiendo mucho. El asunto estará muy avanzado cuando nos encontremos.
—Espero que sea antes de la Navidad del 2027.
Mientras llega ese momento, apuro mi confinamiento enganchado a “El cuaderno de Chapu” y a Los bajos de Argüelles, la serie perpetrada por Jesús Nieto Jurado.
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