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Los orígenes del nacionalismo moderno

Los orígenes del nacionalismo moderno

En esta peligrosa época de resurgir de nacionalismos, es tentador evaluar críticamente a figuras intelectuales que sembraron la ideología en cuyo nombre se ha matado a millones de personas. El filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte ocupa un lugar entre los forjadores intelectuales del nacionalismo moderno. Su clásico libro Discursos a la nación alemana, de 1806, emblemáticamente exhortaba a los alemanes a sentir orgullo —patológicamente exacerbado, en opinión de muchos—por su lengua, su literatura y sus tradiciones. En rigor, no tiene nada de malo sentir amor por la patria. Pero lamentablemente, cuando ese amor se vuelve acrítico —como trágicamente ha ocurrido tantas veces los dos últimos siglos—, sólo hay un corto paso entre el orgullo por lo propio y el odio a lo extranjero.

Con todo, sería injusto tachar a Fichte como un simple patriotero alemán decimonónico. Su obra fue mucho más que eso. En buena medida, Fichte dio un vuelco hacia el nacionalismo como una reacción en contra de la invasión napoleónica de territorios alemanes. Pero en los años previos, Fichte había sido un entusiasta defensor de la Revolución Francesa, y nunca se separó de esa postura. A su juicio, fue más bien Napoleón quien desvirtuó los designios revolucionarios originales, y en vista de eso, era justo para el pueblo alemán rebelarse contra aquel usurpador.

De hecho, en 1793, Fichte había publicado un libro en defensa de la Revolución Francesa. Ahora la editorial Laetoli presenta por primera vez una traducción castellana de esa obra, bajo el título Contribución sobre la Revolución Francesa, con traducción y notas explicativas de María Jimena Solé.

"En época de Fichte no existía Israel como país, y sus ataques son frontales, no contra el sionismo, sino contra los propios judíos, todo en clave conspiranoica antisemita"

De antemano, cabe advertir que, incluso en esta obra, Fichte asoma ciertos aspectos sombríos. Tal como explica Faustino Oncina Coves en un epílogo incluido en la edición de este libro, “en el joven y levantisco Fichte (por no acudir al tardío y presuntuoso patriotero) asoman ya referencias retrógadas antisemitas o misóginas”. En vista de la actual guerra entre israelíes y palestinos, muchos comentaristas sospechan mucho cuando a alguien se le acusa de ser antisemita, pues en muchos casos las críticas legítimas a los abusos de Israel son despachadas como simple antisemitismo.

Pero en época de Fichte no existía Israel como país, y sus ataques son frontales, no contra el sionismo, sino contra los propios judíos, todo en clave conspiranoica antisemita: “A través de todos los países de Europa se expande un Estado poderoso, animado por sentimientos hostiles, que se encuentra en guerra permanente con todos los demás y que en algunos oprime a los ciudadanos con suma severidad. Es el judaísmo. No creo… que este sea tan terrible porque constituya un Estado separado y estrechamente ensamblado, sino porque se trata de un Estado que está fundado sobre el odio de todo el género humano”.

"Muchos historiadores ven en las ideas de Hobbes, Locke y Rousseau un importante germen de la Revolución Francesa. Pero quedaba aún pendiente la cuestión de si, una vez constituido el contrato, es posible derogarlo"

No obstante, es posible separar el trigo de la paja en este libro. Si se dejan de lado esos balbuceos antisemitas, se encontrarán reflexiones interesantes sobre los orígenes legítimos de la autoridad. Esa era la cuestión fundamental en la Revolución Francesa: ¿De dónde viene el poder político? ¿Es dado por Dios o procede de un contrato entre gobernantes y gobernados? En nuestro tiempo, esto es prácticamente un tema ya superado, al menos en Occidente. Existe un consenso según el cual el gobernante ocupa esa posición sólo en la medida en que los gobernados han consentido en ello a través de un contrato. Pero en tiempos de Fichte, apenas empezaba a dilucidarse la cuestión, y es ese el tema central de Contribución sobre la Revolución Francesa.

Antes que Fichte, varios filósofos habían concebido la idea contractual del Estado. No en vano, muchos historiadores ven en las ideas de Hobbes, Locke y Rousseau —teóricos fundamentales del contrato social— un importante germen de la Revolución francesa. Pero quedaba aún pendiente la cuestión de si, una vez constituido el contrato, es posible derogarlo. Quizás el capítulo más importante de este libro sea el tercero, que lleva el título “¿Es el derecho a modificar la constitución alienable mediante el contrato de todos con todos?”. Fichte responde alegando que un contrato no es vinculante eternamente. Los individuos aún tienen la opción de derogar el contrato original. Si ninguna de las partes ha cumplido los términos del contrato, entonces cada uno puede decidir disolver el acuerdo original. Si una de las partes ya ha cumplido su obligación y la otra no, entonces cabe entregar una compensación.

"Pero pasados ya casi cincuenta años, llega el momento de preguntarse si esa transición es ya caduca. Hoy en España muchos se plantean una nueva forma de Estado, posiblemente ya sin un rey"

Sea o no necesaria la compensación, lo destacado por Fichte es que la asociación de individuos para formar un contrato social es siempre fluida, y esa flexibilidad supone una importante barrera frente al despotismo, pues en todo Estado siempre existe la posibilidad de que se revisen sus cimientos y se conformen nuevas formas de gobierno a fin de garantizar mayor libertad. En efecto, Fichte explica el asunto de esta manera: “Si aquellos que se han separado de la antigua asociación se unen bajo una nueva y fortalecen su lazo mediante la incorporación voluntaria de un gran número de individuos, tienen el perfecto derecho a hacerlo. Si finalmente la antigua unión ya no tiene ningún miembro y todos se han mudado voluntariamente a la nueva, entonces la revolución entera ha sido legítimamente lograda”.

Es una reflexión con aplicaciones interesantes en la España actual. Hace más de cuarenta años se formó un nuevo contrato social. Bajo ese contrato, España sería una monarquía parlamentaria. En vista de que se procedía de un momento en el que un dictador gobernaba sin consideración de contratos sociales (el ser “caudillo de España por la gracia de Dios” no contempla ninguna de esas linduras), acceder al contrato bajo aquellas condiciones monárquicas era bastante prudente, pues era necesaria una transición para apaciguar a muchos trogloditas. Pero pasados ya casi cincuenta años, llega el momento de preguntarse si esa transición es ya caduca. Hoy en España muchos se plantean una nueva forma de Estado, posiblemente ya sin un rey. Tal como Fichte lo deja entrever en Contribución sobre la Revolución Francesa, es razonable pensar que el contrato firmado hace más de cuatro décadas no es indisoluble, y si una mayoría opta por salirse de ese contrato original para conformar uno nuevo, tendría legitimidad en ese cometido.

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Autor: Fichte. Título: Contribución sobre la Revolución Francesa. Traducción: María Jimena Solé. Editorial: Laetoli. Venta: Todos tus libros.

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