En 2012, Pierre Lemaitre —un autor que empezó a publicar pasados los cincuenta y al que le iba más que bien con la novela negra— decidió embarcarse en una trilogía sobre el periodo de entreguerras. Empezó con Nos vemos allí arriba (maravillosa novela, ganadora del Premio Goncourt); siguió con Los colores del incendio y acaba ahora, con El espejo de nuestras penas.
Esta vez abre, además, con una cita de Galdós: “Por donde quiera que va, el hombre siempre lleva consigo su novela”. Y es que Galdós y Lemaitre comparten la pasión por las vidas anónimas, por las de cualquiera, por las de todos. Vistos de cerca, mirados con atención y cariño, cada uno de nosotros lleva dentro una novela: una pesada, extraordinaria e irrepetible carga de alegrías y penas, de logros y faltas, de deseos y carencias.
Siguiendo a Desiré y sus mil identidades, a Fernand y su honestidad, a Louise y su ansia, y a Raoul y Gabriel y su extraña amistad mientras avanzan (o, literalmente, retroceden) por una Francia que se rinde, Lemaitre nos obliga a recorrer unos meses de 1940, un año en que el romanticismo se mezcla con la picaresca, el instinto de supervivencia con el amor absoluto y la empatía con el humor. Un año en que, como siempre, los designios de los poderosos, siempre lejanos, casi siempre ciegos y muchas veces ridículos, desatan un sufrimiento indecible sobre la vida de la gente.
Lemaitre quiere a sus personajes, imperfectos, falibles, tiernos, vulnerables. Después de mil penalidades, todos se reencuentran en un improvisado centro de refugiados donde, cómo no, es el personaje más disparatado el que demuestra mayor entrega, el que nos redime al dar aunque sea desde la mentira.
Y todo en una novela que se lee de un tirón porque está llena de vida. Una delicia.
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Autor: Pierre Lemaitre. Título: El espejo de nuestras penas. Traducción: José Antonio Soriano Marco. Editorial: Salamandra. Venta: Todostuslibros
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