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Los que aún podéis dormir

Los que aún podéis dormir

Carta lanzada debajo de la puerta del domicilio del escritor Juan Gómez Bárcena, ayer a las 21.31 h

Hay luz, ya estás en casa

Hola, Juan:

Nos conocimos en clase de Biblia y Antiguo Oriente hace ya más de 10 años. No me recordarás porque apenas abro la boca cuando estoy rodeada, pero coincidimos durante un semestre en el que me pegué a ti como una rémora, porque me parecías un poco profeta: flaco, ensimismado, con aire de vate. Estabas en clase porque había un cuerpo que te anclaba, una mesa y un cuaderno; pero estabas también en ese otro lugar en el que ocurren tus historias: en Babilonia, en Troya, en Waterloo, en Auschwitz-Birkenau o en el año 2374.

Terminó la asignatura como termina un salmo y te perdí la pista. Hasta hace dos meses que, de chiripa, me encontré con la reedición de un libro publicado por ti en la estantería de una librería: Los que duermen. Tu cara en la contraportada seguía intacta, esa cara que es un relicario de rostros actuales, futuros y remotos. Te cogí entonces de la estantería como quien saca a alguien a bailar y devoré las 15 historias de tu libro. Después, salí de caza a por tus otros dos libros publicados —El cielo de Lima y Kanada—, y sustituí mi librería de 111 tomos por 111 libros tuyos (37 de cada título), que descansan sobre mi repisa como un ejército hoplita de libros: replicantes, sosias, gemelos.

JGB pixelado

"Agrupas historias y palabras formando frases inesperadas, escenas insólitas, estructuras extrañas y lejanas"

Desde entonces, pongo cada noche la oreja sobre una página distinta con la esperanza de que tus palabras —que son como insectos fosilizados en ámbar— repten con sus patitas pegajosas por mi conducto auditivo y se instalen en el lóbulo frontal. He acondicionado una habitación para ellas en mi cerebro: hay un escritorio, un flexo, un gato y un minibar con Sprite. Porque tienes el don de levantar las manos, como hacen los curas antes de dar fraternalmente la paz, y poner todo tu conocimiento y tu vocabulario en pie con ese gesto —que sobrevuela a tu alrededor como una bandada de mariposas, algunas de hace 70 millones de años—.

Agrupas historias y palabras formando frases inesperadas, escenas insólitas, estructuras extrañas y lejanas —lejanas por remotas y lejanas por futuras—, y lo haces con el sosiego, la destreza y la lucidez del que domina el tiempo y la palabra como si conociera el mundo desde su formación. Tu literatura, como tu cara, es una literatura matrioska: llevas dentro las voces de Ovidio, Bocaccio, Nietzsche, Borges, Foucault o Bolaño, pero también la de autores que no han escrito aún su primera línea; escritores nonatos.

Baronia brevicornis, una especie que convivió hace 70 millones de años con los dinosaurios

Llevo tanto tiempo sin dormir por culpa de tus cuentos, mitos y leyendas, que no hay otra cosa que ocupe mi cabeza. Hay dioses, robots, indios; hay momias, tribus que trafican con palabras, hombres criogenizados; hay zigurats y campos de concentración con tulipanes. Están por ahí Aquiles y Hitler; Adán y Eva y Goebbels. Y estamos, cómo no, tú y yo.

"Estamos muy cansados, Juan, porque los efectos de la falta de sueño son devastadores: no limpiamos las proteínas que forman las placas del Alzheimer"

Lo único que me consuela es que no estoy sola en este duermevela: me acompaña un séquito de 11 conocidos a los que regalé tu libro como quien regala un pico de heroína. Somos 12 insomnes y queremos más. Estamos hartos de que no publiques; vagamos por las librerías buscando tu nombre en el lomo de los libros, pero no hallamos ningún título nuevo: silencio literario, calma chicha. Estamos muy cansados, Juan, porque los efectos de la falta de sueño son devastadores: no limpiamos las proteínas que forman las placas del Alzheimer; nuestra presión arterial sistólica ha aumentado; la hormona que nos hace sentir saciados, la leptina, ha disminuido un 15,5% y comemos a deshora; estamos más gordos. Por eso hemos venido a buscarte, porque tú nos has llevado a este estado y solo tú puedes saciarnos. No aguantamos más tu silencio, tan cruel como un manojo de páginas arrancadas justo al final de una novela.

En este preciso instante, mientras lees esta carta, estamos los 12 apoyados detrás de tu puerta, aguardando como termitas en la oscuridad del descansillo. Puedes asomarte a la mirilla y oír nuestra respiración si apoyas la oreja, y también si no la apoyas.

Nosotros

Nosotros te oímos deambular en círculos por la casa; no intentes buscar el móvil, te lo hemos quitado. ¿Pensabas que no nos íbamos a enterar de dónde vivías? ¿Que fue el cartero quien deslizó esta carta por debajo de la puerta? ¿Crees que puedes dejarnos así, gordos, insomnes y sin más historias?

"Tenemos el placer de concederte una beca de por vida a nuestro lado"

Ahora, Juan, cariño, vas a abrir la puerta con ilusión, como si llevaras toda la vida esperándonos. Traemos aceitunas, albóndigas y boquerones en vinagre, porque tenemos hambre a deshora, y también dos botellas de vino y una de Sprite para brindar por nuestro encuentro. Charlaremos animosamente de nuestro plan y, en señal de gratitud, te devolveremos el móvil para que llames a tus editores y a tu familia y les digas que te marchas a México esta noche; que te vas un año entero a escribir tu novela; que te acaban de conceder una beca; que, por favor, no te molesten. Ellos te creerán y respetarán tu decisión, porque se creen cualquier cosa de ti. Resultas siempre tan cabal y convincente…

Después, harás una pequeña maleta y vendrás con nosotros. No podemos desvelarte a dónde por si se te va la lengua; lo único que podemos asegurarte es que venimos a salvarte. Nosotros, tus lectores insomnes; los discípulos de tu literatura; los heroinómanos de tu obra que, henchidos de amor literario, vamos a redimirte de tus obligaciones sociales para que puedas cumplir el sueño de todo escritor: dedicarte únicamente a escribir. Tenemos el placer de concederte una beca de por vida a nuestro lado.

Enhorabuena, le ha sido concedida una beca vitalicia como escritor

Juan, solo queremos que seas feliz y que escribas, al menos, tres cuentos al día para nosotros; nosotros doce, tus mejores clientes, esos que dan vida y sentido a toda la literatura a través de la lectura y que os permiten a los escritores vivir del cuento. Nosotros estaremos igual que ahora, esperando a que tus palabras se cuelen por debajo de la puerta de tu nueva habitación y alfombren nuestras noches en vela. Gracias a nosotros aumentará tu ritmo de trabajo y dejarás de ser tan mirado, ¿acaso no te vienen a la mente Cervantes, Mein Kampf o De profundis de Wilde? Vamos a hacer de ti un escritor obsesivo, prolijo, incansable.

"Venga, Juan, abre la puerta. Podemos oír con nuestras 24 orejas cómo tu gato maúlla y tu pulso golpea nuestra carta. No queremos hacerte daño, tenemos hambre y venimos a salvarte"

Tus editores recibirán, cada mes, fotos falsas tuyas tomando el sol en Cancún (margarita en mano) y un montón de material inconexo: principios que son finales, nudos que son desenlaces y desenlaces que son principios. Y así durante un año, hasta que dejen de creer en ti porque piensen que has perdido el juicio y te olviden para siempre; entonces solo nos tendrás a nosotros doce.

Venga, Juan, abre la puerta. Podemos oír con nuestras 24 orejas cómo tu gato maúlla y tu pulso golpea nuestra carta. No queremos hacerte daño, tenemos hambre y venimos a salvarte.

Venga, Juan, abre la puerta y déjanos entrar en tu casa, que una sola palabra tuya bastará para sanarnos.

Juan, abre la puerta, que no queremos recurrir a nuestros 240 dedos para derribarla. Juan, a la de una; Juan, a la de dos; Juan, a la de…

¡Doce!

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Autor: Juan Gómez Bárcena. TítuloLos que duermenEditorial: Sexto Piso. VentaAmazon y FNAC

 

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