Una joya inesperada aparece en la nueva en la entrega de Las resistentes, la sección en la que el escritor Andrés Barba rescata para Zenda grandes libros de pequeñas editoriales. En esta ocasión escribe sobre Los refugios de la memoria, de José Luis Cancho, Premio de la crítica de Castilla y León en 2018.
En estos tiempos de autoficción la coquetería ha adoptado formas nuevas e inesperadas, muchas veces sospechosas. Una de ellas, no la menos común, es la de defenestrarse a sí mismo con una especie de dejadez cool, hacer un retrato caído en lo circunstancial pero heroico en lo esencial, en el que el autorretratado casi nunca se responsabiliza directamente de la infelicidad de su vida ni de las vidas ajenas, y los vicios —si los hay— siempre son simpáticos y perdonables. En esos supuestos autorretratos “salvajes y sin concesiones”, por repetir la cursilería de solapa, que al final se convierten casi siempre en ajustes de cuentas, el retratado sale por la puerta grande, con un peinado —si bien algo venteado— por lo general más bien mono y con mucha pero que mucha dignidad. A diferencia del escritor de tradición protestante, que suele ser por lo general más pragmático, pero también más radical, el escritor de tradición católica puede patalear mucho, pero al final quiere salir bien en la foto y que no se cuestione su dichosa respetabilidad.
Dicho esto, que es lo que opino del 90% de la escritura de autoficción que se publica hoy en día, de pronto abro un libro de un autor tan desconocido por mí como José Luis Cancho y me trago una por una todas mis palabras del párrafo anterior, maravillado y encantado de haber perdido la razón, con la alegría que supone siempre encontrar no solo solvencia literaria —que en este caso es sinónimo de concisión— sino también de haber conocido a un nuevo autor, un compañero de armas. “Animal mío, época mía —dice Cancho haciendo suyo el adagio Mandelstam—, ¿quién podrá mirarte a los ojos?” El libro de Cancho empieza con una imagen casi cinematográfica: el propio autor cayendo desde la ventana de un tercer piso de Valladolid el 18 de enero de 1974, después de haber sido torturado durante toda una tarde por cuatro miembros de la brigada político-social. Pero Los refugios de la memoria no son unas memorias políticas. Ni siquiera (y bien habría sido justificable en este caso) un ajuste de cuentas con sus verdugos, ni con su familia, ni con sus amantes. Las memorias de Cancho —que abarcan casi desde la infancia hasta la época actual y van recorriendo por igual los escenarios de la disidencia política durante la dictadura franquista, la cárcel, el exilio, el vagabundeo, la inadaptación para la vida práctica, las dificultades para las relaciones sentimentales, etc— son lo que Simone Weil llamaría un perfil de espíritu, y Broch una “autobiografía psíquica”. Es decir, el examen detenido, sagaz y honesto de alguien que, por mucho que lo intente, no puede dejar de ser un extraño para sí mismo. Es una boutade decir que Cancho se mira sin concesiones. Esa frase que casi siempre es una cursilería (aparte de una mentira) es aquí verdadera y emocionante, y no solo porque el autor sea capaz de decir sobre sí mismo cosas objetivamente difíciles de articular sin salir mal parado, sino también porque revela haber reflexionado con ecuanimidad, distancia y hasta desapasionamiento no solo sobre sí mismo sino sobre las personas que han formado parte de su vida. Cancho dice que quiere escribir como un muerto, y vaya si lo consigue.
Este libro tiene, en el fondo, dos modelos muy claros: Levé y Brainard, con dos libros aparentemente fuera del canon, pero en realidad de primera línea: Autorretrato en el primer caso y Me acuerdo en el segundo. A ratos me recuerda también al poderoso Zorn con su implacable Bajo el signo de Marte, y también a Bernhard, pero más por el carácter que por el estilo (que es en realidad su exacto opuesto). Cancho podría ser en última instancia como uno de esos personajes misteriosos de Bernhard, que comprimen en tres palabras la observación de tres años y se dan por bien pagados. O un callado personaje chejoviano que al final de la obra da con un hallazgo verbal que hace comprender una vida de otra persona. Toda una rareza en este panorama de verborreicos con pose. Ojalá esta pequeña joya encuentre el reconocimiento que se merece.
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Autor: José Luis Cancho. Título: Los refugios de la memoria. Editorial: Papeles Mínimos.
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