Paula Bonet presenta su libro Roedores / Cuerpo de embarazada sin embrión (Literatura Random House) a las 19:30 de un martes, en la librería Tipos Infames. Llego a las 19:28 y me cuelo de milagro, mientras en la puerta cuelgan el cartel de aforo completo. La sala está llena, con decenas de personas amontonadas en torno a una mesa vacía. Detrás de mí continúa llegando gente. Ellos no corren la misma suerte que yo: ya no hay sitio para nadie más. Para nadie excepto para la propia Paula Bonet, que se escurre entre la masa acompañada por la escritora Marta Sanz, su acompañante en la dirección del evento. Ambas se abren paso con dificultades aunque sonriendo ampliamente. La mesa deja de estar vacía. Llegan voces de roedores.
Empieza a hablar Marta Sanz, rápida y firme, aunque con ese habitual hilo titubeante en su voz. Se planta y dice: «Esta presentación es la prueba de que las mujeres podemos hablar en plural sobre la maternidad o la no maternidad, sin ningún sectarismo ni autoritarismo las unas sobre las otras«. Es su única frase. Contiene, sin embargo, todo lo que vendrá después. La voz chispeante de Sanz se encadena entonces con la pausa de Paula Bonet, la protagonista de la tarde. A la segunda palabra, sin embargo, hace un silencio y pregunta: «¿No sueno muy alto?» Marta Sanz sale al encuentro, como quien tiende una mano amiga para calmar el temblor. «No, no. Suenas perfectamente».
Bonet no las tiene todas consigo —sigue creyendo que su voz suena mucho más alta que la de su acompañante, y eso le parece inaceptable—, pero coge aire y prosigue. Se refiere, esta vez, a su libro. Un libro que escribió, en sus palabras, «por la necesidad de nombrar una de esas construcciones que las mujeres hemos creado en las tinieblas». Un libro que habla de dos pérdidas gestacionales, pero que trata de hacerlo «sin buscar consuelo ni melodramas, ni hundirse en el barro de la autocompasión».
Paula Bonet sufrió dos abortos espontáneos a lo largo del último año. Roedores es la carta que escribió durante su segundo embarazo, dirigida a la que iba a ser su hija. «Escribí el libro como un impulso, un vómito, como la necesidad de intentar, a través de símbolos, que mi segundo embarazo llegase a buen puerto», explica, con la voz tersa y limpia. El título hace referencia a la forma en que se dirigía a su futuro bebé: «La llamaba ratona, así que decidí que debía hablarle de aquellos que eran como ella. Me parecía bonito, además, que mi primer vínculo con mi hija se trazase a partir de la literatura«. Roedores, pues, es una amalgama de dos líneas de reivindicación igualmente urgentes: la primera, la de impulsar a las mujeres para que se desinhiban y pierdan el miedo a hablar de todas aquellas cosas relacionadas con su intimidad que tradicionalmente han sido bloqueadas como temas tabú; la segunda, la de fomentar que la literatura, pozo de aprendizaje para tanta gente, se decida también a referirse a estos temas.
«Cuando sufrí mi primer aborto me sumé al silencio colectivo de no hablar de ello. Con el segundo, crucé una línea y me atreví a nombrar la pérdida por primera vez. Entonces me di cuenta de muchas cosas. Pensé: «¿Por qué no tenemos ni siquiera la experiencia literaria respecto a esto? ¿Por qué no hemos podido hablar sobre este tema?». Las palabras brotan de la garganta de Paula Bonet como nacen las flores de la tierra: decididas, rectas, perfectamente conscientes de la dirección que buscan; también bellas y luminosas. Habla suavemente, pero su voz resuena con fuerza en las paredes de la abarrotada librería, en la que el aire se pausa, como escuchándola. Solo suenan su voz y unos tímidos abanicos que sacuden el ambiente.
Entonces vuelve Marta Sanz, y llega para introducir el concepto del duelo. «Me sorprende», dice, «que todo ese proceso de superación que se presupone a una pérdida no esté recogido en el libro». Paula Bonet asiente rápido, como quien va disponiendo en fila las palabras a lo largo de su garganta, todas pensadas y preparadas, listas para salir. «Yo creo que en ningún momento me muestro triste. Solo quería nombrar la realidad. Ya basta de ocultar la realidad. Ya sé que el dolor no nos hace mejores, pero si no aceptamos que existe y que es una parte fundamental en la creación de nuestro yo, al final tendremos un yo totalmente desparramado». Habla de Velázquez cuando explica qué clase de artefacto literario buscaba crear: «Él me enseñó que es el espectador el que debe construir la imagen en su cabeza. Sabiendo lo crudo del tema y los adjetivos que nos suelen lanzar a las mujeres, pensé que podía caer en una especie de pornografía emocional conmigo misma. Por eso me decía: no puede haber ningún momento de melodrama».
Marta Sanz lo corrobora, y describe a Roedores como un libro «cuidadoso para que el proceso de metamorfosis que sufre un cuerpo ante un aborto no pueda ser visto nunca como una enfermedad«. «Despatologizas —continúa— el hecho natural de que una mujer pueda perder dos hijos en un año». Paula Bonet retoma la palabra, pero se escurre ante los halagos. «No sé ni lo que estaba diciendo. Es que me impone mucho Marta», susurra. Y entonces se vuelve a crecer, de la forma en que se expanden aquellos que creen ciegamente en lo que dicen. «Es importante hablar de que el entorno te castiga. Te preguntas: ¿por qué quiero ser madre? ¡En aquel momento mi entorno entero estaba pariendo! Pensaba: tengo casi 40 años, si quiero ser madre, tengo que serlo ya. Llegué a pensar que tenía 38 años cuando tenía 36. Durante una semana entera lo creí. Pasaban tres días, pero para mí eran como tres años». La vida como una contrarreloj perpetua.
Quiso Paula Bonet, en aquel momento, acudir a la literatura para ser rescatada. Pero no encontró nada que la ayudase. «De la relación de las personas con su cuerpo debería haber estanterías llenas. ¿Qué sucede con la intimidad femenina? ¿Por qué se oculta siempre de ese modo?». Quizá las estanterías no estén todo lo llenas que deberían, pero ahora, al menos, ahí está Roedores. Marta Sanz vuelve al principio de todo, al momento en el que los abanicos todavía estaban guardados. Recuerda su intervención inicial, acerca de la pluralidad de voces femeninas en diálogo sobre la maternidad. Lanza, a la sazón, un órdago o una súplica: «No nos demonicéis a las cobardes que no queremos tener hijos, ni tampoco demonicéis a las valientes«. Se abre la puerta, se cierran los abanicos y ahí se quedan las palabras, flotando, parsimoniosas, en su hábitat natural: el viento.
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