Marida es el tercer título poético que Alberto Escabias Ampuero nos regala, publicación que ha realizado en El Toro Celeste, dentro de su colección «La Federica». Este es autor también de prosa, sin embargo, es en la poesía donde podemos encontrar su expresión más íntima y personal. Así, Marida debe ser reconocida por su enorme calidad, pues en esta obra el poeta explora la idea de conexión emocional y espiritual entre dos personas que se aman, con las notables sensibilidad y profundidad que caracterizan su poesía, transformando lo ordinario en algo extraordinario, capturando la esencia de los momentos simples y transmitiéndola al lector para conmoverlo.
En el primer poema, «Mezquita-Catedral», ya podemos conocer cuál es la situación del autor:
Bien sé que soy entre lo vivo,
que mientras regresa a mí
la hora descarnada,
el talar de mi sangre,
puedo hallar un lenguaje más hábil
que el de la muerte (p. 15).
Alberto Escabias Ampuero deja claro en la entrevista que la filóloga Sandra Janicijevic le realiza —y que se plasma al final del poemario— que pretendió que Marida fuese «luciente de principio a fin» (p. 63), puesto que anteriormente su poesía había estado plasmada de sombras debido a la pérdida y al duelo. No obstante, estos sentimientos no desaparecen, dado que el poema que da paso a la segunda mitad del poemario, «Casa del Caballo Andaluz», recuerda uno de los últimos grandes días en la vida de su abuelo, el de su boda con Jennifer:
Mira al abuelo ahí en un agua
y en un aire
y en un sueño
y en todo lo que tiene textura
para el alma,
[…] como un bello recuerdo
entre la luz y el poema (pp. 23-24).
El autor, además, nos cuenta en dicha entrevista que en este poemario ha decidido alejarse del lector para acercarse a sus seres queridos: «He tendido sobre la mesa de hule florido, donde reposa el calor del guiso que a todos nos reúne, los poemas a la marida, al abuelo y a la abuela, poniendo por delante la delicadeza y la verdad a la tendencia o a la filiación inmediata de quien los lea para que, de esta forma, ni un solo verso deje de ser nuestro» (p. 63). No obstante, este poeta es capaz de plasmar su historia en el lector con cada quejío y cantar, transmitiendo el amor por su marida, por la familia, por Córdoba y por su luz, pues su poesía está cargada de imágenes evocadoras y metáforas sugerentes que te hacen pasear por esos lugares y aspirar sus olores, sentir el correr del agua y el reflejo de la luz sobre la propia piel. Así, en «Calleja de las Flores», un poema cuyos versos se dividen en dos columnas, leemos:
La calleja estrecha
[…] entre el oleaje de flores
en macetas que penden del asa del aire
como zarcillos que azulean.
Van y vienen las primaveras,
y de aquí no se mueven
sus aromas, tejidos siempre
a la calleja y a sus flores.
[…] y tú la caminas con el alma niña
casi todo el tiempo sin mirar las flores.
Con claro prodigio te he visto
buscar tan solo los colores
dentro de mis ojos (p. 22).
Este es un ejemplo claro de la capacidad que el poeta posee para situarte en un lugar determinado; asimismo, lo es de la intensidad de los sentimientos que se comparten en el poemario. Es por ello por lo que el autor titula a la obra Marida, porque para él este término es su modo de llamar «al amor: al amor total; de darle forma, de construir, a partir del recuerdo y de la esperanza, la imagen de la mujer que conmigo fue a casarse; de la mujer que, más allá de lo sacro, quiso sembrar en mí todas sus edades» (p. 57). Durante todo el poemario se habla de la unión; sin embargo, esta va más allá del matrimonio legal, ya que es algo espiritual y emocional, es trascendente; se trata de la unión de dos almas para compartir un vínculo profundo y sincero.
Los sentimientos perduran, pero como la luz, se van transformando con el pasar del tiempo. Así, la segunda parte del poemario comienza con el aniversario del día de la boda:
Y un poema
que no necesite las palabras sabidas del amor
para nombrar lo eterno.
Y un paisaje atardecido,
quietamente en su luz (p. 29).
Estos sentimientos siguen siendo cálidos, serenos y sinceros, pero no brillan con la intensidad que lo hicieron en el pasado, han progresado hacia la calma y la costumbre:
Llevo en los ojos la costumbre
de quererte
y, quizá sea por eso, que no te miro,
que no te abrazo como antes,
como juré, ante Dios, que haría (p. 30).
Al contrario de lo que pueda parecer, esta evolución no es negativa, pues Escabias Ampuero reconoce que «lo que no ha cambiado sí ha cambiado, es decir, ha crecido. Ahora amo mejor» (p. 63). Y es que en eso consiste el amor, no en conservar la intensidad de las emociones, sino en que los lazos que unen a dos personas perduren, en los momentos buenos, pero también en los malos:
Y es ahora, llenos de vacío
y vestida de negro tu luz,
es ahora
cuando más marida te siento.
Aunque lleve en los ojos
la costumbre de quererte,
de ti quiero decir lo hermoso
deteniéndome en lo hermoso (p. 31).
Con esa esperanza escribe nuestro autor en «El día que fuimos poema»:
Desde el poema yo te escribo
con el labio recién besado,
y desde el poema
—con labio nuevo
sobre estrofa antigua—
nos decimos: «Sí, quiero».
[…] para recitarlo como verso nuestro
o como verso inamovible (p. 43).
Marida es excepcional en tanto que Escabias Ampuero logra adentrarse en los rincones más íntimos del alma humana, explorando la conexión, la intimidad y el destino compartido mediante una sensibilidad poética admirable. Es distinguible como en este poemario se captura la esencia de las relaciones genuinas y se ofrece al lector una experiencia que resonará profundamente en su corazón.
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Autor: Alberto Escabias Ampuero. Título: Marida. Editorial: El Toro Celeste. Venta: Todos tus libros.
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