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Los seres queridos, una novela sentimental, de un tiempo y un país

Los seres queridos, una novela sentimental, de un tiempo y un país

Los seres queridos nació de manera vicaria. A partir del éxito que cosechó el novelista sueco Stieg Larrson con sus novelas, protagonizadas por un periodista metido a detective, me vino de manera recurrente a la cabeza ese tipo de obsesiones que te acompañan día tras día: si alguien (yo, por ejemplo) se animara a crear un héroe semejante, un periodista que ejerciese también de detective pero a escala española, qué clase de personaje alumbraría. Qué tipo de informaciones gestionaría en la ficción, cómo sería su vida. Mis cavilaciones concluían que las noticias propias de un periódico español desembocarían en un destino muy propio entre nosotros: reflejándose en el espejo del callejón del Gato. Serían peripecias escabrosas y retorcidas, vertebradas sobre el espinazo de alguien a quien imaginaba según el canon de periodistas a quienes había observado  mientras yo me destetaba en el oficio o de quienes había sabido porque otros colegas los conocieron y no los olvidaban. Alguien descarado, cínico, incomprendido. Un náufrago. Un misántropo.

Emprendí entonces un viaje que no sabía adónde me llevaba. Aunque en los primeros pasajes de la novela detectaba un aire aún inconsistente, al menos tenía claro un elemento menor pero relevante: que los protagonistas llevarían los nombres de los héroes de mi infancia futbolera. El principal, Viberti, antiguo jugador del Málaga de los 70, cuyo cromo se repetía una y otra vez en mi álbum de coleccionista alevín. Recordaba su aspecto de galán antiguo, su estampa un punto bizarra, que años después me seguía deslumbrando como un fogonazo y servía para lo que necesitaba. Para activar la novela, a partir del nombre del héroe, de unos cuantos párrafos en estado más bien gaseoso y de una ambición: recrear los avatares de un periodista español que intenta sobrevivir entre la mugre y la intemperie.

"Los seres queridos nació así: caminando con la novela en la cabeza o durante la duermevela de tantas noches siendo visitado por los fantasmas de sus personajes"

Mientras la novela se iba gestando (y me hacía compañía), observaba que así como el periodista tiene mucho de cazador (se cobra sus piezas, sale a por ellas, y con ese botín construye el periódico del día siguiente), también el novelista sigue la misma estrategia, aunque dota a sus capturas de un estatus superior, la ficción: donde todo puede encajar y explicarse. Donde no necesitas justificarte: no es la realidad. Traficas con ese material fantaseado que detona tu imaginación pero que hunde sus raíces en anécdotas que has escuchado, historias que te maravillan mucho tiempo después de haber tropezado con ellas, tipos memorables con quienes te cruzaste, a quienes no has vuelto a ver pero que te impactaron de una manera formidable y ahora reviven ante tus ojos. Ese fermento constituye el germen de un relato que se escribe dentro de ti sin ser consciente de sus avances. Los seres queridos nació así: caminando con la novela en la cabeza o durante la duermevela de tantas noches siendo visitado por los fantasmas de sus personajes, en cuyas vidas habitaba un propósito vaporoso que no sabía descifrar. ¿De qué hablaba la novela, cuál era su intención de fondo?

Las respuestas a esas preguntas aparecieron de golpe, por una suma de azares. Yo tenía claro que no quería sangre en las aventuras de Viberti. Prefería un paisaje como un lienzo en blanco, donde la muerte fuera un accidente, incluso la muerte violenta. Por entonces empezó a inquietarme la idea del suicidio y su tratamiento informativo, que comenzaba a estar sujeto a revisión en el periodismo. Ahí tenía el contexto moral que buscaba. Un periodista investigando sobre suicidios cuando aún no sabe si lo son. Muertes violentas pero sin ese factor sanguíneo adicional que tanto me repelía. Ocurrió que un conocido perdió a un familiar en esas circunstancias y me telefoneó. Prefería evitar que se publicara la noticia y estuvimos charlando un buen rato. Fue quien pronunció esa frase hecha que dio título a la novela: habló del daño que haría a los seres queridos del difunto la publicación de su suicidio mientras se preguntaba si en realidad no se trataría de una especie de homicidio encubierto. Porque nadie se suicida porque sí. Siempre hay una razón de fondo. También me dejó otra reflexión que me perturbó: que nadie sabe nunca nada al respecto de esa decisión última. Todo son figuraciones.

"Hacia el final del verano del 2017, el libro se parecía ya bastante a lo que el lector tiene hoy en sus manos, pero yo sabía que le seguía faltando algo"

Desde aquella charla, anduve meses como poseído por una fiebre muy especial. Escribía medio en trance, dotando de identidad a Viberti y sus compañeros de aventuras que componían un mapa donde me sentía a gusto, un espacio mental que me animaba a seguir adelante. Hacia el final del verano del 2017, el libro se parecía ya bastante a lo que el lector tiene hoy en sus manos, pero yo sabía que le seguía faltando algo. Había una pregunta a la que aún no me había contestado: de qué hablaban esas páginas. Reparé en que ni siquiera tenía una novela,  porque le faltaba su argumento principal, el que te conmueve. Descarté proseguir con la escritura porque me sentía agobiado, lindante con el desánimo. Cada vez que volvía sobre ella, mi decepción no se mitigaba. Todo ese trabajo, pensaba yo, no valía gran cosa. Carecía de grandeza.

Atravesaba por un cierto abatimiento cuando (de nuevo) el azar vino en mi ayuda. Fue casi una epifanía. Coincidí en una comida con un grupo de periodistas de la generación anterior, que habían vivido el salto desde los estertores del franquismo a la conquista de la democracia. Lo que contaban con la mayor naturalidad, el esperpéntico relato de un mundo que agonizaba, era asombroso. Observé a la luz de aquella tertulia que la novela adquiría un nuevo sentido. Un contexto donde las aventuras de Viberti aspiraban a un estatus más elevado, dominadas por un propósito moral del que carecían los primeros borradores. El héroe y sus acompañantes, desde un punto de vista renovado: la novela debía aspirar a entender sus andanzas, no sólo a retratarlas, en medio de un marco físico muy concreto (una ciudad sin nombre que puede ser cualquier ciudad) y también temporal. La Transición. Territorio de frontera. Una tierra de nadie muy literaria, cuando todo podía ser posible. Ese era el combustible que nutría sus pasos, la necesidad de dejar atrás la larga noche de la que todos venían y la ambición de construir algo distinto, superior. Seres humanos (seres queridos) que procuran llegar al final del día con la decencia intacta mientras indagan sobre su genuina personalidad, que nunca terminan de atrapar. Seres que se persiguen a sí mismos. Una novela sentimental (de afectos secos, contenidos) que habla de un tiempo y un país.

"Los seres queridos no es una novela negra, aunque lo parezca: respeta las convenciones del género pero es una novela más bien gris"

Dar con esa clave me permitió liberar el estilo. Durante los meses siguientes, escribí con un frenesí iluminador porque el curso del relato me permitía colgar de él viejas historias que me acompañaban desde muchos años atrás. Que las pesquisas se sustanciaran alrededor de un suicidio tras otro se adhería bien a la idea fundamental: huir de lo morboso pero también de esa pretensión de ‘quién-lo-hizo’ propia de las tramas policiacas canónicas. Me interesaba más forjar una determinada atmósfera, el marco moral que asistía a los personajes. Por eso sostengo que Los seres queridos no es una novela negra, aunque lo parezca: respeta las convenciones del género pero es una novela más bien gris.

Al final de cada capítulo, el protagonista ataca un bolero. Un guiño doble: hace años me premiaron un relato basado en la letra de un bolero llamado ‘Basura’, que me hechiza. Como un amuleto, incorporé esa canción a Los seres queridos y refresqué el recuerdo de una querida influencia de mi juventud como lector: la saga del detective Carvalho. Segundo guiño, otro fetiche: aquellas novelas de Vázquez Montalbán, brillante escritor a quien recuerdo como un incondicional de la canción popular. Algo de su espíritu late en sus 336 páginas, que contienen inolvidables jornadas de escritura. Un misterio muy gozoso. Me recuerdo disfrutando mientras escribía, guiado sin otra brújula que mi memoria y mi intuición hacia un punto del horizonte que siempre se movía hasta que dejó de hacerlo: cuando atiné con el capítulo final y sobre todo cuando acerté con el párrafo inicial. Esas líneas primeras donde se describe a Viberti, que fueron lo último que escribí. Me gusta pensar que contienen la promesa de un futuro mejor para quien lea esta novela: sabrá que venimos de la oscuridad. Y será una lectura que sirva como acabada analogía del porvenir que yo deseaba para Viberti y sus compinches mientras los recreaba: siempre quise ser compasivo con ellos, piadoso con sus debilidades. Me gustaba pensar que les iba a ir bien en la vida. Que acabarían sabiendo quiénes son.

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Autor: Los seres queridos. Título: Jorge Alacid López. Editorial: Pepitas de calabaza. Venta: Todostuslibros

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