Japón es un país de sonidos, enigmas y silencios. Tokio, la antigua Edo, es la ciudad internacional que guarda más tesoros en cada uno de sus rincones. No solo por su brillante arquitectura, tanto la contemporánea como la clásica, sino por una historia que enhebra hilos de vida.
Shinjuku es un espejo fragmentado. Lo que refleja lo devuelve al exterior.
Shinjuku es un monstruo, una quimera, una tormenta de luz.
Parafraseando a la cineasta Isabel Coixet con su película tokiota, Sherman dibuja un mapa de los sonidos de Tokio a través de sus gentes, sus calles y sobre todo de sus barrios, anclaje emocional de la escritora estadounidense que los ha recorrido fijándose en los detalles.
Cuando la autora se mudó a Tokio por primera vez, trabajaba como investigadora para un arquitecto que estaba escribiendo un libro sobre los puntos de referencia de la capital nipona. Durante más de un año salió todos los días, de distrito en distrito, en busca de pequeños fragmentos de espacio donde la ciudad anterior a la Segunda Guerra Mundial había sobrevivido. Toma notas y fotografías de “los edificios revestidos de cobre”, describe a Zenda vía correo electrónico.
El libro viaja de la década de los noventa a la posguerra, a cuando no tenía ninguna presencia extranjera, y a 2011, cuando Tokio fue “un carnaval” durante unas horas después del terremoto, cuando nadie en la capital sabía del tsunami en Sendai. Cuando los teléfonos móviles dejaron de funcionar y los trenes se pararon. Ese día, Sherman se compró un billete a Hong Kong.
¿Cuál es el barrio favorito de la autora? “El que aún no he visto. Pasé años caminando por Tokio y todavía hay muchos lugares en los que no he estado”. Porque una ciudad, y mucho más en una urbe como Tokio, tan inabarcable, en permanente metamorfosis, nunca se acaba de descubrir del todo. Quizá eso es lo bueno de vivir en esta megalópolis que tanto nos atrapa.
Sherman ofrece piezas que diseccionan el lenguaje, como el origen de la palabra “tiempo”.
Yo me puse a hojear mi diccionario con el ceño fruncido.
—¿Y qué ocurre con Jikū?
—Esa es justamente la palabra oficial para tiempo —dijo Arthur sonriendo. Tomas la palabra oficial, la diseccionas y la separas en piezas. Si así consigues algo bueno, ¡bingo!, has ganado.
“Tokio se parece más a un campo de energía que a un lugar estático, probablemente porque se destruye solo y luego se reconstruye muy a menudo. Tal vez su mejor imagen sea la pantalla de cine, como una de las imágenes en blanco de Sugimoto Hiroshi”, explica la autora.
Hay muchos Tokios, y es difícil especular, confiesa Sherman, cómo será el futuro de la ciudad. “Si lo hiciera, casi seguro que estaría equivocada. Imagínese preguntarle a alguien en 1900 cuál sería el rostro de la ciudad en 1925; o preguntarle a alguien en 1930 sobre 1950… ¡Mucho menos a alguien que vivió en Edo en 1850 sobre 1950! No podrían haber imaginado los cambios: un experto en el río Sumida, por ejemplo, me dijo que alguien que vivía cerca de Tsukiji en 1950, digamos, no habría reconocido el río en 1980. Se habría perdido”.
También es verdad que hay cosas que permanecen: el monte Fuji, las enormes autopistas que cruzan la ciudad, el río Sumida y el puerto de Tokio. Los rascacielos aparecen y desaparecen. Y Yamanote, la línea circular que atraviesa la urbe, seguirá ahí ofreciéndonos la mejor representación mundana de esos sonidos con silencios que atrapan.
Nada dura, todo es efímero, como los cerezos en flor, como la lectura de este hermoso libro que cuando acabas su lectura te quedas con ganas de más; de que te acompañe en tu mesita de noche para leerlo cualquier día, al azar, un paisaje, un párrafo, una descripción, una cita. Orillas de sueño para atrapar las campanas del tiempo.
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Autora: Anna Sherman. Traducción: Victoria Pradilla Canet. Título: Las campanas del viejo Tokio (Meditaciones sobre el tiempo y la ciudad). Editorial: Capitán Swing. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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