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Los tatuados

Aunque nací y pasé mi infancia y juventud en una ciudad universitaria donde abundaban los jóvenes procedentes de varios países y culturas, tardé mucho tiempo en ver un tatuaje en el cuerpo de un amigo. Fue tras las vacaciones pasadas en una ciudad del norte de Europa, cuando este colega estudiante nos mostró su tatuaje en uno de sus brazos: un sol de rostro sonriente. Nos pareció un tatuaje de temporada, que estaba a la vista del personal en los meses de calor y en los de frío solía mostrarlo a las compañeras tras un arriba y abajo del telón, como quien enseña un tesoro o la solución al teorema de Pitágoras.

Este amigo tatuado, un tipo de gran carácter y sentido del humor, le decía a las mocitas curiosas que se lo habían hecho utilizando un rayo de luna que atravesaba una lupa de grandes aumentos. Todo era mentira, pero a él le daba buenos resultados.

Los tatuajes a mí me han parecido siempre cosa de hombres que han estado en la cárcel o de piratas ingleses. Incluso, rebuscando en nuestra memoria, nos parece cosa de personajes del barco Pequod, el ballenero que mandaba el capitán Ahab, empecinado en dar caza a la ballena blanca Moby Dick. Creo recordar que el arponero que le acompañaba tenía todo el cuerpo tatuado, incluso el rostro, lo que le daba un aspecto inhumano y sobrecogedor.

"Que los futbolistas, héroes menores, traten de parecerse a expresidiarios y piratas, no merece un aplauso"

Mi amigo, el tatuado, actuaba en las barras de las cafeterías como el capitán Ahab en la mar: lanzaba el arpón de su tatuaje por tratar de capturar una moby dick de otra facultad, a golpe de efecto y con la colaboración del Dyc (el segoviano que tanto se consumía en aquellos años) sin Moby.

En nuestros días he visto fotos del cuerpo de varias mujeres tatuadas que no me han gustado. Quieren hacérselos ocultos, en lugares inaccesibles para la mayoría, como si fueran pocas las sensaciones que pueden producir en el hombre hallazgos inesperados. La belleza de líneas del cuerpo humano, especialmente el femenino, no armoniza en ningún momento con la propia belleza añadida. Los tatuajes son un borrón en la estética natural, una errónea rectificación de la belleza natural, nacida sin artificios.

El hombre de Vitruvio, de Leonardo da Vinci, considerado el de las proporciones perfectas, no tiene ningún tatuaje. Ni aparecen en pinturas de hombres y mujeres de todos los tiempos, ni siquiera en la obra de Caravaggio, un gran pintor, algo canalla, borracho y pendenciero, que mató a un hombre y solía moverse en los ambientes del hampa, hasta el punto de que murió de una cuchillada. Ni siquiera en la obra de Picasso, pintor de hallazgos infinitos y provocaciones constantes, vemos tatuajes.

Algunos futbolistas suelen lucir en brazos, piernas y cuello (lo que aparece a la vista) tatuajes o parte de ellos. Se puso de moda tatuarse pequeños dibujos hace algunas décadas, pero no fue una moda inteligente: que los futbolistas, héroes menores, traten de parecerse a expresidiarios y piratas, no merece un aplauso. Algunos llevan los tatuajes como si fueran una segunda piel que desprecia a la propia original “de serie”.

Ramón Núñez. La mujer adúltera. (Repintada)

Una monja, artista, de un convento de Valladolid, al descubrir una escultura, realizada en yeso, de Jesús y la Magdalena, del patrimonio conventual, obra del artista Ramón Núñez (autor de la figura gigantesca del Cristo que corona la cúpula de la catedral), decidió pintar ambas figuras, de Jesús y la Mujer Adúltera. Mandó traer al droguero varios botes de pintura Titán Lux y pinceles para darle mayor realismo y autenticidad al grupo escultórico. El resultado fue escandaloso. Lo que consiguió fue poner ridiculez en dos figuras perfectamente modeladas en blanco y gris.

"A mí el tatuaje que más me gusta es el de doña Concha Piquer, que no lo llevaba en ninguna parte del cuerpo, pero surgía de su garganta"

Así vemos a tantos futbolistas tatuados, aunque —aquí entre nosotros— nos importa un bledo lo que hagan con su cuerpo y con su piel. Al fin y al cabo es suyo y tienen la libertad de respetarlo o pintarlo para darle mayor realismo, como la monja.

A mí el tatuaje que más me gusta es el de doña Concha Piquer, que no lo llevaba en ninguna parte del cuerpo, pero surgía de su garganta como canción de éxito en aquella España y fuera de ella en tiempos de nuestros padres. Creo que la música de “Tatuaje” es de dos autores, uno de ellos el maestro Quiroga; del otro no me acuerdo. Lo que sí recuerdo es que la letra la escribió el prolífico Rafael de León, aristócrata y poeta insigne al que conocí en Madrid en una tasca a la que me llevaron para que viera en carne mortal a un genio que era dos veces marqués, del Valle de la Reina y de Moscoso, y noveno conde de Gómara. Me llamó mucho la atención el vestuario del genio: chaqueta azul ceñida, pantalón blanco, zapatos de rejilla blancos y marrones, camisa rosa, corbata azul con lunares blancos y un floreado pañuelo asomándole por el bolso superior de la chaqueta. Un cromo capaz de enamorar a un “mozo rubio como la cerveza, que vino en un barco de nombre extranjero y tenía tatuado un corazón en su pecho con un nombre de mujer”.

En fin, un gran poeta (de incógnito).

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Huma
Huma
2 meses hace

Tan corto de ideas estás que tuviste que escribir un artículo entero sobre lo prejuicioso que eres?