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Los textos sin hacer de Lovecraft

Los textos sin hacer de Lovecraft

Houellebecq decía que Howard Phillips Lovecraft era un claro ejemplo para todos los que querían aprender a malograr su vida y, llegado el caso, a triunfar con su obra, aunque esto último no se garantizaba. Houellebecq también afirmaba que, cuando descubrió a Lovecraft con dieciséis años, le sorprendió cómo logró hacer estallar el marco del relato tradicional. Por eso, y es una propuesta, Cuaderno de ideas (Periférica, 2023) podría considerarse, en realidad, como un excelente programa de escritura creativa para todas las escuelas de escritura que hay en nuestro país. Aquellas que integrasen este florilegio de propuestas en sus programas tendrían asegurado el cupo de alumnos y la posibilidad de, como hizo Lovecraft, empezar a malograr su existencia escribiendo contra el mundo y contra la vida. El programa resultaría apasionante. Si parten de las ideas, imágenes y citas que el «recluso de Providence» ofrece en Cuaderno de ideas, podrían recrear otros universos fantásticos en el siglo XXI y alcanzar la posibilidad de aterrorizar a cualquier lector dotado de razón. El objetivo es excelente y este libro sería una eficaz ayuda.

"Cuaderno de ideas certifica su adscripción a la repugnancia que muestra hacia el mundo moderno y, claro, su desprecio y rechazo al realismo"

Los libros de texto de la asignatura Literatura Universal de 1º Bachillerato no saben muy bien dónde encasillar a Lovecraft, ¿en el final del Romanticismo y amanecer del Naturalismo y Realismo, junto a El Horla de Maupassant, La verdadera historia del señor Valdemar de Poe o El fantasma de la señora Crowl, de Sheridan Le Fanu? Unos lo sitúan ahí, pero Lovecraft, que nació en 1890 y murió de un cáncer de tripas en 1937, pertenece, por cronología, a la generación de Eliot, Pound, Cummings, Fitzgerald, Hemingway y Faulkner. Algunos libros de texto se olvidan de él. Doy fe. Se olvidan del que acometía los relatos como si fuesen un radiante suicidio. Del que pronunciaba sin desmayo un gran no a la vida, del que para la vida era dolorosa y decepcionante y pensaba que era inútil escribir más novelas realistas, del que decía que estaba tan harto de la humanidad y del mundo que nada lograba interesarle más que incluir, por lo menos, dos crímenes por página y tratar de mostrar los «horrores innominados procedentes de espacios exteriores». Ese es el Lovecraft que nos muestra Cuaderno de ideas.

Para Lovecraft, el Tom Jones de Fielding era la cumbre del realismo y, por tanto, de la mediocridad. Cuaderno de ideas certifica su adscripción a la repugnancia que muestra hacia el mundo moderno y, claro, su desprecio y rechazo al realismo. Una anotación de 1922 reza: «Monstruo que sobrevive pese a ser acéfalo o carecer de cerebro. Alcanza dimensiones prodigiosas». Otra del mismo año propone: «Alguien muere. Pero no su cadáver, deambula de acá para allá. Trata de ocultar el hedor de la descomposición. Lo retienen en algún sitio. Desenlace espantoso». Lovecraft inventa, adelantándose cien años, el fentanilo en su imaginación y se lo inyecta a algunos de sus personajes para escribir los relatos más extraños, macabros y fantásticos de la literatura.

"Cuaderno de ideas es esencial para entender cómo se inicia el proceso creativo de su autor. Los lectores hubiésemos agradecido el agrupamiento indexado de los sueños, materias, temas y categorías, como demanda nuestro siglo"

Tampoco despreció documentarse, y su fervor por la ciencia fue evidente. Por eso estudió, por ejemplo, la anatomía de los batracios. Acarició así las mimbres del Naturalismo, pero no. Para muestra, otra anotación extraída de su cuaderno: «Debido a un extraño proceso, un individuo retrocede en la cadena evolutiva hasta transformarse en anfibio. Un científico insiste en que tal forma anfibia es desconocida en la paleontología. Para probarlo desarrolla un extraño experimento». Solo busca la realidad repugnante y en su Cuaderno nos ofrece los apuntes que le permitían transformar la percepción ordinaria de su vida en una fuente inagotable de pesadillas, precipitando verdadera literatura fantástica desde un simple cuaderno de notas.

Desde luego que esta reseña no va a olvidar el breve y goloso posfacio o capítulo final que le dedica a Lovecraft Juan Andrés García Román, traductor, junto con Carmen Ibáñez, de Cuaderno de ideas. Nos sumerge en la tradición de los commonplace book, a la que tantos escritores han pertenecido y que alcanzarían su perfección, desde mi punto de vista, con el sistema de notas Zettelkasten de Niklas Luhmann, sociólogo alemán del siglo XX. Ese paseo por la concepción del almacén de citas, ideas y notas sobre las lecturas, divagaciones, sueños y posibles tramas es enriquecedor porque concluye que lo «fragmentario es potencial y una forma de huir de la retórica (…), es narrativa que no ha llegado, en efecto, porque es mejor así, imaginada. Estos párrafos son átomos de cuentos por hacer (…) y a través de estos fragmentos conocemos el paratexto, la verdad vital y literaria de Lovecraft».

Cuaderno de ideas es esencial para entender cómo se inicia el proceso creativo de su autor. Los lectores hubiésemos agradecido el agrupamiento indexado de los sueños, materias, temas y categorías, como demanda nuestro siglo. No obstante, si bien el comienzo del libro nos pareció una colección de fruslerías y greguerías, enseguida se nos alteró la atención y comprobamos que no, que lo que nos iba a ofrecer este cuaderno de textos sin hacer eran los embrionarios y plausibles hitos de su imaginación, el lugar de su maquinación.

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Autor: H.P. Lovecraft. Traductores: Juan Andrés García Román y Carmen Ibáñez Berganza. Título: Cuaderno de ideas. Editorial: Periférica. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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