El umbral del equinoccio de otoño marca el paso no sólo a una nueva estación, sino a un estado más contemplativo en los humanos, proclive a echar la vista atrás e idóneo para abrir el último volumen de los viajes de Mitsumasa Anno.
De ahí quizás que se trate de un volumen especial, con un matiz diferente al del resto de la serie. En dicho epílogo, Anno describe el desencadenante de este viaje introspectivo: la reciente catástrofe nuclear de Fukushima desatada tras el terremoto de Japón oriental (el álbum fue publicado originalmente en 2013, cuando Anno estaba en el otoño de su vida). La crisis nacional que provocó dicho acontecimiento y la reflexión ecológica consecuente llevó a Anno a evocar el país de su infancia, previo a la guerra mundial, un Japón sin agua corriente y casi sin electricidad donde las sandías se refrescaban sumergiéndose en el pozo.
El propósito que mueve el viaje introspectivo de Anno, un regreso a los paisajes de la infancia, es declarar su fe en un futuro mejor para los niños y sus padres jóvenes (a ellos evoca en las últimas líneas de su epílogo), su creencia en que existía y puede volver a existir la felicidad en tiempos de ahorro energético, su fe en que el ser humano puede adaptarse a horizontes de vida razonables que permitan su supervivencia.
Todo lo anterior explica que haya una diferencia fundamental entre éste y sus otros álbumes de viajes. En éste predomina la luz no anotada del recuerdo. Quizás por ello haya menos detallismo, o mejor: una atención más general, la que brinda una memoria íntima (los escenarios de su pueblo natal, Tsuwano, el recuerdo de tradiciones propias, vividas desde dentro).
El contraste humorístico entre el mundo antiguo representado por el viajero y el mundo de la modernidad, característico de otros álbumes, aquí se difumina, dando lugar a un tono más lírico. La evocación del mundo premoderno es completa y se baña en su propia luz (pescadores, techadores, cazadores, campesinos, artistas ambulantes, desfiles y festejos populares…), sin que ello impida los pequeños anacronismos juguetones de su autor (el rodaje de Los siete samuráis, la evocación de la escuela de la conmovedora película Veinticuatro ojos), o sus tradicionales juegos de ocultación, en este caso consagrados a la evocación de historias y personajes del folclore (el cuento de Urashima Taro, el niño forzudo Kintaro, la maravillosa historia de la princesa Kaguya…).
Esta luz de equinoccio es nostálgica y alegre a partes iguales. Es el gran logro de Anno: su capacidad para sortear los peligros de la ideología o del sentimentalismo representando, mediante el símbolo del viaje, los valores de un mundo sumergido. En una de las primeras escenas del álbum, Anno dibuja con discreción el Pino de la esperanza, único ejemplar superviviente tras el tsunami que devastó el bosque de Rikuzentakata, convertido en símbolo nacional, mientras su peregrino conversa en la playa con pescadores que secan el fruto de su pesca, al tiempo que un niño debuta con el anzuelo. Es una escena amplia, a doble página, como todas las suyas. Nada está subrayado, todo es importante. Junto al pino, hay cuerdas con ropa tendida.
En la portadilla del libro, el tren cruza “tal como lo recuerdo” el gran puente del pueblo donde nació Anno. Sobre el río que cruza ese puente anota: “De pequeños, nadábamos en ese río porque no había piscina en la escuela. Mejor dicho, nos metíamos en el agua”. Así en su juventud peregrina por Europa como en el otoño de su vida, la sonrisa siempre condujo el camino del viajero Mitsumasa Anno.
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Autor: Mitsumasa Anno. Traductor: Gabriel Álvarez Martínez. Título: Los viajes: Japón. Editorial: Kalandraka. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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