Según la definición de Chuck Klosterman en su ensayo El sombrero del malo (Es Pop Ediciones), los villanos con quienes nos llegamos a identificar son aquellos que saben más sin que les importe nada demostrarlo. Hay algo en esa despreocupación, en esa seguridad en sí mismos, que nos lleva a la admiración casi culpable de quienes sabemos que, en el fondo, no son buenos, signifique lo que signifique la bondad para cada uno.
En su libro, Klosterman maneja referentes como Tony Soprano, Walter White, The Eagles, Dexter o Darth Vader. Los antihéroes se han convertido en toda una referencia en la cultura popular durante las últimas décadas. Lo que hace que muchos de estos personajes lleguen a ser vistos con buenos ojos, según el autor, es el contexto que ofrece a cada historia el propio espectador, que es quien acaba «salvando» o no al malvado en función de cómo juzga su actitud ante la vida.
Ahora que arranca otra campaña electoral, los candidatos se esfuerzan por aparentar que son los que más saben. Sin embargo, el contexto en el que viven muchos votantes hace pensar que los aspirantes se preocupan poco de los problemas comunes que tendrán que resolver si ganan. Si se cumple la definición de Chuck Klosterman, esto último importa poco. Quienes crean que su candidato sabe de verdad, votarán, aunque piensen que en el fondo es un despreocupado. Nos conformamos con poco. El resto será incapaz de identificarse con un colectivo que se ha ganado a pulso la etiqueta de villano.
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