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Lucas y yo

El argumento de este thriller es una espiral: un escritor en ciernes quiere escribir su primer true crime y para hacerlo se instala en el lugar donde se cometió el crimen más famoso del país. Allí conocerá a algunos de los protagonistas de aquella historia y, claro, allí terminará convirtiéndose en un nuevo personaje de la misma.

En este making of, Paul Pen explica el origen de A un lado de la carretera (HarperCollins).

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Hace tiempo que sabía que acabaría escribiendo una historia situada en un hotel de carretera y, al final, ha sido esta, mi sexta novela. A un lado de la carretera nace de mi fascinación por los alojamientos que se encuentran a mitad de camino, esos que parecen no pertenecer a ningún lugar en concreto. No están ni en la ciudad de origen ni en la de destino, tampoco merece mucho la pena parar en ellos salvo para comer algo, descansar quizá. Lugares de usar y tirar que se olvidan en cuanto se abandonan y que a mí, sin embargo, siempre me han resultado de lo más inspiradores.

En mi bibliografía abundan las localizaciones aisladas —desiertos, sótanos, autocaravanas— y las familias proscritas que habitan esos lugares. Esta nueva novela reincide en ambos conceptos, siendo un hotel de carretera el lugar de destierro que acoge la vida de una familia más que disfuncional. Siempre he manifestado mi fascinación por los autores norteamericanos y su ficción omnipresente —en estanterías, cines y televisores— con la que me tocó crecer, por lo que hubiera parecido lógico por mi parte situar esta historia en uno de esos moteles protagonistas de tantas novelas, películas, series. En el imaginario americano, el motel es un elemento tan presente y tan potente como lo es la fortísima cultura de carretera de la nación. Vilipendiado o admirado, ha inspirado a cientos de creadores —desde Kerouac a Lynch, pasando por muchos otros— hasta conseguir, a base de romantizar la existencia de esos moteles, que el mundo entero compartamos el embrujo de un neón brillando en la oscuridad, ofreciendo habitaciones de esas en las que tantos crímenes hemos visto cometerse, tantas infidelidades consumarse y tantos fugitivos celebrar que el maletín está lleno de fajos de billetes de cien dólares.

"Digo que considero a la novela un true crime porque, aunque no lo es técnicamente, ya que el crimen que se cuenta no es real sino pura ficción, en el universo de la historia sí se trata como tal"

Sin embargo, con nuestros hoteles de carretera no ha ocurrido lo mismo, cuando podrían reivindicarse de la misma manera, celebrando también su peculiar estética —más apagada, eso sí, más de terrazo y poto que de neón y palmera— y las miles de historias que también habrán acogido sus habitaciones. Por eso, aunque por mis influencias artísticas hubiera sido esperable que ubicara esta historia —a la que, para colmo, considero un true crime— en un clásico motel olvidado en alguna interestatal americana, al final he optado por traérmela a una carretera secundaria de las nuestras. De las de adelfas, cardos secos, latas oxidadas, toros gigantes y clubes de alterne anunciados con baratísimas tiras de led.

Digo que considero a la novela un true crime porque, aunque no lo es técnicamente, ya que el crimen que se cuenta no es real sino pura ficción, en el universo de la historia sí se trata como tal, ya que seguimos los pasos de un aspirante a escritor de true crime que se traslada al lugar de los hechos para novelizar un suceso. De nuevo, surgen inmediatas referencias norteamericanas al pensar en Truman Capote y su traslado a Kansas para escribir A sangre fría, pero yo a mi escritor lo he llamado Lucas Falena y lo he llevado a un punto indeterminado del Levante español, en un tórrido verano, para alojarlo en un sitio muy nuestro: el Hotel Restaurante Plácido.

"Al final, por suerte, creo que nos entendimos bastante bien y todo ese galimatías ha quedado atrapado en mi mente, mi ordenador y mis jornadas de escritura, pero no ha transpirado a las páginas"

Este protagonista, el de un escritor en ciernes que pretende escribir su primera gran novela inmiscuyéndose en la vida de una familia desgarrada por un asombroso crimen, ha supuesto para mí uno de los grandes retos de A un lado de la carretera. Ha sido la primera vez que escribía sobre un escritor, incluyendo además capítulos de su novela dentro de la mía propia. La decisión de meterme en su piel ha acabado suponiendo un ejercicio metaliterario muy interesante de explorar que, además, me ha obligado a planificar con especial cuidado y atención la manera en la que iba a ir desvelando la información. Esa dosificación de información es, precisamente, uno de los pilares más importantes, si no el que más, de este género de suspense en el que me muevo, así que atreverme a jugar con ello resultó ser toda una osadía. La vida se me complicó al tener que decidir en todo momento si debía ser Lucas en su novela, o yo en la mía, quien desvelara según qué datos fundamentales de la trama.

Al final, por suerte, creo que nos entendimos bastante bien y todo ese galimatías ha quedado atrapado en mi mente, mi ordenador y mis jornadas de escritura, pero no ha transpirado a las páginas, en las que la historia se lee de la manera fluida que siempre quisimos Lucas y yo. Al final, juntos, hemos dado forma a una novela —o dos— que ahora mismo no sé si he —o hemos— escrito a dos o a cuatro manos.

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Autor: Paul Pen. Título: A un lado de la carretera. Editorial: HarperCollins. Venta: Todos tus libros.

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