Oil Rocks no existe. No está en los navegadores al uso en una época en que estos preceden siempre nuestros pasos. Ocupa quizá un lugar evanescente, inasequible a la geolocalización. De hecho, algo de eso hay. Hemos visto la secuencia de una película en blanco y negro, el párrafo de un libro que menciona una isla artificial en el Mar Caspio, no lejos de Bakú, conocida durante un tiempo como la Atlántida soviética. Es parte de un rumor o una leyenda que cuenta cómo se hundieron siete viejos buques y se descargó sobre ellos toneladas y toneladas de escombro hasta formar el terreno suficiente para sostener una explotación petrolera a gran escala: depósitos, viviendas para los trabajadores, diques y carreteras sostenidas mediante plintos de acero sobre el agua. Se empezó a construir en 1949 y en 1951 ya era plenamente operativa. Llegó a tener edificios residenciales de cinco plantas, una planta eléctrica, una clínica, una fábrica de pan, un parque. Doscientos kilómetros de carreteras unían la isla con una extensa red de pozos en los que trabajaban más de cinco mil personas.
Oil Rocks es quizá un lugar en el pasado, un hito de la experiencia humana con la energía y la tecnología. Aquí se extrajo por vez primera petróleo del fondo marino y se instalaron las primeras tuberías que lo transportaban desde alta mar a tierra firme. Estos hitos tecnológicos se suman a los propios del mar Caspio, quizá el lugar del globo más estrechamente asociado al petróleo, desde que hace miles de años se empezara a usar para iluminar casas, brear barcos y rendir un culto al fuego muy anterior a Zaratustra. Las emanaciones espontáneas fueron dando paso a técnicas de extracción cada vez más sofisticadas. En el siglo XIX los primeros intentos de sacar petróleo del mar se saldaron con sonoros fracasos, que se compensaron ganando más terreno al agua para levantar nuevos pozos. La extracción se llevaba a cabo vertiendo el petróleo al suelo, formando enormes balsas de almacenamiento, antes de que tuberías y depósitos permitieran un aprovechamiento más eficaz y de menor impacto ambiental. En 1846 el ingeniero Alekseev excavó un pozo de 21 metros con un taladro rudimentario y a partir de entonces esta herramienta no deja de mejorarse, reduciendo la intervención humana e incrementando la capacidad de extracción. La industria creció rápidamente atrayendo tecnología y capitales de medio mundo. Los hermanos Nobel, los Rothschild, la Royal Dutch Shell se forjaron en gran medida en estas tierras. Definieron en el Caspio la tecnología e industria del petróleo a nivel mundial al tiempo que transformaron de forma definitiva el paisaje y la economía de la región. En 1901 Bakú producía la mitad del petróleo mundial. Aquí se desarrollaron los primeros métodos y maquinaria de extracción, la compresión de gas y petróleo, así como los sistemas de depósito y transporte, incluyendo los primeros barriles metálicos y los primeros petroleros. Los avances tecnológicos continúan en la época soviética, que ve aumentar año a año la dimensión estratégica de los yacimientos. El petróleo del Caspio define el escenario y el desenlace de la II Guerra Mundial. El afán del régimen nazi por apoderarse de los yacimientos de Bakú da pie a la mayor batalla de la historia de la humanidad, Stalingrado, con más de dos millones de muertos. La derrota alemana cambiará el curso del conflicto: Hitler no conseguirá el petróleo del Caspio, que en cambio mantendrá en marcha los tanques soviéticos hasta Berlín.
La iconografía soviética presenta un Oil Rocks asentado confortablemente en la Historia: sellos conmemorativos, visitas del Bolshoi y Jruschov, ilustradas por películas y músicas enfáticas. Sin embargo, la Historia la cuentan los vencedores y con la desmembración de la Unión Soviética y la independencia de Azerbaiyán, que toma control de la explotación a principios de los noventa, el pasado de Oil Rocks se hace difícil de transitar. Conforme al relato nacionalista la isla en el Caspio sería un icono del expolio de los recursos azeríes por la tiranía colectivista y no una proeza científica y popular.
Si Oil Rocks no es un lugar constatable del pasado, quizá sea una referencia firme del futuro. Sin embargo, la producción de petróleo empieza a decaer en los 80 y otros yacimientos, tanto en Siberia como en los Urales y el Cáucaso, van tomando el relevo en la Unión Soviética. Las instalaciones envejecen y la creciente inestabilidad no ayuda a mantenerlas en buen estado. Al vencerse los plintos por el embate del mar y las tormentas, muchas de las carreteras que unen los pozos con la isla principal se vienen abajo. Los barcos substituyen a los camiones como única forma de acceder a unos pozos que, cuando siguen operativos, funcionan con tecnologías obsoletas. Aumenta el número de accidentes pese a que se va reduciendo el número de trabajadores, hasta los menos de 2000 actuales.
La independencia de Azerbaiyán marca el inicio de una carrera desbocada por el incremento continuo de la producción en la que Oil Rocks ocupa una posición cada vez más marginal. Cuanto más mejor, sin importar cómo, parece ser el lema de este nuevo programa, que se cumple con contratos de producción compartida que entregan la explotación de nuevos yacimientos en alta mar a multinacionales occidentales.
Hoy en día apenas quedan unas decenas de kilómetros de carretera en la Atlántida soviética. Los pozos aislados y abandonados dejan un rastro de vehículos y maquinaria herrumbrosa en las carreteras truncadas, incluyendo verdaderas reliquias de los setenta y ochenta. Oil Rocks no es rentable más que en los periodos de alza aguda de los precios del crudo. El coste de extracción por barril llega a triplicar el de algunos yacimientos de Oriente Medio. Sin embargo hay poderosas razones para mantenerlo operativo, aunque sea parcialmente y con una plantilla reducida. De un lado, constituye una reserva fácilmente accesible para cuando los precios, como todo parece indicar, emprendan una escalada sin retorno, vinculada al fin del recurso. De otro, el desmantelamiento de forma ordenada y segura de la gigantesca ruina del Caspio tendría un altísimo coste. Abandonar las instalaciones a su suerte, entregándolas por completo a las tormentas y la erosión marina no es una opción viable, ya que provocaría una tragedia ecológica de alcance insospechado.
Aunque Oil Rocks no encuentre un emplazamiento sólido en el pasado ni en el futuro, no cabe duda de que pertenece al Antropoceno, la nueva era geológica definida por la intervención humana. La isla artificial es una muesca especialmente llamativa en la ecología y el paisaje de una región modelada por siglos de intervención extractiva. El epígono de esa conformación humana del paisaje lo representa el “Zoroaster”, el primer petrolero de la Historia, construido por los hermanos Nobel en Suecia y llevado hasta el Caspio por el Volga. Está allí, aunque no lo veamos. Es uno de los siete buques que los soviéticos hundieron para comenzar a erigir la isla sobre las aguas.
Por otra parte, cada vez es más posible vislumbrar un emplazamiento privilegiado para Oil Rocks en la distopía energética a la que nos encaminamos. Es claro que el petróleo se agota pero la explotación no se atempera, modulada por un vector único, la demanda creciente de un capitalismo que sólo sabe acelerar, sin atender a las consecuencias con el entorno y las generaciones futuras. El régimen de Azerbaiyán ha demostrado ser un campeón en esta carrera sin objeto, con el patrocinio de las grandes multinacionales petroleras y el dopaje que facilita la corrupción institucional. Oil Rocks, al borde del desastre medioambiental y en desafío constante a los principios más elementales de seguridad laboral, es al tiempo agente y víctima de este proceso. Apenas nos deja vislumbrar hoy los vestigios de su fulgurante desarrollo tecnológico, porque en la ruina actual impera, sobre cualquier otra consideración, la persistencia de una voluntad extractiva que no conoce el reposo. Que nos confirma que el Caspio puede ser el Alfa y Omega de la explotación petrolera en nuestro planeta. Que igual que nos dio las llamas de los viejos templos de Zaratustra puede entregarnos, si lo exprimimos a fondo, la última gota de crudo.
Mientras Oil Rocks encuentra su verdadero lugar, la ficción le ha buscado un sitio, por modesto que sea, como escenario de La quimera del Hombre Tanque, novela que Random House Mondadori publicará el 8 de junio de este año y en la que los personajes recorren la inmensa ruina de la Atlántida soviética buscando en el pasado cómo saldar cuentas con el presente.
Una excelente presentación audiovisual de Oil Rocks puede encontrarse en el documental de Marc Wolfensberger: Oil Rocks- City Above the Sea:
———————————
Autor: Víctor Sombra. Título: La quimera del Hombre Tanque. Editorial: Random House Mondadori. Venta: Amazon y Fnac
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: