Llega septiembre a Madrid con el anuncio de un otoño que se presenta cargado de intenciones, ideas nuevas y muchos proyectos, algunos de ellos disparatados. Mientras unos se lanzan con entusiasmo a esa vuelta —o rentrée, como ustedes prefieran—, otros sentimos la necesidad de buscar un refugio del mundo real, de las aglomeraciones vividas en los meses pasados, del agotador descanso, y de la tal vez excesiva vida social veraniega. Y qué mejor refugio que los buenos amigos y las conversaciones sobre vida, literatura y poesía. Si los amigos somos María José Solano, Paula Torres y el poeta Luis Alberto de Cuenca, y el escenario es la biblioteca de este último, septiembre se presenta inmejorable.
La guarida del poeta es una fantasía literaria digna de Las mil y una noches, un laberinto de estancias repletas de libros entre los que se esconden algunas de las ediciones príncipe más codiciadas por los bibliófilos de todo el mundo. Luis Alberto nos conduce por la cueva del tesoro entre lecturas y recuerdos de vidas y poemas pasados y futuros, mientras esperamos a Jeosm para que nos haga sus fotos maravillosas, hoy con un puntazo pop.
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—Paula Torres (PT): Me llama la atención, de los personajes legendarios que habitan tus versos, tu predilección por Gilgamesh.
—Gilgamesh viajó a los confines del mundo, pidió la planta de la inmortalidad y se la llevó a Uruk, pero en medio del desierto se paró en una apetecible poza para darse un baño. La planta que devuelve la vida, abandonada en la orilla, fue engullida por una serpiente marina que mudó de camisa y volvió a sumergirse. Gilgamesh y toda la descendencia de héroes y de hombres perdieron en aquel instante la oportunidad única de ser inmortales. Se trata de una leyenda que nos informa acerca de la necesidad de la mortalidad humana. Y está bien traído como comienzo de la entrevista pues, al fin y al cabo, este libro de Cátedra Letras Hispánicas que resume parte de mi obra poética se titula, precisamente, El triunfo de estar vivo.
—María José Solano (MJS). ¿Hay una vuelta ahora, con tu edad, al refugio de los clásicos?
—Yo siempre he estado con los clásicos, no me han abandonado nunca. Quizás sea verdad que ahora los releo más, pero siempre he vivido y he escrito con esta sensación de que volviendo a los clásicos me salvaba.
—PT: Eso es un concepto moderno. O posmoderno.
—Yo creo que lo segundo; la caracterología de mi obra es muy posmoderna.
—MJS: Decías que tu poesía había ido del “culturalismo” a la vida, pero ¿y tu vida?
—En mi vida se han producido muchos altibajos conforme me he ido casando o no-casando. Después, evidentemente, ha habido momentos de una extrema libertad y otros de extrema normalidad burguesa.
—MJS: La producción poética está íntimamente ligada a la biografía del poeta.
—Absolutamente cierto. Fíjate, una de las pocas veces que fui a un psicoanalista, éste me pidió como parte de la terapia que le escribiera una serie de cosas sobre mi vida, pero yo le dije: “En vez de eso, te voy a traer todos mis libros de poesía, y ya está”. Y para mi sorpresa lo aceptó, dándome completamente la razón. Y es que la poesía tiene algo de striptease congénito a su propia esencia que no tiene la prosa.
—MJS: Es curiosa la contradicción creativa: cuando eras un joven universitario aplicado, tu poesía nacía en estructuras abiertas, pero cuando llegas a la agitada y setentera vida de la Movida, tu poesía se ordena en estructuras métricas cerradas.
—Bueno, eso se ha dicho en ocasiones, y didácticamente funciona, pero no es tan real, porque en mi primera poesía ya está, de alguna manera, instalada la métrica. La poesía tiene que sonar bien, como la música. No debemos renunciar, como lo ha hecho la vanguardia, a esa música. Y la música siempre viene por la métrica. Mira los griegos, eran implacables con la métrica. Incluso en los poemas de verso libre o los poemas en prosa como los de Walt Whitman, Saint-John Perse o José Martí, siempre existen unas cláusulas de métrica y rigor ordenancista. El ritmo en ellos es brutal. La poesía puede prescindir de metro, pero no de ritmo. Y ese es el talento del poeta, el haber nacido con una tékne capaz de hacer que un puñado de prosa tocada por él sea, inequívocamente, poesía.
—PT: También en tu poesía, no en la forma sino en el concepto, atentas contra cualquier moralidad burguesa.
—Sí, pero es que mi contradicción es ser muy conservador y al mismo tiempo muy libertario. Trabajo con esas dos constantes de una manera, pienso yo, armoniosa, y sin que me produzca shock.
—MJS: Sin salir de tu biografía, hay en ella una novia muerta, Rita, que te da razones para la poesía y para ser la sombra de Dante.
—Y de Petrarca también. Pero yo creo que sin ella mi poesía habría existido inevitablemente, porque el poeta, de eso estoy cada vez más seguro, nace, no se hace. Y yo nací poeta. Hay mucha gente que nace poeta y que no escribe un verso en su vida, pero es muy probable que si no llega a morir Rita en aquel accidente a los 18 años, hubiera ocurrido cualquier otra cosa que me hubiera llevado al terreno de la escritura. Ella y yo ya escribíamos cuando nos conocimos. De hecho, hicimos una obra de teatro juntos. Fue muy hermoso aquello.
—MJS: Hay quienes afirman que para escribir poesía debe ocurrir alguna tragedia vital… pero en Borges, por citar a uno de tus poetas de cabecera, no se dio tal caso.
—Hay mucha tragedia, pero hay que saber leerla. Borges no es solo esa especie de ser que practica un imperialismo sobre el mundo que consiste en que nada le afecte. A él se le ha acusado de que el amor no aparece en su obra, pero eso es mentira. Borges es un poeta del amor extraordinario, pero hay que buscarlo con cuidado, en sus versos. En mi caso, mi obra tiene poemas tristísimos y poemas humorísticos y también poemas trufados de las dos cosas. Mirad, Priestley, el dramaturgo inglés, dice en El tiempo y los Conway, siguiendo el Eclesiastés, que “hay un tiempo para disfrutar y un tiempo para dolerse, pues alegría y dolor son las dos constantes del ser humano”. Yo me limito a expresar esos dos conceptos en mi poesía.
—PT: Precisamente, tus versos se mueven entre contrarios que se muestran complementarios: de la epopeya a lo trivial, del fútbol o el TBO a los clásicos griegos, pero no te cala ningún dogma, eres libre, aunque desde la supuesta educación burguesa que se te presume.
—Es que precisamente todos los que han roto con las ataduras de lo burgués siempre han sido burgueses, en su inmensa mayoría. Es habitual ese tipo de cosas; no es propiamente mío.
—PT: Esa libertad te ha llevado a la capacidad de escribir poemas casi de cualquier cosa.
—Sí, eso lo admiraba yo mucho en Neruda cuando era muy aficionado a Neruda quien, dicho sea de paso, ha perdido bastantes enteros en mi aprecio, aunque me sigue gustando. Pues en aquella juventud nerudiana yo admiraba sus Odas elementales, que incluyen poemas al caldillo de congrio o qué sé yo, al cocido. Se puede cantar todo eso en poesía.
—MJS: Ahora que citas a Neruda, el poeta del amor… ¿la poesía te ha sido útil para ligar?
—Sí, porque siempre he aborrecido las discotecas; ahí no se puede hablar.
—MJS: Parece difícil de creer, siendo un muchacho de la Movida Madrileña.
—Ya, pero precisamente por eso; tienes que aguantar tanto ruido que al final terminas huyendo de allí. Pero en serio: la verdad es que las he frecuentado poco, y nunca he ligado en las discotecas; no me gusta el tipo de relación que se entabla en ellas. Mi medio natural de enamorar siempre fue la palabra, quedar con alguien para un café o un refresco y poco a poco descubrir que ella va a ser la mujer de tu vida durante los próximos seis meses. O el tiempo que sea. Ese descubrimiento paulatino es fascinante, aunque también hay un primer encuentro, un primer “pantallazo” de silencio en el amor que es definitivo. Al menos en mi recuerdo es así.
—MJS: O sea, que la poesía te ha sido muy útil en ese campo.
—Sí. Y no solo a mí, querida MJ, también ha habido gente que me consta que ha ligado gracias a mi poesía, cosa que me llena de orgullo y satisfacción, porque al menos sé que mi poesía ha servido para algo útil.
—MJS: Bueno, la poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita.
—Muy bonita frase. No dejes de incluirla en la entrevista.
—PT: Yo tengo una pregunta, Luis Alberto: ¿por qué te fascina tanto la caballería?
—Porque el código caballeresco es algo que, desde pequeño, quizás aprendido en los cómics y los libros de aventuras, me ha parecido siempre un código digno de observarse a lo largo de una vida. Realmente, mi vida se ha regido siempre por ese código y creo que muy pocas veces me he apartado de él. Puede parecer una petulancia, pero no recuerdo ningún momento de mi vida en que no haya sido un caballero. Me gusta, además, saber que se trata de un código que comparto, con matices y variables, con hombres a los que admiro y aprecio como Arturo Pérez-Reverte o Loquillo. Pero ojo, la biografía de uno es una llanura con accidentes, los cuales también justifican una biografía. Quiero decir que en un bushido sin sombras la vida sería una anodina línea plana, y en esa línea sin accidentes no se puede escribir ni un solo verso.
—MJS: ¿La mitología moderna es el cómic?
—No. El cómic es una asociación entre la literatura y la imagen. Es el arte secuenciado en viñetas; un invento del XX o finales del XIX que está viviendo ahora un grandísimo auge. Se han hecho novelas gráficas hasta de (¡agarraos!) la Crítica de la razón pura de Kant. No se le puede negar el valor didáctico al cómic. Yo mismo tengo dos libros ilustrados por Laura Pérez Vernetti. Y estamos trabajando en uno nuevo donde Laura ilustra parte de mi poesía erótica.
—PT: ¿El cine ha influido en tu poesía?
—¡Mucho! Y especialmente Howard Hawks, mi director favorito. En uno de mis poemas hablo de él y de una película suya, Sólo los ángeles tienen alas, que es sublime. Pero mirad, os digo algo para esta entrevista que debe ser diferente a las demás entrevistas. Se trata de una confesión: yo no soy un cinéfilo; soy un afiliado a unas determinadas películas, pero no veo el cine que se supone que hay que ver. Soy de fetiches muy particulares. Por ejemplo, el cine mudo, con D. W. Griffith a la cabeza, un director que me fascina, sobre todo en Juguetes rotos, Intolerancia o El nacimiento de una nación. En segundo lugar estaría, inevitablemente, Cecil B. DeMille y sus Diez Mandamientos. En tercer lugar, pero no menos importante, mi fetichismo reside en Murnau y sus dos obras maestras: Nosferatu y Fausto; las estaría viendo toda mi vida. En fin, no soy cinéfilo porque no me interesa el cine globalmente, pero sí me interesa el expresionismo alemán, este cine mudo de los 20 y las películas de los años 30, 40 y 50.
—MJS: ¿Algún director de cine actual?
—¡Por supuesto! Inevitablemente Tarantino, porque como decía antes Paula de mi poesía, este es capaz de asociar lo más popular o transgresor con lo más conservador. Y realmente no hay una película en especial; me gustan todas. Esto en realidad también me pasa con los directores anteriormente citados. Mis amigos cinéfilos de Cowboys de Medianoche, Garci o Torres Dulce, analizan siempre, pero yo soy muy bruto para eso; si me gusta un cineasta, me gusta entero y verdadero con sus fallos, sus torpezas.
—MJS: ¿Cómo entra el cine en tus versos?
—El cine lo impregna todo, toda la poesía contemporánea. No hay, eso es verdad, una película determinada en mis versos; lo que sí hay es una visión muy de videoclip. Muchos de mis poemas se podrían filmar.
—MJS: Y hablando de eso, ¿qué fue antes, tu poema del lobo “Homo Homini Lupus” o la canción “Caperucita feroz” de La Orquesta Mondragón?
—La canción, que es del 79. No sé si os lo he contado, pero esa canción nace en VIPS (El de Lista, que era el VIPS por excelencia de Madrid en aquel momento), porque allí solíamos ir Gurruchaga, Canales y yo a merendar y ver a las chicas. A verlas solamente, porque para lo demás en aquel momento éramos una calamidad. Aquella tarde, Javier me dio una cinta con la música de la canción, que me llevé a casa para escuchar. Y recuerdo que allí sentado, con la música martilleando mi imaginación, vi que sobre la mesa había un libro de los cuentos de Perrault ilustrado, abierto precisamente por la página de Caperucita, justo en la escena en la que el lobo está disfrazado de abuelita. Esa canción fue fruto de un feliz hallazgo y una buena merienda en VIPS.
—PT: El lobo, junto con Dr. Jekyll and Mr. Hyde, son dos de tus obsesiones iconográfico-literarias recurrentes.
—SÍ. Hay muchas más, pero éstas son significativas. Laura, la ilustradora, que me ha dibujado en forma de lobo, me llama en ocasiones “Lupo Alberto” o “Lupino”.
—PT: También tienes la obsesión (no sé si llamarlo así) de coleccionar.
—Soy coleccionista por excelencia. Creo que la ausencia de coleccionismo en España es una muestra más de nuestro retraso. Coleccionar es ordenar el mundo, y a mí me gusta que me incluyan en las filas de esos tipos que ordenan de esa manera su mundo. De hecho, en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, mi biografía comienza así: “Filólogo, poeta, bibliófilo”. La bibliofilia es una de las características de mi vida.
—MJS: ¿Qué es ser poeta?
—Mira. Don Eulogio Florentino Sanz, un poeta hoy olvidado del siglo XIX, quien a veces acudía a casa de alguna familia pudiente a que le dieran chocolate con picatostes y a entretenerlos en las charlas, en una ocasión fue abordado con esa misma pregunta: “Pero, Eulogio, ¿para qué sirven los poetas?”. A lo que Eulogio, limpiándose los restos de chocolate del bigote con una servilleta inmaculada, respondió muy aplomadamente: “Para lo que sirven los demás hombres y, además, para hacer versos”.
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Luis Alberto de Cuenca es un caballero, es nuestro Dumas de la poesía, trasciende modas y generaciones; es clasicismo y rebeldía, héroes épicos y rock and roll.
Ha sido una tarde memorable, y además pasarla aquí, en este marco, un auténtico privilegio.
Al marcharnos, el poeta se despide y nos pide que no cerremos los ojos porque si no, se apaga el mundo. No hay mucho más que añadir.
Un verdadero placer leer esta entrevista.
Luis Alberto de Cuenca es de una estirpe de sabios a punto de extinguirse… pero mientras dura, vida y dulzura. ¡QUÉ TIPO EXCELSO!, larga vida a otro Cowboy sin tacha…