Miguel Munárriz junto al libro ‘Auténtico’, una antología gráfica y poética sobre el artista. Foto: Daniel Mordzinski
Luis Eduardo Aute era un enamorado de la Feria del Libro de Madrid. No le gustaba salir de su casa de Fuente del Berro, pero hacía gloriosas excepciones, y siempre que podía acudía ilusionado a firmar, ya fuesen sus libros o cualquier objeto o papel que algún aficionado a su música improvisaba. Era una manera de reencontrarse con sus lectores, con sus fans y con sus amigos —muchos amigos— que se pasaban por la caseta para charlar y darle un abrazo. Nunca hemos conocido a nadie que haya sido tan querido y por tanta gente; todos destacaban su respeto, cariño y generosidad. A veces, a Luis Eduardo Aute también le gustaba pasear como lector por la Feria, comprar, por ejemplo, el último poemario del cantautor hermano Pablo Guerrero, disfrutar de los libros y descubrir algún título, no importa de qué tema, que agujereara su curiosidad. Este año hubiera celebrado su cumpleaños —el 13 de septiembre— en la Feria del Libro. Esta crónica lo recuerda.
Ya nunca más volvería a pisar la Feria del Libro, pero el último recuerdo que este cronista guarda del amigo Aute es esa imagen cálida, intemporal, llena de futuro, de un artista que tenía mucho que decir y que había estado gozosamente firmando sus libros de poemas y de canciones. Se le notaba la alegría. Cinco años después, esos dos libros de Pigmalión siguen vivos en la Feria: Volver al agua, su poesía completa entre 1970 y el año 2005, y Claroscuros y otros pentimientos, todas sus canciones en un grueso volumen con un prólogo de Miguel Munárriz, otro de sus amigos del alma, quien también ha recogido el mundo y el pensamiento del artista en un hermoso libro titulado Auténtico (Editorial Ya lo dijo Casimiro Parker).
Desde Volver al agua, texto que funciona como pórtico de sus tres poemarios —y que luego se recogería en el álbum Intemperie— a los juegos de palabras y de ingenio de los seis volúmenes de poemigas, Munárriz ha hecho una selección de esa poesía tan personal y, sin embargo, tan próxima a la tradición. Por su parte, Miguel Aute se ha encargado de la retrospectiva gráfica de su padre, una bella manera de acercarnos al mundo de un artista que se asoma a Velázquez y Goya, y a los poetas de la generación del 50, sobre todo Caballero Bonald y Ángel González, sin olvidar su constante devoción hacia Paul Éluard, Vicente Aleixandre y Carlos Edmundo de Ory, del que grabó un disco con sus poemas. «Aute», escribe Munárriz, «es un artista cuya modernidad renacentista bebe del conocimiento de la filosofía, la poesía, la literatura y el arte».
Estos son los tres títulos de Luis Eduardo Aute que podemos encontrar en las casetas de la Feria. Faltan —y es una lástima— los seis libros de poemigas que con tanto gusto editó Siruela, y que hoy están descatalogados. Eran su otra cara poética, un experimento muy personal, tal como hizo una jovencísima Agatha Ruiz de la Prada con sus «trajes inacabados» (ese era el concepto final) en su temprana exposición de Berlín. Son poemas muy libres, llenos de juegos de palabras, de ingenio, irreverentes, irónicos, y una afilada crítica. «El pensamiento poético de Aute aquí está expresado con contundencia y humor», afirma Munárriz. Se nota que el autor disfrutaba escribiendo estos poemas, de la misma manera que un niño disfruta de los juegos, y aún más, de los juegos prohibidos. Ya los títulos nos predisponían: aninaLuno, animalHada, y así hasta el sexTo animal. Esta forma poética ha sido objeto de un estudio de la Universidad del País Vasco, donde la profesora Leire Fidalgo Fernández publicó un largo estudio titulado Los juegos lingüísticos en los poemigas de Luis Eduardo Aute, un «acercamiento interdisciplinar para estudiar los juegos de lenguaje en la obra de LEA» que «combina análisis lingüístico y literatura»’.
Los seis títulos de Siruela ya han desaparecido, pero los cientos de poemigas están recogidos en Toda la poesía, que publicó Espasa, en edición del propio Miguel Munárriz, un volumen que sigue vivo, tanto en la edición de rústica como la de lujo (de dos kilos y medio), pero que no han llegado —quizás por el peso— a los mostradores de la Feria. Una Feria que Aute empezó a recorrer y firmar hace ya décadas, posiblemente en la caseta de Hiperión, junto a su editor de entonces y amigo Jesús Munárriz (con el que grabó el disco Forgesound). En esta editorial publicó sus dos poemarios La liturgia del desorden y La matemática del espejo, y sus Canciones. Desde entonces Aute ha sido un verso suelto —el mejor verso, y el más querido— de la Feria del Libro.
En esta edición, doblemente otoñal, hemos echado en falta —quizás, una fantasía— oír cómo el 13 de septiembre, lunes, el altavoz del Paseo de Coches del Retiro anunciaba el cumpleaños de Luis Eduardo Aute, una noticia a la que seguiría, como felicitación, una de sus canciones. Por ejemplo, Recordándote: «…a ti, mi adolescencia que vuelves en la distancia», ese breve y hermoso tema de su álbum Espuma, cuyos acordes finales son un homenaje a los Beatles. Porque verdaderamente: «Yesterday, love was such an easy game to play…».
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