“Necesitamos reconvertir las palabras rotas por los poderes por unas pocas palabras verdaderas: quizá así las estrellas de nuestras banderas recuperarían su decencia”. Esto lo ha escrito Luis García Montero en su último libro publicado por Alfaguara, Las palabras rotas, una reivindicación de los valores democráticos, de la educación y de la poesía. Es la mirada perpleja del poeta la que le hace escribir en el poema titulado “Tal vez nos vamos de nosotros mismos, pero queda casi siempre una puerta mal cerrada…”: “Todo es raro y difícil / como sentirse Luis, como vivir en el segundo / izquierda de la noche /, ser español o estar enamorado”. En este libro, que es una manera de celebrar la vida y la literatura, se dice: “Una sociedad que se instala en la hipocresía, en el insulto y en la mentira es una sociedad enferma”. Por eso García Montero se instala en la posibilidad hospitalaria del arte, como recuerda que nos enseñó Diderot.
Hemos hablado de solidaridad, respeto, valores, convivencia, progreso, conciencia, lecturas, amor… con el poeta, ensayista, novelista y director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, escritor de gran conciencia crítica que nunca rehuye el compromiso político.
—¿En este momento inquietante en lo político son necesarias todas las advertencias para no tener que volver a decir: “Cómo hemos podido llegar a esto”?
—A mí me parece que la conciencia actual, la conciencia crítica, debe ser sobre todo precavida, y debe reflexionar sobre el pasado y sobre el presente para aprender las lecciones, y cada cual debe hacerlo en el compromiso de su vida personal, de su trabajo y de su ética como individuo. Reconstruir las ilusiones colectivas gracias a las experiencias personales. Yo, por ejemplo, en mi trabajo como poeta, con el lenguaje, me he sentido responsable para pensar en la sociedad y he comprendido hasta qué punto la corrupción de las palabras es un síntoma de la corrupción de la sociedad. Las palabras se corrompen de diversas maneras; primero utilizadas para mentir, y después utilizadas en una dinámica social donde se desprestigien algunas que son fundamentales para el vocabulario democrático. Me preocupa que en el cubo de la basura estén palabras como verdad, como bondad, como amor, como política… Fíjate que hay desprestigio en esta palabra, que siempre se usa para mal, y es verdad que la política está desprestigiada porque ha habido escándalos de corrupción, ha habido sectarismo, mentiras, pero es muy temerario desprestigiar la política como si los problemas de la política pudieran solucionarse desprendiéndonos de ella. El problema de la política ha sido el gran ejercicio democrático para organizar nuestra convivencia a través de medios pacíficos y para evitar la violencia y la explotación sangrante. Yo creo que debemos hacer un ejercicio de reivindicación de la política y debemos recordar en la experiencia literaria los consejos que daba Juan de Mairena a sus alumnos: “Desconfiad de quien os diga ‘no os metáis en política’, porque eso es que quiere hacer la política, sin vosotros o contra vosotros”, y es que en el discurso de un escándalo no solo surge que este señor es un mentiroso o es un chorizo, sino también el mensaje de que la política es una mentira y una farsa, y eso es muy peligroso.
—Quién nos lo iba a decir, después de haber trabajado tanto por la democracia en la Transición.
—En la Transición la democracia necesitaba de un compromiso político, no solo para votar a un partido cada cuatro años, sino para organizar la dignidad del trabajo, de la sanidad y la educación públicas, de las relaciones intimas, de lo que decimos “cuándo soy hombre o soy mujer”. Lo que nos ha enseñado la poesía y nos ha enseñado la vida ha sido una enseñanza de carácter político, la dimensión pública que tienen los sentimientos privados, la dimensión pública que tienen los valores más íntimos. Lo que tenemos que hacer es meditar sobre todo eso en un tiempo como en el que estamos, donde hay tantos mecanismos de control de la política, porque lo que hay son muchos mecanismos de control de la conciencia. En un mundo donde la prensa podría estar sometida a los bancos y a las grandes fortunas, han sido importantes las plataformas digitales para crear nuevos medios de comunicación más independientes que algunas cabeceras clásicas. Defender como territorios de libertad algunos medios de comunicación debe servir también para ser precavidos con la mentira y la manipulación barata que se está poniendo en marcha en las nuevas plataformas; y ya no es solo que haya un periodista honrado o no. Yo, por ejemplo, precavidamente, tengo que evitar que mi contacto con el mundo sea un círculo vicioso, porque lo normal es meterte en internet y buscar no solo las noticias que te interesen sino los medios que te van a dar la razón de lo que piensas. Si uno no es precavido, la prensa puede convertirse en una espacie de ejercicio hedonista donde uno busque lo que le da la razón y no le cree contradicciones a la hora de explicarse el mundo. Todo eso está generando un mecanismo de identidades cerradas, de creerte en posesión de la verdad, de despreciar al otro, que las nuevas realidades técnicas están potenciando.
—¿Está contando alguien nuestra historia, a la manera de Galdós con sus Episodios nacionales, o estamos dejando que sean los líderes políticos los que lo hagan?
—Yo creo que la literatura está contando nuestra historia. Hay de todo: está claro que hay un relato creado virtualmente que está sustituyendo las realidades por invenciones virtuales, y ese es el gran problema. El libro de Justo Navarro El videojugador: A propósito de la máquina recreativa (Anagrama), me parece estupendo cuando llama la atención sobre cómo hay toda una estructura donde el videojugador en lugar de ser el dueño del relato se convierte en el engranaje de unos códigos que le dominan. Eso está pasando en la vida, y aunque la sustitución de la experiencia de carne y hueso por realidades virtuales está ocurriendo, también es verdad que hay una resistencia literaria, en la novela, en la poesía, para estar más en contacto con la experiencia de carne y hueso que con el relato virtual. Fue muy significativa la polémica en torno a Galdós, con algunos artículos de Benet tirando al cubo de la basura a Galdós porque lo que se llevaba entonces eran unos novelistas que tenían que ver con la elucubración abstracta del lenguaje. Yo cito a Rafael Chirbes en el libro pero hay algunos más que mantienen la experiencia con el relato humano, y eso se da en la poesía. A mí me parece bueno contraponer la idea del tiempo de la cultura neoliberal, que es la del vértigo, la idea de la prisa…. ¿Por qué funciona la postverdad? Porque lo que se dice hoy ha pasado de actualidad mañana y no te compromete. Puedes decir la barbaridad que quieras, crear el sentimiento de indignación que quieras y mañana nadie se acuerda, y así se va construyendo un relato virtual falsificador. Bueno, pues sobre esa mercancía del tiempo de usar y tirar, Martha Nussbaum afirmaba que tiene su contrapeso en la idea del tiempo del relato literario, que no es de usar y tirar, sino que es una experiencia humana que viene de atrás, que tú la heredas. Y ese sentimiento de ser heredero se convierte en el mayor compromiso para dejar el legado a la generación siguiente, y hay un consenso y un diálogo generacional que tiene mucho que ver con lo que te pueden enseñar Galdós, Rosalía de Castro, Federico García Lorca, con lo que te pueden enseñar Garcilaso, Safo o Esquilo: es un bagaje de experiencia humana que no se concibe a sí misma como mercancía de usar y tirar y que reclama meditación, trabajo y no improvisación, no vértigo, no creer que se puede opinar de cualquier cosa sin responsabilizarte de tus propias opiniones, no creer que la libertad es decir lo que piensas sin haberte preocupado de pensar lo que dices. Eso es lo que yo defino como reivindicación de las palabras, del relato literario frente a una época de usar y tirar.
—Hábleme del fenómeno de la poesía joven.
—Cuando planteo el nuevo fenómeno de la poesía joven que se ha dado entre lo privado y lo público de las redes, que está generando una moda por la poesía que vosotros habéis trabajado muy bien en los concursos literarios [se refiere a Zenda], yo reivindico que hay que huir de cualquier desprecio a los jóvenes porque los jóvenes responden a su tiempo con una realidad distinta a lo que era mi tiempo en 1978, cuando cumplí 20 años. Es otra realidad. Hay que evitar ese desprecio a los jóvenes pidiéndoles que no vayan de hedonistas, creyendo que se lo van a inventar todo y que no tienen nada que aprender de sus mayores. Yo estoy convencido de que la nueva literatura la están haciendo, como siempre ha sido, las generaciones nuevas, no solo por ser jóvenes sino porque además se han preocupado de formarse. Yo creo en el joven que se ha tomado las molestias de leer a Baudelaire o de leer a Leopardi, y no el que se cree que internet lo va a hacer genial y se lo va inventar todo de la nada.
—Por eso me parece tan importante ese recuerdo permanente, esa apoyatura que tiene en Antonio Machado.
—Machado es lo más cercano a un poeta cívico nacional. Machado creó la tradición de Jaime Gil de Biedma, de Ángel González. Machado es un poeta muy profundo intelectualmente, que se formó en la filosofía, y a mí ese tipo de preocupación cívica que une los sentimientos con las razones me parece muy importante, como santo laico, ¿no? Hemos vivido en un mundo que ha creído que la razón puede desprenderse de los sentimientos y de la responsabilidad ética. Hemos visto cómo lo científico y lo técnico desembocan en armas de destrucción masiva y los sentimientos pueden desembocar en linchamientos, en la barbarie. Frente a eso a mí me gusta la figura de Machado que suele buscar en algunas palabras verdaderas esa alianza entre los sentimientos y las razones. Él se declaraba un escéptico con creencias. Era escéptico porque ponía en duda muchas verdades que se daban por supuestas y eran legitimación del poder, pero tenía creencias porque sus dudas no le llevaban a renunciar a una necesidad honesta de defender valores y acuerdos comunes que pudieran ser una definición modesta de la utopía o de la verdad. Me gusta recordar al Machado de Juan de Mairena en sus conversaciones con los alumnos sobre la libertad, sobre la política, la educación, sobre la palabra bondad. Me gusta, por ejemplo, que Machado escribiese ese verso en su “Retrato”: “Soy en el buen sentido de la palabra, bueno”. Cuidado, no conviertan ustedes en sinónimo la palabra bueno de tonto, eso de que piensa mal y acertarás, o creer que una persona decente es un buenista. Eso se está convirtiendo en uno de los mayores peligros de la sociedad. Cuando Machado dice eso está diciendo que es alumno de la Institución Libre de Enseñanza, de Giner de los Ríos, que me ha enseñado que educar es el esfuerzo de ser bueno, de acercarse a la bondad. Fíjate en toda esta política del odio, de la intolerancia, de gente que no comprende al otro, de gente que se cree tan segura de su verdad, que no está dispuesta a que le pongan en entredicho sus afirmaciones, de gente que convierte el debate intelectual en caricatura de consignas. No se plantea cuáles son las repercusiones de un debate con la realidad… Pues la imagen de ese escéptico con creencias me parece que ocupa un lugar central en el santoral de cualquier lector. En la época en la que se decía que Galdós había pasado a la historia se decía también que Machado era un maestro de escuela sin importancia ninguna, con lo que significa de ofensa democrática utilizar al maestro de escuela como un desprecio.
—Algo que venimos arrastrando desde el franquismo.
—Si, el franquismo hizo tal escabechina entre los maestros que se tuvo que inventar esa figura de los maestros bachilleres, que con el bachiller y unos cursos hacías magisterio para sustituir los huecos que habían dejado los asesinados. En la novela que yo escribí sobre Ángel González, de nuestro Ángel…
—… Mañana no será lo que Dios quiera (Alfaguara).
—Eso es, hablo de cuando Ángel acaba siendo maestro en un pueblo de León porque era muy fácil hacer unos cursos y ejercer de maestro, porque el panorama se había quedado desierto. Esto es así, es la idea de que vivimos en un país que desprecia cuanto ignora, la idea de que en la Transición hubo un momento en que se creyó que ser moderno era participar del desarrollo económico europeo y no tomarse en serio la transformación democrática y de valores… cuando se despreció toda la narrativa comprometida, toda la poesía comprometida, a Blas de Otero, pues lo mismo que se traían los electrodomésticos se traían ideas literarias de carácter rupturista, porque era la novedad que vendía el mercado. El tiempo y la literatura era otra cosa, era saber descubrir a Galdós, era saber descubrir a Machado, y eso lo he ido haciendo a lo largo de mis poemas y lo quiero hacer en este libro también para defender esa puesta en duda de los dogmas, pero no como excusa para caer en el cinismo y en la mentira sino para tener una conciencia precavida.
—Me gusta lo de la conciencia precavida.
—Es uno de los valores que defiendo en el libro y que es tan importante en los tiempos que corren.
—Ha hablado de que hay valores éticos que es necesario consolidar, como el respeto al ser humano, la libertad, la igualdad, la educación, la dignidad laboral… valores como la bondad. ¿Por qué es tan difícil llegar a un consenso sobre esto, tan fundamental para la convivencia?
—Pues mira, hay muchos problemas españoles e internacionales. Estamos viviendo en un mundo que con lo que ha pasado en Brasil, en Estados Unidos, en Italia, en Hungría, con la irrupción del neonazismo en Alemania, con la extrema derecha en Francia, es muy preocupante. Yo creo que con la alegría de este proceso electoral… El otro día oí en Nueva York a un periodista español decir que España había conseguido detener a Napoleón y a Bannon, que es el estratega comunicador de Trump, de Bolsonaro, y de toda la extrema derecha, y también es asesor de Vox. Hay de pronto un país que puede escaparse de las consignas de la crispación al odio, a la mentira, y yo creo que hay que contactar con esa gente, cada uno desde su trabajo y su compromiso. El escritor tiene que hacer un trabajo riguroso, no tiene que escribir para gustar; el periodista, en la medida que le den posibilidades los medios en los que se gana la vida, tiene que hacer un trabajo decente, no para halagar con mentiras lo que quieren oír las audiencias manipuladas; el médico tiene un compromiso con la dignidad del enfermo, no puede convertir la medicina en un negocio privado; el profesor, cuando cierra la puerta de su aula puede decir “el mundo está mal, los planes de estudio son un desastre”, pero al mirar a sus alumnos debe preguntarse qué puede hacer. Ese compromiso ético es muy importante contagiárselo, desde el tejido social, a la política también. Hay que huir de los populismos halagadores que parecen muy progres y acaban en ese círculo vicioso del halago consumista y del tiempo como mercancía de usar y tirar.
—La poesía es una forma de resistencia, dice. La poesía, la literatura debe ser el compromiso del escritor y por eso le nombro unos escritores que son afines a su pensamiento, además de Machado: Ángel González, Gil de Biedma, Galdós, Lorca, Ayala, Cernuda, Blas de Otero, Max Aub… La escritura es una forma de resistencia.
—Contar el relato humano es una forma de resistencia. La literatura es una forma de rebeldía contra la muerte. Desde Las mil y una noches, donde conseguir una intriga significa que no te maten esa noche, es una rebeldía contra la desaparición. Cuando un ser humano cierra los ojos y se muere se pierde una manera determinada de pensar en la lluvia, de oler la tierra húmeda, es la experiencia a lo mejor de una infancia, la memoria de sentir el amor. El ser humano inventa el relato para no desaparecer y al hacerlo inventa la intriga para establecer el diálogo y la atención con el otro. Y en ese sentido ya es una forma de resistencia que además se convierte, para mí, en una necesidad imperiosa en una época que borra el pasado y el futuro, que degrada el tiempo, que nos priva de la lentitud necesaria para consolidar nuestras opiniones. Yo creo que lo más progresista en este momento es desarrollar un instinto conservador, porque desaparecen cosas que merecen la pena ser respetadas. Por ejemplo, tú citabas a Max Aub. Uno lee los diarios de Max Aub y se encuentra el espectáculo de un señor que tiene ilusiones colectivas pero que no está dispuesto a poner por encima de su conciencia ninguna consigna, y el relato literario es la mejor manera de marcar esa frontera en la que vive la conciencia cívica, que no puede desprenderse de las actividades sociales, porque diluirse en el todo de lo social es muy peligroso. Por otra parte está la conciencia que necesita defenderse a sí misma pero que tiene el peligro de terminar encerrada en su narcisismo y despreocuparse de lo social. Esa necesidad de una vida donde hay una conciencia que se responsabilice de la sociedad sin diluirse en las consignas sociales y en el todo, sin renunciar a ella; una conciencia que quiera defenderse y no se encierre en su propio caparazón, o una sociedad que quiera tener ilusiones colectivas pero que no se impongan como una manera de aplanar a la gente, de negar la conciencia y la opinión, en literatura es maravillosa. Autores como Max Aub, que era un señor judío de origen alemán que sufrió el antijudaísmo, que su familia en Alemania sufrió el desprecio, que llega a España, y en la guerra civil defiende la democracia pensando que su patria son los valores democráticos. Él era socialista, y cuando los laboristas ingleses abandonan la democracia española les pregunta qué están haciendo. Después sale al exilio, y cuando compañeros suyos estalinistas empiezan a poner en duda para defender la Unión Soviética la libertad de conciencia, también les dice: ”Camaradas, qué estáis haciendo”. Esa posibilidad de mantener un relato donde tus ilusiones colectivas te permitan defender la libertad de tu conciencia, yo creo que eso lo da la literatura. Es un acto de rebeldía contra la muerte.
—Por eso educación y cultura son permanentes asignaturas pendientes de nuestros sucesivos gobiernos.
—A mí me parece fundamental la educación como espacio de consolidación de una sociedad en igualdad de oportunidades, que se sepa que hay una madre de valores democráticos que no se pueden romper. Y que cada uno piense lo que quiera pero que nadie convierta la sanidad en un negocio; que nadie acabe con la libertad de expresión, que se sepa que hay que invertir en los niños y en las niñas que luego tendrán que hacerse cargo de una vida democrática, de un contrato social. La educación es muy importante y sobre todo ahora que tenemos la tentación de ir sustituyendo la educación por un mundo digital donde gente que no es profesional, que no representa a la instancia pública, está mandando mensajes y se cree que está cambiando las reglas para transformar la pedagogía. Esa es una de las grandes amenazas que tiene en este momento la educación. Tenemos que reivindicar el trato humano. Reivindicar el esfuerzo. Si uno quiere saber de lo que opina tiene que formarse.
—¿Seguimos viviendo en el país ineficiente del poema de Gil de Biedma? Tal vez no en lo tecnológico, tal vez en lo moral…
—Si uno se compara con otras sociedades nosotros tenemos una tradición católica (y yo no soy creyente) que a veces ha sido más solidaria que la tradición anglosajona, protestante. Cuando uno va a una sociedad como la japonesa siente miedo al ver cómo el progreso tecnológico convive con un tradicionalismo moral en el que si alguien comete un error ya no puede aspirar a ser perdonado en la vida. Y si alguien está tirado en el suelo nadie se acerca a levantarle. Lo que tenemos es que reivindicar con orgullo nuestros valores, intentar comprender que hay una tradición en España que no es solo la Inquisición, es también la de la tradición de la primera constitución liberal y democrática en 1812. Buena parte de la educación podría servir para conocer lo mejor de nuestro país y enfrentarlo con lo peor de nuestro país. Uno no entiende cómo podemos tener en un monumento público a un dictador tan cruel como Franco. España es la Constitución de 1812, de la II República que aprobó adelantadamente el divorcio, la que ha avanzado en el respeto a la singularidad, el matrimonio de personas del mismo sexo. Es la España de Federico García Lorca, la España de Machado…
Las palabras rotas es un libro de gran sensibilidad, con frases como esta que el autor expresa ante el descubrimiento de la poesía de Lorca: [La poesía] “nos enseña a comprender que debajo de palabras como luna, limón, jinete y tierra hay algo más que la luna, un limón, un jinete o la tierra”.
Y de hermosos poemas como este de “Mujeres”, cuyos cuatro últimos versos nos sirven ahora para despedirnos:
Que tengas un buen día,
que la suerte te busque
en tu casa pequeña y ordenada,
que la vida nos trate dignamente.
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