A los doce años, Luis Hedo se ganaba la paga encamisando libros. «A una peseta por ejemplar», recuerda con las manos en el volante y la mirada fija en la autovía. Hijo, nieto y bisnieto de encuadernadores, hoy lleva las riendas de Gómez Aparicio Grupo Gráfico, una compañía creada hace más de sesenta años —la productora de biblias más importante de España— y actual referencia en la impresión digital sostenible. Dirigida durante décadas por su madre, Luisa Gómez Aparicio, la empresa ha resistido un incendio, una crisis económica y al mayor reto industrial desde los tipos móviles de Gutenberg: el paso del papel al formato digital.
Son las nueve de la mañana. Queda aún media hora para llegar a Casarrubuelos, actual sede y nave principal de Gómez Aparicio. «La empresa la fundaron mi abuelo y mi abuela en el año 1958. Ambos trabajaban en Balboa, una encuadernación muy antigua, en el centro de Madrid. Allí se conocieron, se enamoraron y decidieron montar su propia empresa». La luz de cruce parpadea en dirección a la carretera de Toledo. «Mi bisabuelo por parte de padre ya era encuadernador. Era una de esas épocas en las que, con 14 años, te metían de aprendiz en una encuadernación, y lo que sabías hacer era eso: encuadernar. La manera de prosperar era montar una propia. Él lo hizo, en 1956».
En el asiento trasero del coche, Luis Hedo lleva varios libros, uno de ellos la edición ilustrada del combate entre Joe Frazier y Mohamed Ali que acaba de publicar Tengu Ediciones, sello de cómic y novela gráfica que creó con su hermano Alejandro Hedo y en cuyo catálogo figuran, también, adaptaciones de clásicos como Shakespeare y Dostoyevski. «Cuando amas los libros amas la edición y el proceso de creación de cada uno de ellos. Hace un par de años mi hermano me pidió consejo para crear una editorial. Como me gustan los cómics y clásicos, lo ayudo eligiendo algunos títulos para adaptar. A la gente joven le cuesta leerse las mil páginas de Crimen y castigo. En este formato les resulta más atractivo».
Tengu Ediciones debe su nombre a los guerreros y guardianes de los bosques japoneses. No es un dato anecdótico, en absoluto. Hay combate en la vida de Luis Hedo y no sólo por su estampa de púgil. Acaso por ser ingeniero, Hedo posee el afán de quienes crean cosas bellas y duraderas —puentes o empresas familiares, por ejemplo—, y también la curiosidad de las criaturas renacentistas, una combinación perfecta para los que dedican su vida a los libros. En su caso por partida doble, o triple: los lee, los imprime y también los edita. Forman parte de su biografía. Son las hojas y las raíces de su árbol de familia.
A la pregunta sobre cuál es su primer recuerdo al respecto, Luis Hedo contesta sin dudarlo. «En el año 1977 sufrimos un incendio en Gómez Aparicio. Mis abuelos se arruinaron. Mi madre, que estaba estudiando Farmacia, fue a la fábrica para ayudar. Y no sólo ayudó: lo hizo tan bien que acabó quedándose en la dirección general. De pequeños, como ella tenía que trabajar, nos llevaba varias veces a la semana». Hace una pausa y sonríe. «Era uno de estos polígonos antiguos. Recuerdo que había muchos gatos dentro de la nave. Recuerdo a la gente en las máquinas y yo estar en pantalones cortos de niño, jugando. Recuerdo a mi abuelo cortando un palé. También de cuando nos dejaba coger el toro. Tengo tantos recuerdos de aquella época… Nos criamos en el taller». Y tanto. Aprender a vivir y trabajar fueron las dos caras de una misma moneda que sus padres lanzaron al aire desde muy pronto. «Mi madre, como era muy así, y por eso conocemos tan bien el negocio, desde los 12 años nos hizo trabajar. Comenzamos poniendo camisas a los libros. Nos pagaban a peseta el libro. Y después, cuando cumplimos 14, empezamos a estar en las máquinas. Si aprobábamos todo trabajábamos ocho horas durante quince días. Si suspendíamos, un mes. Desde niño hasta los 18 pasamos todos los veranos en la fábrica». Si el gusto por los libros o la música son un legado de familia, la habilidad para combatir le viene también en la sangre.
―Entiendo que le gusta el boxeo. ¿En qué se parece un combate a la impresión de libros?
―Desde niño competí. Mi abuelo me regaló unos guantes de boxeo. Toda la familia, mi abuelo, mi hermano y yo, estábamos enamorados del boxeo. Veíamos los combates de Tyson. Un día, en La Flecha de Oro, aquella tienda en Cascorro, nos regaló el primer saco de boxeo. Tenía la marca Flecha de Oro. Los guantes también. Empezamos a boxear mi hermano y yo con cinco años. Mi abuelo también boxeaba. Algún fin de semana en el Campo del Gas, cuando salía de la empresa.
―¿En qué se parece levantarse de la lona a salir de una crisis empresarial?
―Con esto pasa algo curioso. La mayoría de las personas dicen que el éxito llama al éxito. Esto me recuerda a la historia de Simbad el Marino. Cuando están en el palacio, escuchando música y comiendo, fuera un porteador humilde empieza a hablar con Alá acerca de lo injusta es la vida. Simbad lo invita al palacio y le dice: «¿Sabes todo lo que he tenido que hacer para llegar aquí?». Y es a partir de ahí cuando empieza a relatar sus viajes.
―Habrá mucha tinta en sus mares.
―La gente ahora ve esto y se piensa «oh, qué empresa, qué grande, 200 personas, nuevas tecnologías», pero todo el camino y sufrimiento que ha habido que pasar para llegar hasta aquí ha sido largo: no poder pagar, sufrir situaciones muy complicadas, perder tu casa, que es una de las cosas que son como parte de la integridad de una persona…
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Al sur de Madrid, casi en la frontera con Castilla-La Mancha, el coche coge un retorno. Cuanto más se acerca Luis Hedo a la nave de la empresa familiar que dirige, más precisa se vuelve la conversación. Sus abuelos comenzaron el negocio hace 65 años, en Usera, se mudaron luego a Fuenlabrada y en 2006, antes de una de las crisis financieras más duras en décadas, llegaron a este municipio de casi cuatro mil habitantes. Y aquí continúan: 120 empelados, además de los 75 que trabajan en la segunda planta de producción, ubicada en Fuenlabrada.
«La transformación comenzó en 2007. Cuando entré en la empresa vi cómo una crisis bastante profunda nos obligaba a dar la vuelta a la estrategia. Si permanecíamos sólo como empresa de encuadernación estábamos condenados al cierre. Todo el tema de impresión, servicios gráficos y encuadernación lleva 15 años. Si no cambiábamos estaríamos muertos, y de hecho estuvimos a punto de estar muertos. Fueron unos años muy difíciles y quería quitarle a mi madre ese peso». La carga suponía reducción de costes, pago a proveedores e incluso despido de personal.
Doce horas diarias de trabajo, una casa perdida y una empresa por rehacer. «Al igual que la crisis genera mucha necesidad y problemas, también oportunidades. En ese momento había máquinas mucho más baratas, oportunidad de adquirir empresas». Luis Hedo dice máquinas, pero son mucho más que eso. Las impresoras Canon, las cortadoras Kern, la rotativa inkjet, el sistema de corte plegado. Cada una de esas máquinas, pesadas y cuadradas, están hechas de todos los deseos y miedos de quienes invirtieron en ellas. ¿Pero para qué tanto, si son sólo libros? Justo por eso, porque cada libro es un acontecimiento, un milagro. Y en esta nave se imprimen 12 millones al año. Entre ambas, incluyendo los que se fabrican en Fuenlabrada, alcanzan los 20 millones de ejemplares.
Unir en un mismo proceso una impresión rápida y precisa con el diseño, la encuadernación y la distribución exigía mucho más que imaginación. «El emprendimiento del mundo del gráfico no te hace impresor como tal. Te puedes definir como impresor, pero en verdad lo que tú diriges es una empresa, desde las compras hasta la estrategia comercial». En los años de la crisis económica, la necesidad de cambiar se hacía imperiosa. «Dijimos: «Esto pinta mal. ¿Cómo transformamos una industria para que la gente conserve su empleo?». Lo que pensamos que en su día podía ser un proyecto para hacer libros personalizados acabó siendo un proyecto para hacer libros de tiradas medias y cortas, de 500 ejemplares, de 600, para mejorar las operaciones de las editoriales y reducir el stock de los almacenes», dice Luis Hedo, rodeado de bobinas de papel, guillotinas y alzadoras.
En la actualidad, Gómez Aparicio lo integran cuatro empresas, cada una enfocada en un servicio gráfico: Gómez Aparicio Encuadernación, la base de la historia familiar, volcada en los acabados cartoné, rústica, espiral y preparaciones en bloque; Gohegraf Impresión Offset, con imprentas de cuatro cuerpos para conseguir la mayor velocidad posible; Liber Digital, para entornos de tirada corta, y la más reciente, LiberExpress, dedicada a la impresión bajo pedido, es decir, cuando un lector pide un ejemplar a una librería y este es fabricado expresamente en 72 horas. «¿Para qué vas a tener cien libros en el almacén si vendes diez al año? Mucho mejor, y con toda la seguridad, subirlos todos a una nube, conectar a la imprenta y fabricar. Tenemos la plataforma que está conectada con las librerías físicas y online. Cuando hay un pedido, se fabrica». Son las diez y cuarto de la mañana. Las máquinas están a toda mecha en la nave industrial de Casarrubuelos. «¿Queréis una primera visita? Y así nos relajamos y damos un paseo por la fábrica».
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Los hay de casi todos los sellos: de Akal, Alfaguara, Salamandra, Lumen, Península. Hay clásicos y novedades. Libros de fondo y los recién salidos del horno. Novelas, ensayos, cuentos infantiles o cómics listos para embalar. Las ediciones rústicas brillan. Si hasta parece que van a estallar. Juntos, apilados en sus palés, los libros forman toda esa belleza a punto de ocurrir en las manos del lector al que habrán de llegar. Abundan ejemplares de las Biblias Latinoamericanas. Es uno de los libros que más se producen en Gómez Aparicio. Cada año venden cerca de un millón. Luis Hedo, que va de máquina en máquina, preguntando esto o aquello, habla de tintas vegetales, de papel proveniente de bosques sostenibles. Coge una plancha de metal, la comba, la explica, y sigue el itinerario. «Cuando abro un libro lo primero que hago es ver quién lo ha impreso. Hay editoriales que ya no lo ponen. Es ese tipo de detalles los que van quitando magia al sector con algunas. Hay asuntos tradicionales que me gusta comprobar, por ejemplo el colofón. Como antiguamente no había editoriales, sino que eran imprentas, como la de Juan Cuesta, el colofón era un dibujo o un sello que se inventaba el impresor para decir «este libro está impreso aquí, en este sitio». Me hace ilusión entrar en una librería y decir: este lo hemos impreso nosotros, este también». El impresor sonríe, otra vez.
Su padre, recuerda Luis Hedo, era un gran lector. «En realidad toda la familia es muy lectora, y aparte somos bibliófilos, compramos libros antiguos. Compro muchos más libros de los que leo, pero muchísimos. Me gusta tenerlos, hojearlos, tocarlos, ver cómo están hechos». Arriba, en su despacho, conserva en una vitrina los ejemplares que más le enorgullece haber impreso, el más reciente de ellos a edición aniversario de El Club Dumas, de Arturo Pérez-Reverte. A la pregunta sobre cuál es, a día de hoy, el mayor reto de su empresa, Luis Hedo va directo al grano: ser sostenibles, eficientes y fuertes para que los 200 trabajadores y sus familias sigan formando parte de una empresa que suma ya tres generaciones.
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