El escritor Luis Landero cree que en la actualidad el pasado «importa muy poco» y lamenta que la idea de Europa se esté difuminando porque, asegura, aunque es el resultado de más de dos mil años de civilización en la actualidad, solo la cohesionan el euro y la vacuna contra el coronavirus. «Europa es el resultado de más de dos mil años de civilización y lo que nos une son Platón, Mozart, Cervantes, Shakespeare, Darwin… Por eso se está difuminando la idea de Europa, porque se pierden los elementos que nos cohesionan» y ahora solo son «el euro y la vacuna», asegura Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948), que acaba de publicar El huerto de Emerson (Tusquets).
En El huerto de Emerson aparece el Landero lector, el escritor, y el profesor, pero también el que vivió niño y joven experiencias en el mundo rural en el que se crio en los años 50 y en el Madrid que le acogió, aunque asegura que no se trata en absoluto de una continuación de El balcón de invierno (2014), su libro más autobiográfico.
Para Landero, Premio Nacional de Narrativa y de la Crítica, y cuya última novela, Lluvia fina, fue elegida la mejor de 2019, ser escritor es algo demasiado difuso para considerarlo una profesión o un oficio. «Hay escritores profesionales que van a lo seguro y cuando se ponen a escribir una historia están convencidos de que les va a salir. Yo no», indica el escritor, que agrega: «Imagínate que vas a operarte y te toca un cirujano que es como yo, que no sabe si le va a salir o no… Yo no me siento profesional en absoluto del oficio de escribir, a pesar de que me haya dedicado a eso toda la vida«. También asegura que no es especialista en nada: «Sé un montón de cosas, pero todas desparejadas, de su padre y de su madre» y sólo cree que fue experto en algo en la época en la que tocó la guitarra, recuerda.
Landero destaca en su libro, tal y como les transmite a sus alumnos, la necesidad de no perder «la capacidad de asombro», algo que cree que en la actualidad es más difícil de mantener, por el exceso de información. «Estamos muy informados pero poco experimentados, y vivimos de segunda mano, de lo que nos cuentan, pero no pensamos por cuenta propia», sostiene el escritor, que cree que hay que entrenar esta capacidad de asombro como Luis Buñuel hacía con la imaginación: «A diario inventaba una historia, tuviera ganas o no, durante media hora», señala Landero.
El escritor asegura también que son pocos «los que leen con sus propios ojos y escuchan con sus propios oídos», ya que «es mucho más cómodo dejarte llevar por la corriente» y considera que hay que «reivindicar el derecho a no estar demasiado informados», por salud mental. «La inmediatez hace que la gente se alimente solo de titulares, todo breve e inmediato, y eso es algo absolutamente empobrecedor, porque no se profundiza en nada. El exceso de información y vivir náufragos en la actualidad y en la inmediatez es algo alienante», insiste.
También reivindica en estos tiempos la lentitud, algo para lo que nos entrena la lectura, dice, aunque no tan lentos como su primo Paco, cuya «despaciosidad llegaba a ser exasperante», según recuerda en el libro: «Si tenía que tomar una decisión, solía decir «me voy al cabezo», y todos sabíamos ya qué es lo que iba a hacer allí: pensar y madurar la decisión», como hacían los dioses y los profetas.
De sus recuerdos de infancia rememora también cómo en su pueblo los hombres eran la «épica» y las mujeres lo «costumbrista». En los años 50, en el mundo en el que se crio, de «campesinos de mediano pasar», las mujeres «eran las que resolvían los asuntos cotidianos y prácticos, eran las aristotélicas», mientras que los hombres eran los platónicos.
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