La ficción ha sido siempre “un elemento crucial” en la vida de Luis Mateo Díez y le ha servido “como consuelo, como rearme de vitalidad” cuando se ha tenido que enfrentar al desánimo y a la desgracia. Desde hace décadas es dueño de un territorio imaginario, poblado por seres humanos frágiles, llenos de secretos y misterios, que viven en lo que él llama Ciudades de Sombra, y en esos lugares un tanto fantasmagóricos ha situado su nueva novela, Vicisitudes, “un libro de llegada” con el que este escritor y académico demuestra su inmensa capacidad para crear personajes que “dan testimonio de la paradoja de la condición humana”.
Y una obra que refleja también la poderosa imaginación de Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942), que lleva más de medio siglo entregado en cuerpo y alma a la literatura y que ha ganado premios tan importantes como el Nacional de Narrativa y el de la Crítica en dos ocasiones, primero por “La fuente de la edad” y luego por “La ruina del cielo”; el Premio Francisco Umbral al libro del año por “La cabeza en llamas”; el Premio Castilla y León de las Letras, el de Literatura de la Comunidad de Madrid y el Miguel Delibes.
En cada libro, Mateo Díez parece dispuesto a llevar al límite el reto de la creación, algo que, al menos en apariencia, consigue sin grandes dificultades. Y es que, como afirma en una entrevista con Zenda, él no necesita esforzarse en lograr buenas historias para sus novelas. Solo tiene que entrar en “ese mundo proceloso y lleno de sugerencias” que ha creado, y dejarse llevar por los personajes que lo habitan y que le dicen: “a ver cuándo cuentas lo mío”.
Reconoce que quizá haya sido “exageradamente prolífico”, pero, según le dicen quienes lo siguen, no se ha repetido “nunca”: “el día que me repita, echo el cierre y se acabó. Cuando yo vea que detrás de esto ya no hay nada más, será el momento de echar el cierre”, asegura este leonés apacible y elegante, al que una reciente intervención quirúrgica no parece haberle mermado su fino sentido del humor.
La prueba de que aún falta mucho para ese posible cierre es Vicisitudes, una obra de 562 páginas que el autor considera una novela aunque en cada capítulo —y hay 85— se cuenta una historia diferente. Pero los seres que las protagonizan tienen en común “el subsuelo de un mundo narrativo” y sus vidas “están encadenadas a esas ciudades raras” que salen en todas sus novelas, que “parece que son concomitantes y que van contagiando un clima, una atmósfera”. “Son ciudades antiguas, como con un pasado heroico, que luego llegaron al declive y se hicieron viejas y feas. Y por ahí habitan unos seres peculiares que tienen unos nombres raros y un sentido de extrañeza de las cosas que viven. Todo es un poco fantasmagórico, muy realista y a la vez irreal”, comenta el autor, maestro en el arte de contar historias.
Publicada por Alfaguara, Vicisitudes es “una comedia humana” en la que las historias “se contagian unas a otras” y hay “muchas vidas hechas con la teoría de la vicisitud”. “Hay días que parecen una vida; días donde pasan cosas cruciales y en los que sucede algo que desencadena todo lo demás, o en los que tomas una decisión que marca el resto de tu vida”, dice el autor de El expediente del náufrago, de Camino de perdición o de El reino de Celama. Y esas situaciones o “circunstancias cruciales” abundan en el nuevo libro de Luis Mateo Díez, cuyas historias tienen “un cierto tono fabulístico”. “Son como fábulas —añade el autor— donde están las variantes de la condición humana”.
El tono del libro lo da ya el primer capítulo, Nupcias, en el que Ezequiel, el novio, desaparece el día de su boda en los momentos más inesperados. O la historia de ese hombre “roñoso y miserable” que adoraba el infierno porque “la calefacción era gratuita” (Bienes), o la de aquel otro que se casó con la hermana de la mujer que amaba en realidad para no perderla del todo (Puerto). O, bien, la de ese hombre al que le duraban los amores lo que una cajetilla de cigarros (Tabaco).
–Vicisitudes es un libro que tiene algo de testamentario, de resumen de su larga trayectoria literaria.
–En un momento concreto Celama fue también un libro de llegada, pero Vicisitudes es más comprometido. Digamos que esto tiene que ver con la edad del escritor, con la penosa o lúcida sabiduría con que uno escribe o ve la vida, con la propia experiencia de escribir. No creo que este libro yo lo pudiera haber escrito con veinte años, cuando no tenía ni idea de nada. Se necesita un conocimiento, una experiencia, una madurez y la depuración de un estilo, de una forma de narrar y, bueno, también de ese arqueo que yo hago en un patrimonio mío, que será un patrimonio modesto, pero que se sabe que es de Mateo Díez”.
“Mi estilo -continúa el novelista- está sujeto en una escritura que yo he ido depurando: era más barroco al comienzo, ahora soy más ascético. Hay personas que me dicen: ‘es curiosa la cantidad de cosas que cuentas en el corto espacio de cada capítulo (de cinco a ocho páginas). En siete páginas se sabe de este personaje lo que otros hubieran contado en cien o doscientas’. Eso es un instinto, saber delimitar la parte significativa de lo que quieres contar”.
– Su nuevo libro se ofrece al lector como una novela pero, en realidad, se puede leer como si fueran 85 relatos breves.
– “Se puede discutir el género de este libro. Yo digo que es una novela porque está escrito como yo las escribo, un capítulo detrás de otro. No hay una trama, pero hay un subsuelo que comunica muchas cosas. Y digo también que es una novela por una cosa un poco absurda: es imposible que yo escriba 85 cuentos seguidos, uno detrás de otro.
“Sería absurdo que yo desmintiera que puede ser leído como un libro de relatos independientes, pero, al haberlo escrito como una novela, se acaba creando, también en la forma, una cierta tensión narrativa, y cada capítulo incita a seguir descubriendo estas vidas encadenadas en estas ciudades raras, y que unas y otras van contagiando un clima y una atmósfera. Y, luego, seres humanos que, como hijos de esa atmósfera, tienen también esa especie de discurrir un poco paradójico y que, sí, son muy frágiles, tienen mucho misterio, muchos secretos interiores. Yo los respeto mucho, no revelo el total de sus vidas, pero reconozco que hay un parentesco entre ellos”.
– Vicisitudes le da plenamente la razón a cuantos consideran a Luis Mateo Díez un escritor de personajes. En este libro hay cerca de trescientos y muchos de ellos son excelentes.
– “Hay una comedia humana que, bueno, tal vez exige un esfuerzo, como me han dicho algunos, que consideran un poco sorprendente que todavía yo tenga esa capacidad. Los personajes son distintos y tienen vicisitudes variadas, pero en su identidad hay cosas muy comunes: la fundamental es la fragilidad. Tampoco son seres públicos. Casi todos te cuentan historias muy personales y que dan testimonio de esa paradoja de la condición humana”.
“Yo creo que este tipo de personajes, incluso los que son malos, que a mí me resultan honorables dentro de lo que cabe, son un poco entrañables. Y eso da una tonalidad a veces trágica, a veces patética, pero a veces también humorística. Hay relatos abiertamente humorísticos, como uno sobre la mili que es un disparate total, titulado Regimiento”.
– Los finales de los capítulos son muy abiertos, en la mayoría de los casos, y el lector se queda con ganas de saber más de esos personajes a los que ha acompañado a lo largo de unas pocas páginas.
– “No hay por qué cerrar esas historias. Además, al final a veces hay como una especie de reflexión dejada en muchos de ellos. En mi libro, esa manera de no acabar y de resbalar puede ser el aliciente para leer el siguiente capítulo”.
“Y, de pronto, ves una sorpresa de parentesco entre los personajes. No de trama, porque cada uno es dueño de su vida. Hay uno que me gusta mucho, Divorcios, sobre uno que se divorcia tres veces, y un día acaba encontrando a las tres mujeres con las que estuvo casado, y en ese encuentro descubres lo petardo y pelanas que era el tío. Tampoco es que yo sea un gran creador de personajes femeninos, pero la mayoría de mujeres que hay en mis novelas tienen un punto de poderío personal, al lado de lo desinflados y extraviados que son ellos”.
– ¿Cuándo empezó usted a crear las Ciudades de Sombra en las que se desarrollan sus novelas y libros de relatos?
– “En Las estaciones provinciales, una novela casi documental sobre el León de los años cincuenta, hay un mapa de la ciudad, aunque la ciudad era innominada. En La fuente de la edad y en todo lo que vino luego ya estaban las Ciudades de Sombra. Más tarde, vendría Celama, una comarca de esa provincia imaginaria. En Vicisitudes están todas las Ciudades de Sombra. Alguien las ha contabilizado y creo que hay unas quince ciudades y cerca de 300 personajes dentro de los 85 capítulos. No hay nada que no se nombre: los colegios, los hospitales, los curas, las monjas, las farmacias… Hay un callejero y como un nomenclator donde se hace un recuento verbal para que esa geografía imaginaria esté sustentada en un mapa verbal”.
– Usted ha dicho, en más de una ocasión, que no le convence la llamada metaliteratura ni que el escritor se convierta en protagonista de sus propias novelas.
-“Yo creo que la literatura tiene que ver más con tu propia mirada de la condición humana, con lo que piensas, con qué sentido de la vida tienen para ti las cosas y, claro que en mis libros hay elementos de mi propia experiencia. Lo que no hay son muchos referentes autobiográficos, aunque en algún momento yo he hecho alguna obra que tiene que ver con mis cosas, pero en estas ficciones, no. El elemento crucial con el que me muevo es la imaginación, y la memoria un poco como detalle de la experiencia”.
“Me gusta mucho lo que hace alguna gente actualmente, en la búsqueda de nuevas fronteras para la novela, de ese mundo de la autoficción, pero nunca me gustó la literatura que da como resultado una cierta literatura de literato. Todas las novelas que tienen a un escritor como personaje me rechinan un poco, aunque hay algunas extraordinarias”.
“Me gustan más las novelas que tienen la voluntad de ganar conocimiento de la vida, de llegar a descubrir espacios que solo están en la invención o en lo imaginario. Casi nadie tiene una vida que merezca la pena ser contada, las vidas son chatas.
De lo que he leído últimamente me ha interesado mucho Patria, de Fernando Aramburu. Yo tengo información sobre los asuntos relacionados con el terrorismo de ETA, pero no los he vivido con la intensidad que te da esa novela, y, además, está escrita por alguien que ha sabido administrarla de manera que yo creo que hasta rebaja los poderíos estilísticos para ponerse a ras de tierra al contar algo que sucede en la mierda del ras de tierra. Es de una gran inteligencia narrar eso desde el único punto estilístico que podía hacerlo. No hay nada honorable ni heroico, nada que salves más allá de la miseria en que todo sucede”, concluye el escritor.”.
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