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Luis Rojas Marcos: «La depresión te roba la esperanza»

Luis Rojas Marcos: «La depresión te roba la esperanza»

Foto de portada: María Levintonova.

Todos necesitamos tener un ángel, de carne y hueso, que nos proteja y nos salve cuando enfrentamos el abismo. Recuerdo el día que escuché por primera vez «Geraldine» de Glasvegas. Lo que parecía una canción de amor desesperada —When your sparkle evades your soul / I’ll be at your side to console – Cuando el brillo escape de tu alma / Estaré a tu lado para consolarte—, se convertía de repente en algo diferente —I’ll be the angel on your shoulder – Seré el ángel en tu hombro— y nos descubría en el estribillo que este diálogo sucedía entre una persona que necesitaba ayuda y la que se la iba a dar —My name is Geraldine, I’m your social worker – Mi nombre es Geraldine, soy tu trabajadora social—. Hay ángeles como los de la canción que están a nuestro lado cuando hemos caído y no podemos levantarnos, otros que simplemente nos escuchan y también los hay que nos llegan a salvar la vida en una situación extraordinaria. Esto último le ocurrió a Luis Rojas Marcos el día que Mohamed Atta decidió atacar el corazón del imperio a bordo de un avión. Este prestigioso psiquiatra, que ha dirigido el sistema de salud y de hospitales públicos de Nueva York, durante la pandemia se hizo una pregunta en Twitter «¿qué es estar en bien?». Sus seguidores le respondieron, y así nació su último libro Estar bien aquí y ahora (Harper Collins, 2022), un texto que nos ofrece soluciones para mejorar nuestro bienestar. Yo me apunto a lo que Darwin dijo al respecto hace unos siglos: «hablar, reírme y dar besos»

Hablamos con Luis Rojas Marcos de cómo salvó la vida en el 11-S, del tabú de la enfermedad mental y de la diferencia entre tristeza y depresión.

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—Ante la nostalgia del pasado y la tendencia a trasladar nuestra vida a un hipotético futuro, el título de su libro, Estar bien aquí y ahora, es toda una declaración de intenciones.

"La pandemia destruyó en gran medida el sentido de futuro y nos hizo pensar en el presente"

—Así es. Durante la pandemia, resultó muy evidente el impacto de la incertidumbre. La mitad del tiempo estamos hablando de lo que vamos a hacer más tarde, el año que viene, cuando mi hija crezca, cuando pueda ahorrar y comprarme algo… La pandemia destruyó en gran medida ese sentido de futuro y nos hizo pensar en el presente. Empezábamos, a menudo, los correos electrónicos diciendo «espero que estés bien»; eso era algo nuevo, y me hizo pensar en la importancia del presente, donde ya las personas no hablaban tanto de quiero ser feliz un día, sino que quiero serlo hoy. De ahí viene ese enfoque del aquí y ahora.

—Usted vivía con un desasosiego constante en su infancia que le llevó al fracaso escolar. Fue todo un alivio cuando descubrió que eso que le pasaba tenía un nombre: TADH, Trastorno por déficit de atención e hiperactividad.

—Bueno, yo nací en el año 1943. En las décadas de los 50 y 60 no se conocía ese trastorno. Entonces te catalogaban de niño travieso, nervioso, inquieto… No había un nombre, digamos técnico, para tu conducta y tu intensidad. De hecho, el diagnóstico del trastorno por déficit de atención se hizo oficial en 1994, cuando yo ya tenía más de cincuenta años. Pero a mí me ayudó saber que eso que yo había pasado durante mi adolescencia y mi infancia tenía un nombre. No era un niño malo o un niño que no sabía cómo controlarme, sino que lo que me pasaba tenía un nombre. Eso me ayudó.

—En 2001 vivió uno de los momentos más trágicos de su vida. Estuvo a punto de ser una de las víctimas del 11S. Una persona anónima, un ángel de carne y hueso, le salvó de ese infierno.

"Aquello fue una visión muy difícil de imaginar, el fuego saliendo de las torres, el sonido de la gente al chocar contra el suelo"

—Experiencias como estas no te imaginas que te puedan suceder. En esos años, yo dirigía los hospitales públicos de Nueva York. Cuando chocó el primer avión nos llamaron a una reunión de urgencia en un edificio que estaba justo enfrente de las Torres Gemelas. Los bomberos habían puesto un un centro de control provisional en la zona y comenzaban a subir por los rascacielos para intentar salvar a las personas. Aquello fue una visión muy difícil de imaginar, el fuego saliendo de las torres, el sonido de la gente —que se tiraba por las ventanas para intentar escapar— al chocar contra el suelo… Fue una gran impresión, y yo estaba allí, hipnotizado por lo que veía. Entonces pensé que debería llamar por teléfono al hospital más cercano para que se preparasen. Mi teléfono móvil no funcionaba, y un señor, que yo no conocía, se acercó a mí y se ofreció a dejarme llamar desde un sitio cercano. Ese lugar era el World Financial Center, y estando allí todo empezó a tambalearse porque la primera torre había caído. Pudimos salir del edificio y salvar la vida, pero todas lad personas con las que yo acababa de estar unos minutos antes habían muerto. Ese señor, que yo conocía y que no he vuelto a ver en mi vida, no cabe duda de que me salvó la vida.

—Los últimos años los hemos vivido en la incertidumbre. Desde que comenzó la pandemia nos hemos instalado en la vulnerabilidad. ¿Cuál va a ser la factura que vamos a tener que pagar a nivel mental?

—Por una parte, vamos a pagar la factura de las pérdidas que hemos tenido. Hay personas que han perdido a sus seres queridos y, además, en algunos casos, sin haber podido despedirse de ellos porque estaban en una situación de aislamiento en los hospitales. Esa es una pérdida que ya no podemos recuperar. Otros han sufrido la enfermedad en sí, miles de personas se quedaron sin trabajo, muchos sufrieron el confinamiento, la mayoría de las personas perdimos la libertad de movimiento y eso también tiene un impacto. Pero no podemos olvidar —y esto es algo que está demostrado— que las personas que pasamos adversidades, a menudo en nuestra lucha por superarlas descubrimos cualidades dentro de nosotros que no conocíamos. Hoy día hay personas que te cuentan que la pandemia fue terrible para ellos, pero en ese proceso de superación vieron que podían organizarse todos los días, tener un plan para sus actividades, y eso es algo que antes no hacían. Descubrieron también que el preguntarle al vecino si necesitaba que le comprase algo les hacía sentir mejor. La pandemia fue terrible, pero a muchos les ayudó a descubrir cualidades que no sabían que tenían.

—Si algo podemos sacar de positivo de la pandemia es la visibilización de las enfermedades mentales, ¿cuánto camino queda para la normalización?

"Ese estigma que marca una enfermedad mental, ha sido la peor barrera a la hora de superar las enfermedades emocionales"

—Sí. Esa nube de tabú, ese estigma que marca una enfermedad mental, ha sido la peor barrera a la hora de superar las enfermedades emocionales. Para empezar, personas que saben que les podría ayudar ir a un profesional, a un psicólogo o una psicóloga, un psiquiatra, un médico, pues no lo hacen porque no quieren que piensen que son débiles, que están —entre comillas— locos. Ese estigma ha sido la gran barrera para superar la enfermedad mental, y como bien dices, pues en estos últimos años —diría mejor, meses— en España, concretamente, ha habido una gran labor para desestigmatizar la enfermedad mental. Ahora hablamos de nuestros problemas, de nuestra tristeza o incluso de la depresión, el estrés, la ansiedad que sufrimos y lo hacemos de una forma más abierta. Incluso llegamos a manifestar que necesitamos hablar con alguien, ver a una psicóloga o un psicólogo para explicarle lo que me pasa. Ya no es como antes, cuando no nos atrevíamos.

—¿Qué opina de los libros de autoayuda y de los manuales de coaching pensados para superar enfermedades, trastornos y llevarnos a la felicidad y el éxito?

—Hay un aspecto cultural en todo esto. En Estados Unidos, por ejemplo, la autoayuda es algo muy importante. Este es un concepto que viene de hace muchos años, que comenzó con los grupos de alcohólicos anónimos, cuando unas personas con problemas con el alcohol decidieron unirse y reunirse durante un tiempo para hablar de los que pasaba y ayudarse unos a otros. De ahí viene el concepto de autoayuda: nos vamos a ayudar a nosotros mismos. Allí es un concepto positivo, pero aquí en Europa ha tenido siempre un poco de mala fama. Eso de autoayuda se asocia con consejos que todos conocemos: quiérete, llévate bien con los demás… No se le da un gran valor.

—Una enfermedad estigmatizada es la depresión. ¿Por qué en ocasiones echamos la culpa a quien la padece? ¿Por qué le acusamos de estar triste y de no esforzarse por cambiar?

"Si tú me preguntaras, Luis, como médico y psiquiatra, cuál crees que es la peor enfermedad que alguien puede sufrir, yo te diría que la depresión"

—Creo que culpar al que sufre depresión de algo es un gran error. Si tú me preguntaras, Luis, como médico y psiquiatra, cuál crees que es la peor enfermedad que alguien puede sufrir, yo te diría que la depresión, porque la depresión te roba la esperanza, y sin ella es muy difícil vivir. La persona que la sufre no tiene ninguna sensación placentera ni de felicidad, y además piensa que no la va a sentir nunca, ha llegado a la conclusión de que vivir no vale la pena. Y ahí es donde unimos el suicidio con esta enfermedad que es la depresión. La depresión es una enfermedad terrible. Por otra parte, se trata de una enfermedad que tiene tratamiento. Pero hay personas, que, por un motivo u otro, no piden ayuda. También es importante no confundir la depresión con la tristeza normal por perder a un ser querido. Nos vamos a sentir tristes y eso es normal. Pero eso no es una depresión. La tristeza es un sentimiento normal. Por eso también es importante informarnos, porque llega un momento donde ya dejamos de dormir, dejamos de comer, vemos que la vida no tiene sentido y eso ya es otro tema.

—Aceptamos el estrés por su asociación con el éxito profesional. Pero no ocurre lo mismo con la ansiedad.

—El estrés es la presión emocional que sentimos en una situación como puede ser la laboral. Al estar buscando una meta nos sentimos estresados porque estamos día y noche pensando en conseguirla. El estrés tiene incluso un componente de aceptación. Suena mejor decir estoy estresado que estoy con ansiedad. La ansiedad es miedo, pero es miedo sin tener un motivo para tener este temor. Si alguien nos amenaza con una pistola vamos a sentir un miedo que nos avisa de que tenemos que defendernos o huir; intentar salvarnos. Cuando el miedo no tiene una causa real, entonces lo llamamos ansiedad, pero las sensaciones son las mismas, por eso la ansiedad es un problema. El miedo es una llamada de alarma que nos ayuda a defendernos. La ansiedad es un problema que necesitamos entender muy bien.

—En un momento de su libro, al hablar de la calidad de la vida, rescata la petición que hizo Juan Benet de incluir en la Constitución el derecho a fracasar. ¿Mejoraría este artículo de la Carta Magna nuestra salud?

—(Risas) El derecho a fracasar yo lo traduciría por: es normal fracasar en nuestra vida, todas nuestras metas no las vamos a conseguir, sobre todo, si tenemos una gran imaginación para crearnos ideales y objetivos. Tenemos que estar preparados para fracasar en algún momento, pero protegiendo nuestra autoestima, que es importante. La autoestima es cómo nos vemos, cómo nos queremos. Es muy importante querernos a nosotros mismos, respetarnos, comprendernos, también hablarnos con cariño y comprensión. Tenemos que aceptar el fracaso sin despreciarnos. Es muy importante aceptarnos con lo bueno y con los fallos que todos cometemos.

—En su obra dedica un apartado a la psicología positiva. ¿Cómo puede ayudarnos en nuestra vida, aquí y ahora?

"La persona que dice yo puedo hacer algo por salvarme tiene más opciones de resistir ese miedo que se convierte en pánico y, por lo tanto, de sobrevivir"

—La psicología positiva, que es una ciencia reciente que comenzó como asignatura en el año 2000, estudia no necesariamente las enfermedades emocionales, sino cuáles son las cualidades o las fuerzas que el ser humano tiene. Para empezar, una capacidad importante, que forma parte del optimismo, es tener el control ante una adversidad. Hay personas que piensan, «Yo puedo hacer algo para superar esta situación de confinamiento o ansiedad» o «Yo puedo hacer algo por buscar información para entender lo que me pasa». La persona que pone ese centro de control dentro de ella misma y además confía en sus cualidades para poder entender lo que le pasa y superarlo, está haciendo lo que en psicología positiva se llama optimismo. Esa es una facultad muy importante. Y dentro de esa capacidad para tener el control y confiar en que podemos superar esas adversidades, está el decir: «Creo que necesito ayuda». Esa es una decisión muy importante. Lo opuesto a esto es pensar: «Pues mira, Luis, que sea lo que Dios quiera». Esto último no nos ayuda. Sabemos, por ejemplo, que, en accidentes de aviación, en terremotos, en situaciones graves de peligro, las personas que dicen «mira, que sea lo que Dios quiera», tienen menos probabilidades de salvarse y más probabilidades de entrar en pánico. La persona que dice «yo puedo hacer algo por salvarme» tiene más opciones de resistir ese miedo que se convierte en pánico y, por lo tanto, de sobrevivir.

—Durante la pandemia usted preguntó a sus seguidores de Twitter «qué significado le daban a estar bien». Ese fue el germen de su último libro. Las redes sociales deberían ayudarnos a ser felices, a conseguir estar bien, sin embargo, muchas veces esta socialización digital lo que genera es bronca. Como psiquiatra, ¿nos las recomienda o prohíbe? 

—Bueno eso es un poco extremo. (Ríe) Mi consejo sería separar los beneficios emocionales, sociales, físicos de las redes sociales, de Internet, de la televisión, la del teléfono, del uso que hacemos de esa tecnología. Cuando apareció la televisión —hasta que tuve quince años no había todavía en España— empezaron a culparla de la violencia que había en las calles. La televisión no es culpable. Ahora cuando los padres utilizaban esa televisión como canguro de niños de dos, tres y cuatro años que se pasaban tres o cuatro horas delante de la pantalla, el problema no era el televisor sino el uso que hacían de él. Y lo mismo ocurre con las redes sociales —la tecnología—, que nos unen, conectan y globalizan el mundo son muy positivas. Ahora, si nos pasamos el día conectados a ellas o utilizamos las redes sociales para aplacar nuestra ira, para humillar a otros… El problema es el uso que hacemos de ella y no la tecnología en sí.

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Rubén Darío Henao
Rubén Darío Henao
2 años hace

Exelente documento gracias por motivar y enseñar a tantos lectores vamos con toda

Rubén Darío Henao
Rubén Darío Henao
2 años hace

Exelente aporte de mucha