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De amor y mar

Foto: Daniel Mordzinski

…Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.
—Del poema “Amistad a lo largo”, de Jaime Gil de Biedma

“La palabra Gijón empieza por “g” de gentes, y sus habitantes no se inhiben para mostrarse como tales. En Gijón se quiere con la dulce y serena normalidad del cariño, y en Gijón se ama con el lenguaje de manos entrelazadas, aprendido tal vez de los pájaros a la hora de construir sus nidos”.

Así empieza «De amor y mar», el texto de Luis Sepúlveda en el libro que organizó Javier Bauluz y patrocinó el ayuntamiento de Gijón en 1998. Tuve la suerte de colaborar en ese homenaje a mi ciudad, al lado de Sepúlveda, con José Manuel Fajardo, Rosa Montero y Paco Ignacio Taibo II, y las fotografías de Daniel Mordzinski, Javier Bauluz, Santiago Lyon, Eli Reed e Ivo Saglietti.

Sepúlveda habla así de Gijón porque adoptó esa ciudad definitivamente al poco de ganar el premio Tigre Juan de novela en 1988. Recuerdo que le llamé por teléfono después de que un jurado formado por Caballero Bonald, José Mª Guelbenzu, Manuel de Lope, Emilio Alarcos y Juan Benito decidiera que la novela ganadora era Un viejo que leía novelas de amor. La publicó entonces Silverio Cañada en la editorial Júcar, como hacía con todas las novelas ganadoras, pero esta pasó con más pena que gloria, hasta que se tradujo al francés, y fue entonces cuando Beatriz de Moura, que “pasaba por París”, compró los derechos y la publicó en Tusquets. Corría el año 1993 y Un viejo que leía novelas de amor fue traducida a casi todos los idiomas del mundo, y más tarde llevada al cine con guion del propio Sepúlveda, bajo la dirección de Rolf de Heer y el gran Richard Dreyfuss como protagonista.

"Luis —Lucho— Sepúlveda, se instaló en una casita con jardín en Somió, y allí abrió las puertas a sus amigos, que entrábamos y salíamos por cualquier motivo"

Pero aún estaba yo en la llamada a Hamburgo que hice a Sepúlveda en el momento del fallo del Tigre Juan. Hablé con él lo imprescindible en esos casos y antes de pasarle el teléfono a Alarcos, a la sazón presidente del jurado, Luis Sepúlveda me dijo: “Hermano, nunca olvidaré esta llamada”.

Y aquí empezó todo, porque poco después, Luis —Lucho— Sepúlveda, se instaló en una casita con jardín en Somió, cerca del que había sido el hogar de Julián Ayesta, y allí abrió las puertas a sus amigos, que entrábamos y salíamos por cualquier motivo: nuevo libro, cumpleaños, el Salón del libro Iberoamericano de Gijón, que dirigió, fin de año, boda… aunque en realidad siempre nos sobraron los motivos para entrar en casa de Lucho y Pelusa, como llamaba a su adorada poeta, Carmen Yáñez. Y allí se concentró lo mejor, por la amistad que los dos regalaban con grandes dosis de cariño y generosidad. Allí nos hemos divertido al amor de los asados que preparaba Lucho, con José Manuel Fajardo, Daniel Mordzinski, Santiago Gamboa, el negro Mario Delgado Aparaín, Antonio Sarabia… o en la Semana Negra, con Enrique de Hériz, Rosa Montero y tantos amigos en ese ambiente creado al amor de la lectura que ha crecido año a año como la única semana del mundo que dura diez días. Y en ese ambiente de “amistad a lo largo” se reunieron los autores más leídos, los más prestigiosos y también los que trajeron bajo el brazo su primer libro, su ilusión y su promesa. Haber podido escuchar a Ángel González, a Aute y a Juan Gelman recitar sus poemas es el privilegio de los que hemos estado en Gijón de espectadores, de lectores o de contertulios. En la Semana Negra todo es, y me gustaría que siguiera siéndolo, un diálogo abierto y democrático, cultural y solidario, como lo fue mientras gobernaba Tini Areces, uno de los políticos que mayor tiempo, energía y presupuesto dedicó a la promoción de la Cultura, y en concreto a la Semana Negra. Gracias a él, a Paz Fernández Felgueroso y a Paco Ignacio Taibo II, su inventor, a Justo Vasco y Cristina Macía, y desde hace unos años, a Ángel de la Calle y a José Luis Paraja, las llamadas fuerzas vivas tienen la obligación —ni siquiera se les pide devoción— de favorecer un bien cultural que, además, tantos beneficios económicos deja en Asturias.

"Lucho y Pelusa se casaron en Gijón, naturalmente, y, como dijo Antonio Machado en «La tierra de Alvargonzález», hubo gaita, tambor y vihuela"

Lucho y Pelusa se casaron en Gijón, naturalmente, y, como dijo Antonio Machado en «La tierra de Alvargonzález», hubo gaita, tambor y vihuela… y allí volvimos a estar todos los amigos, porque no hay nada mejor y más gratificante que la amistad. El día anterior, Lucho y Pelusa celebraron con sus íntimos una comida en la que cada uno podía servirse lo que quisiera, a la vista de las fuentes de comida y bebida que había diseminadas por toda la casa. Sonaba muy al fondo una música suave, y en el momento en que Led Zeppelin entró con Stairway to Heaven, “Escalera al cielo”, yo le dije cuánto me gustaba esa canción y él asintió sonriendo mientras se servía en un plato para salir al jardín. De qué cosas tan nimias nos acordamos a veces: “Y si escuchas muy atento”, dice la canción, “la melodía vendrá al fin a ti, / cuando todos sean uno y uno sean todo, / ser una piedra y no rodar. / Y está comprando una escalera al cielo”.

Buen viaje, hermano Cronopio.

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