Ruidosos, molestos, invasivos, agresivos, ubicuos… Los estorninos lo tienen todo. A estos pájaros los aborrecen los agricultores, los jardineros, los gorriones y hasta los ornitólogos. Odiar no es correcto, pero en el caso de que el objeto de tus iras sea un sturnus vulgaris la cosa cambia. Da igual que no hayas visto uno en tu vida, y que no sepas diferenciarlo de un petirrojo, tu inquina está más que justificada. Aunque no todos los humanos pensamos igual, hay excepciones. Mozart se enamoró de un estornino al que oyó cantar —sí, cantar, concretamente su Concierto para piano N.º 17 en sol mayor— y se lo llevó a vivir a su casa. Durante tres años, Star fue su fuente de inspiración y su mejor compañero. Varios siglos más tarde, la naturista y ecofilósofa Lyanda Lynn Haupt adoptó a otra de estas aves —Carmen— para estudiar y comprender el improbable vínculo que se estableció entre el famoso compositor austriaco y su pájaro. El resultado de la convivencia con su mascota y la investigación sobre el autor de La flauta mágica quedan recogidos en un estupendo ensayo titulado El estornino de Mozart (Capitán Swing).
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—Según un destacado periodista medioambiental, Nicholas Lund, al que usted cita en su obra: «Odiar a los estorninos está bien. Son ruidosos y molestos». ¿Por qué hasta los ornitólogos odian a estos pájaros en Estados Unidos?
—En los Estados Unidos los odian principalmente porque son una especie invasora que compite incluso contra otros pájaros. Los estorninos son agresivos y, en ocasiones, expulsan a otras aves de sus nidos para ocuparlos. Esto último es algo que ocurre, sobre todo, en las ciudades. Aunque también la gente de las zonas rurales les tiene manía porque suelen destruir los cultivos; se comen el grano y los cereales. Los odian los de la ciudad y también los del campo. Hay gente en Norteamérica que ni siquiera sabe reconocer a los estorninos, pero también los odia.
—Pese a su mala fama actual, hace unos siglos Mozart quedó prendado por un estornino, igual que le ocurrió a usted. El padre de Mozart muere y el músico no va a su funeral. Al estornino cuando murió le organizó un entierro.
—Hay personas que creen que fue una respuesta irónica del músico. En efecto, Mozart no acudió al funeral de su padre y eligió hacer una ceremonia a su pájaro, pero, como explico en mi libro, creo que hay más matices. Amadeus tenía una relación complicada con su padre, pero también había un nexo profundamente emocional: le tenía mucho afecto. Mozart vivía en Viena y su padre en Salzburgo. En esa época esta era una distancia considerable para trasladarse de un lugar a otro. Además, ese trayecto era caro y la familia no tenía un poder adquisitivo sólido. En realidad, no creo que Mozart no quisiera ir al funeral de su padre, no pudo hacerlo por las dificultades que comentaba antes. Pero su ausencia provocó que se le acusara de preferir a su pájaro en lugar de a su padre. Mozart tenía un sentido del humor muy travieso y quizás hizo el funeral para su estornino de una forma irónica. Yo he vivido con un estornino —Carmen—, y una vez que compartes tu casa con uno de ellos compruebas que te aportan muchísima alegría. Cuando Mozart tenía momentos difíciles, se notaba en su música y también en la relación con su pájaro. Esto último son especulaciones basadas en mis estudios. También creo que en su música se ve su relación honesta y sincera con Star, su estornino.
—Un pequeño apunte más sobre la familia de Mozart. Usted relata en su libro la trágica historia de la hermana de Mozart, Marina, obligada a dejar la música por los convencionalismos de la época.
—Ella no era un prodigio como su hermano, pero tenía mucho talento. Leopoldo y su mujer, Ana María, les dieron a ambos una educación musical. El padre les daba clases de violín y de piano, y por ese motivo los dos fueron tan habilidosos. Pero a Mariana no le enseñó composición, eso lo hizo solo con Mozart, debido a los estándares de la época. Cuando su hermano empezó a mostrarse en público, Mariana fue dejando poco a poco la música porque se esperaba que su papel estuviese en la casa. Esto le provocó una depresión, perdió la alegría y esto es una gran tragedia. Aunque la familia no apoyó a Mariana, los dos hermanos siguieron mostrándose mucho afecto.
—La culpa de la llegada a EEUU de los estorninos fue de un inglés, Shakespeare. ¿Correcto?
—(Ríe) Sí. Puede que fuese culpa de Shakespeare. Esto es algo que se ha repetido constantemente en las noticias y en revistas científicas,aunque hay que aclarar que en la investigación de este libro no encontré razones que sustentaran este argumento. Sabemos que fue Eugene Schieffelin quien, en 1890, los liberó en el Central Park de Nueva York. Es ese contexto, había colonos que echaban de menos a los pájaros de Europa y los traían a Estados Unidos. Hay varios libros de Shakespeare en los que aparecen estas aves y por eso se afirma que «él las trajo a Norteamérica». Lo que sí es cierto es que los estorninos son una especie invasora que trajeron los humanos. Ahora tenemos millones de esta especie invasiva en todo Estados Unidos. La genética ha demostrado que estas poblaciones tienen un origen europeo. La idea de que la motivación de Schieffelin para traer estas aves fue de Shakespeare es una buena historia, que me apropié para mi libro, aunque no tengo la certeza de que fuese así.
—Los estorninos provocan sentimientos contradictorios: como grupo son despreciados y odiados por ser una especie invasora en Estados Unidos, pero a nivel individual se les aprecia por sus valores, digamos artísticos. Es lo que le ocurrió a usted con Carmen, ¿no?
—Si no fuese por su mala reputación, los estorninos pasarían desapercibidos. La gente no suele fijarse en ellos en detalle y por eso escribí también el libro, porque quería hablar de su complejidad y cuestionar por qué hay esa aversión hacia ellos. Yo soy naturalista y hasta que empecé a elaborar mi ensayo no había dedicado tiempo a observarlos. Al vivir con un estornino descubrí que son animales muy sociables, también que son hermosos —tienen plumas luminosas— y fascinantes. Carmen se convirtió en parte de nuestra familia, participaba en nuestras actividades cotidianas y estaba siempre cerca de mí mientras trabajaba con el ordenador. Carmen hablaba todo el rato sin parar, imitaba mi voz y los sonidos de la casa. Su vocalización era humana.
—Cuando uste se hizo cargo de Carmen se dio cuenta de que no era la única: en Estados Unidos había muchas personas que tenían uno de estos pájaros de mascota, incluso hay una página web sobre sus cuidados y su crianza.
—Sí. Hay una comunidad online para todo en esta vida. (reímos) Eso fue algo que me sorprendió mucho. Cuando empecé a hacer la promoción del libro en Estados Unidos había personas que traían a las lecturas álbumes de fotos de sus estorninos. Ellos me explicaban que sus mascotas hacían las mismas cosas que yo relataba de Carmen en el libro, como cuando conté que ella se sentaba en el borde del vaso, metía la cabeza en el agua y hacía burbujas. Aunque, en realidad, su bebida favorita era el vino. Después de cortarle las uñas, como recompensa le daba un traguito de vino. Fue muy interesante para mí descubrir que había muchas personas que habían vivido lo mismo que yo. En una de esas presentaciones, en California, una mujer de la primera fila, cuando estaba contando la relación que tenía Mozart con su estornino, comenzó a llorar. Le pregunté si estaba bien y me contestó que sí, pero que lo que yo estaba contando le recordaba mucho a su pájaro, que había muerto hace un año. Mi Carmen también falleció, y la echo mucho de menos.
—¿Cómo acabamos con las especies invasoras? ¿Cómo debemos frenarlas si hay una superpoblación?
—Las especies invasoras son un problema en los diferentes lugares del mundo, y creo que no hay una respuesta única a esta cuestión. Hay algunas que no tienen un impacto ecológico muy grande y otras que sí, que afectan negativamente al medio ambiente. El problema es que hay soluciones que funcionan para una especie y no para otra. Es muy difícil hacer una política única para hacer frente a esta problemática. Si hablamos del caso de los estorninos, en Estados Unidos hemos gastado muchísimo dinero para parar su superpoblación y no ha servido de nada. Los seres humanos debemos reaccionar más rápido cuando llega una especie invasora. También debemos tener una mirada más ecológica para frenar la desertificación, crear espacios preventivos para estas especies y regular la alimentación que damos a estas aves y al resto de animales salvajes. Ese enfoque nos ayudará a luchar contra el cambio climático.
—Vamos con Chomsky. El lenguaje se considera el factor diferenciador entre humanos y animales, pero después de leer su libro vemos que ese concepto tiene fisuras.
—No sé si quiero decir que Chomsky se equivocaba. (Rie) Él tiene razón en muchas, muchas cosas, pero también hay que reconocer que su teoría lingüística está un poco pasada de moda. Una de las ideas en las que se basaba era en que la recursión —a partir de una frase podemos ir construyendo otras— era una característica exclusiva del lenguaje humano. Los estorninos, según un estudio, sí que reconocen la recursión. Durante esa investigación se comprobó que identificaban los patrones recursivos. Esta es una de las razones por las cuales la teoría de Chomsky está desfasada. Pero no me animó a decir que esté equivocado. Sí que es cierto que tengo un gnomo de jardín de Chomsky y conseguí que Carmen se posase en su sombrero y le envié una foto.
—Podemos afirmar entonces que Carmen quedó por encima de Chomsky, ¿no?
—Son sus palabras, no las mías. (Risas)
—Finalizamos. ¿Cómo debe ser nuestra relación con los animales en el siglo XXI?
—Uno de los problemas de la desconexión que hay con la naturaleza es que las personas de la ciudad quieren encontrar una cabaña en la naturaleza e irse allí a vivir. Pero lo último que necesitamos es gente que haga más caminos y más viviendas en el medio natural. Esto es una amenaza ecológica: que los urbanitas quieran pasear de forma turística por el campo. Pero evidentemente tenemos que conectarnos con la naturaleza, porque somos parte de ella. La solución no es irnos a vivir al bosque, pero sí que debemos encontrar una manera de conectar con la naturaleza de una forma respetuosa. Es importante tener una conciencia ecológica en nuestra vida diaria para preguntarnos qué comemos, cómo nos vestimos y de qué forma utilizamos el agua. Y vivir así es hermoso. Sobre el futuro de los animales, pienso que nada es blanco o negro. Debemos comprender la complejidad que supone coexistir con un montón de inteligencias, como la que yo descubrí al convivir con Carmen. Los animales sienten el mundo y lo viven a través de su piel. Lo que necesitamos como humanos es un alto grado de humildad y reflexionar antes de tomar decisiones dañinas para la naturaleza. Los seres humanos no debemos imponer nuestras decisiones al resto de especies.
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