Era aún una niña cuando su madre le regaló el primer diario para escribir verdades y desde entonces no ha parado de hacerlo. Es autora de un libro de poesía, una novela y quince libros de ensayo e investigación periodística, pero sobre todo ha sido la voz de miles de víctimas de violencia sexual, a quienes ha entrevistado en su recorrido a través de medio mundo, denunciando así algunas de las más poderosas redes delictivas. Por todo ello ha tenido que pagar un precio muy alto: amenazas de muerte, torturas y un secuestro del que creyó que no iba a salir viva, hasta que en julio de 2019 tuvo que huir precipitadamente de su país, México, cuando unos sicarios entraron en su casa y mataron a sus tres perras. Era el último aviso. Lydia Cacho se instaló entonces en España y desde este refugio ha dado forma a un libro, Cartas de amor y rebeldía (Debate), una recopilación cronológica de escritos íntimos y de misivas que escribió y recibió de su familia y de sus amigos. Retazos de una vida que el lector va reconstruyendo página a página, como una suerte de puzzle literario y cuya imagen final revela su intensa y valiente biografía.
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—En el libro descubres buena parte de tu vida más íntima. ¿Por qué decides hacerla pública precisamente ahora?
—Hace un tiempo, el exgobernador de Quintana Roo, a quien yo investigué por vínculos con la delincuencia organizada y actos de corrupción y violencia contra mujeres, pagó a una exdiputada local para que escribiera una falsa biografía mía, y ese libro, de autopublicación, se estuvo entregando a todos los medios de México. Afortunadamente mis colegas no le dieron importancia, porque se dieron cuenta de que era una trampa elaborada por políticos para desacreditarme. Y me quedó guardada la sensación de que yo tenía que contar mi historia, me pareció que era el momento de hacer una biografía desde los hechos contados por mí a lo largo de la historia, sin reinterpretar el pasado.
—¿Qué has aprendido de ti misma con la elaboración de este libro?
—He aprendido gran cantidad de cosas. Una de ellas es que la defensora de derechos humanos que yo soy ahora, a los 59 años, está movida internamente por esa niña de doce años que fui. Cuando releí mis diarios de la niñez descubrí que esa fuerza interior que tenemos casi todas las personas a esa edad y que vamos eliminando de nuestras vidas —porque consideramos poco importante o tal vez demasiado ingenua— es una fuerza vital. Y de alguna manera, no sé cómo, se mantuvo dentro de mí y eso fue muy emocionante. Por otro lado, también descubrí que desde muy pequeña tenía una gran claridad sobre el significado de la muerte y una búsqueda continua para justificar la vida, y no recordaba esas preguntas que me hacía de adolescente hasta que releí todo esto, y creo que eso me recordó por qué he enfrentado la muerte, los atentados y la tortura en la forma en la que lo he hecho a lo largo de los años.
—Precisamente dices en una de tus cartas: “No hay nada desconocido en la muerte, todo lo incomprensible se halla en el lado de la vida”. Parece que desde pequeña tu afán ha sido comprender. ¿Se puede comprender la maldad, la crueldad con otros seres humanos?
—No, no he logrado entender la maldad, sí he entendido el origen del resentimiento humano hacia las demás personas, en particular de los hombres que agreden a las mujeres y a los niños y niñas. Y tiene que ver con infancias despreciadas y maltratadas. Parece una obviedad, pero al final no lo es.
—Tras la publicación de tu libro Los demonios del Edén fuiste perseguida, detenida y torturada. ¿Volverías a pasar por todo lo que has pasado por decir la verdad?
—Nadie está preparado para ser secuestrado y torturado, por más que lo pienses, ni un policía, ni nadie que trabaje en ámbitos de seguridad. Yo sí era consciente del riesgo que corría cuando publiqué ese libro y los demás, mis investigaciones subsiguientes. Pero no me arrepiento de haberlo hecho. ¿Volvería a publicarlo? Sí. ¿Me protegería de una mejor manera si hubiera sabido los alcances de la crueldad? Probablemente, pero sin duda no me arrepiento de haberlo hecho.
—¿Qué secuelas deja la tortura?
—Pues deja un dolor psicológico que hay que trabajar el resto de tu vida. Para mí la terapia ha sido importantísima desde muy joven. Afortunadamente mi madre era psicóloga y nos educó en el contexto de la salud mental, en poner mucha atención en ella, y más cuando eres activista o defensora de los derechos humanos o periodista. Y luego también deja otras secuelas importantes relacionadas con la salud física, dependiendo del daño que te hacen. Lo he hablado en algún foro internacional con otros periodistas de otros países, sobre todo africanos, árabes, que han sido torturados, y con amigas de Centroamérica que también fueron torturadas, no necesariamente por las autoridades, y es muy parecido todo. Hay problemas de salud, que pueden ser desde muy leves a muy graves. Incluso hay científicos que dicen que si tú tienes tendencia a tener algún cáncer, los niveles tan elevados de estrés sostenido pueden provocar que se disparen todos estos componentes (la producción de cortisol, de adrenalina, etc.) y pueden desatarlo mucho más pronto.
—¿Se puede luchar contra la violencia sin violencia, o es algo que llevamos en el ADN?
—Yo estoy segura, absolutamente convencida, de que se puede hacer. Creo que la gran trampa que nos ponemos, incluso en el mundo intelectual en particular, es reiterar sistemáticamente que la violencia sólo se combate con violencia. Y no hay nada ingenuo en mi respuesta, todo lo contrario. Pienso que hay muchas formas de abatir la violencia desde la justicia, la reinserción social, la terapia, y por supuesto el alejamiento a los victimarios de sus propias víctimas, eso sin duda. Pero creo que esto tiene que ver más con la forma en que hemos construido nuestra visión de la justicia, que en el mundo entero está mucho más relacionada con la venganza que con la necesidad de reparar el daño de las víctimas y el daño social que causa una persona violenta en su entorno.
—¿Tú has llegado a perdonar a sus torturadores?
—Sí, y lo hice no porque sea una buena persona, lo hice porque lo descubrí un día en terapia, justo un día antes del día en que tenía que ir a testificar contra el jefe de la policía que fue el líder de mis torturadores. Hablando con mi psicóloga me descubrí sin darme cuenta diciéndolo en voz alta: “Si yo ya lo perdoné…”. Y cuando ella me preguntó por qué, le dije: “Porque no quiero que colonice mi cuerpo”, que es algo que aprendí de mi madre. Los abusadores, los torturadores, las personas que nos violentan lo que hacen es colonizar nuestro cuerpo, nuestra memoria emocional con su presencia, y de alguna manera yo hice un ejercicio para sacarlo de mi cabeza y se lo dije, en el juicio, frente a mis abogados y el juez. Le dije: “Quiero que se quede en prisión, y tiene que pagar por esto y no volver a hacerlo nunca más, pero yo ya lo perdoné”.
—Hay una carta en la que cuentas que tuviste un encuentro con Salman Rushdie en Australia y que ambos os reíais de vuestras tragedias. ¿El humor es también una manera de combatir el miedo?
—¡Uff… (ríe) pues claro que sí, el humor es importantísimo. El humor para combatir el miedo es fundamental, porque quienes tenemos un poco de humor negro —yo soy una de ellas— sabemos que reírnos de nuestras propias miserias de vez en cuando es no solamente muy sano psicológicamente, sino que también nos ayuda a poner en un lugar equilibrado los sucesos de nuestra realidad.
—A relativizarlo todo un poco.
—Exacto, esa es la palabra que estaba buscando.
—También escribiste: “Buscamos certezas, pero sobre todo buscamos paz donde es difícil encontrarla”. ¿Qué es más importante para ti, la búsqueda de la verdad o tu propia paz?
—Sí, definitivamente, me encantaría poder responderte que a mí en este momento de la vida, en el exilio, me es más importante la paz que la búsqueda de la verdad, pero sería una mentira porque… (ríe).
—Tu biografía habla por ti…
—Exactamente, sí.
—¿Y fue tu lucha por la defensa de los derechos humanos la que te llevó al periodismo, o fue al revés?
—Decidí ser periodista porque descubrí, desde muy joven, que tenía habilidad para escuchar a las demás personas, pero también para plasmar por escrito esas historias. Yo observaba todo, lo miraba, por eso mi madre me regaló estas libretas de niña, primero un poco para que ya dejara de hablar tanto y de preguntar tanto…
—Para que te desahogaras por escrito.
—Seguramente era un poco insoportable…(ríe) aunque mi madre no me lo dijera. Para mí fue muy claro: yo descubrí la defensa de los derechos humanos gracias a mi madre y a sus amigas y los grupos con los que ella trabajaba y a mi hermana Myriam, que es psicóloga. Para mí, ser defensora de los derechos humanos se convirtió desde la juventud era una forma de ejercer mi ciudadanía en un país que no reconocía que las adolescentes tenían derecho ciudadano. Y el periodismo en realidad se convirtió en una herramienta de denuncia muy importante que resolvía un poco esa necesidad vital para poder transparentar lo que los políticos negaban sistemáticamente en México. Por eso me da mucha risa que me digan que los fake news se inventaron ahora. ¿La gente no puso atención en los años sesenta y setenta, que fue en realidad cuando se crearon los noticieros? Desde la radio, por supuesto, pero la televisión también utilizó mucho la narrativa, la manipulación de las imágenes, etc, y la utilización de la fama y el prestigio de los periodistas de la televisión para poder manipular la realidad y mentir. Allí comenzó todo esto.
—Precisamente en México ya han asesinado a doce periodistas en lo que va de este año. ¿Esto significa que el periodismo se ha vuelto cada vez más peligroso para el poder en tu país?
—Sí, y no solamente en México, también en el resto del mundo. Acabamos de ver hoy la sentencia de una colega en Bielorrusia: el gobierno la acusa de traición a la patria y la condena a ocho años de prisión por haber denunciado actos de corrupción y de violencia de Estado, y eso sucede en toda Latinoamérica y en el resto del mundo, aunque hay países donde es más obvio porque son agentes del Estado quienes agreden.
—Te preguntaba por México porque según la clasificación de Reporteros sin Fronteras figura como el país sin conflicto armado más peligroso para el ejercicio periodístico.
—Sí, en este momento es así, incluso en Bielorrusia y en otros sitios como el mismo Brasil o en Honduras, en lugares donde ha habido regímenes con una propensión hacia la dictadura y la ultraderecha, la persecución de periodistas ha sido judicial, no ha sido violencia, tortura y muerte. Y en México sí. Alguien me dijo hace ya muchos años que después de mi caso muchos de estos políticos entendieron que no vale la pena el secuestro y la tortura porque si sales hablas, y entonces es mejor matarlos directamente.
—Terrible…
—Realmente terrible, sí.
—¿Cómo valoras el periodismo que se está haciendo en España ahora? ¿Hace falta un buen periodismo de investigación también aquí?
—Me parece que lo hay, pero también me parece que, hablando con colegas periodistas, tienen historias superinteresantes y que no se las publican completas porque, según me cuentan, tienen mucho miedo de ser anulados por el poder, el poder político, y el poder de las empresas de los medios —que tienen una potencia tremenda— y cuando estos dos se vinculan pueden hacer desaparecer, no físicamente, pero sí profesionalmente a una persona. Y después a ver quién te va a contratar, vas a perder tu nivel de vida, tu estabilidad. Es una decisión individual, yo no lo puedo juzgar, lo que creo es que hay muchos temas en España que necesitan ser investigados de manera más acuciosa y mucho más valiente, porque creo que la sociedad española se lo merece.
—Tus investigaciones han logrado llevar a juicio a más de 35 explotadores de niñas y mujeres, gente muy poderosa. ¿Te consideras una heroína o simplemente una superviviente?
—Me considero una mujer inteligente, profesional y muy valiente, en un mundo que castiga la valentía y la inteligencia de las mujeres.
—Es cierto que de la lectura de tus diarios se desprende que desde pequeña siempre has tenido ese afán por cambiar el mundo. ¿De no dedicarte al periodismo (o de haber nacido en otro país) te hubieras dedicado a la política?
—Creo que no, no tengo ni la personalidad ni el carácter para ser una buena política. Y me lo he planteado muchas veces. De hecho, el actual presidente de México, López Obrador, cuando estaba en la candidatura hace cuatro años me pidió que fuera gobernadora del estado de Quintana Roo.
—Pensaría: si no puedes con tu enemigo, únete a él…
—Exacto, y claro que no. Si no hubiera sido periodista, hubiera sido bailarina de ballet clásico y ahora estaría retirada y seguro que mejor… (ríe).
—Nada que ver con lo que has hecho.
—No, pero bueno, la vida es fantasiosa también.
—Siempre has sido una gran activista y defensora de los derechos de las mujeres. De hecho, fundaste un refugio para mujeres de alta seguridad en México. ¿Cuál es la principal batalla que aún tenemos que librar en este terreno?
—Sigo creyendo que la batalla de este siglo para la sociedad entera, para hombres y mujeres, es el comprender que la igualdad pasa necesariamente por la erradicación de todas las formas de violencia feminicida, de una violencia por pertenecer al género femenino. Y en ese sentido, la gran tarea en estos momentos es que tanto mujeres como hombres trabajemos de la mano para erradicar primero el machismo y después no caer en una trampa, que me parece que es muy peligrosa y que en España es mucho más patente que en otros países.
—¿A qué te refieres?
—Hablo de este discurso bastante dogmático y muy inteligente políticamente para hacer desaparecer el concepto de género en las leyes, en el ámbito de la justicia, porque con ello desaparecerían por completo, se erradicarían las leyes que nos ha llevado siglos lograr. Me parece que los políticos y las políticas ignorantes han logrado dividir de manera muy importante a la sociedad desde la ignorancia y desde la mentira, falseando conceptos e ideas y llevándolas al ámbito de las convicciones emocionales de las personas. Y eso es muy peligroso.
—Sí, es un gran debate, muy de actualidad. ¿Estás leyendo ahora algún libro que te resulte interesante y que podrías recomendar?
—Ahorita estoy obsesionada verdaderamente con el último libro de Rosa Montero, El peligro de estar cuerda. Es un ensayo tremendo, me fascinó. Y luego también acabo de leer El último hombre blanco, de Nuria Labari y es genial también. Cuando lo comencé a leer, pensé: “Bueno, es otro libro sobre este tema”, y según avanzaba dije: “¡Qué brillante manera de abordar el tema de la masculinización del poder femenino!”. Hasta el punto de hacer desaparecer por completo el “ser mujer”, y es comida, engullida por el patriarcado.
—Según cuentas, tu madre te regaló el primer libro de Rosario Castellanos, una de las más importantes escritoras mexicanas, pionera del feminismo en tu país. ¿Fue una de tus influencias de adolescente?
—Mi madre leía mucho y mis abuelos también. Mis abuelos maternos tenían muchos libros en portugués en casa, que es como yo aprendí esos dos idiomas, leyéndolos y escuchándoles. Yo descubrí la poesía a través de Camoens y más tarde de Pessoa. Sin duda estos fueron libros importantes, y de hecho tengo en mi casa los libros de poesía que me regaló mi abuelo. Más tarde sí, leí a Rosario Castellanos (está en mis diarios) y a Eduardo Galeano, y creo que los libros que más me marcaron fueron los de la adolescencia. Y luego, a lo largo de la existencia, cada vez que tomo un libro es como descubrir un universo nuevo. He tenido la suerte de que la gente que me conoce me ha obsequiado siempre libros que son absolutamente puntuales en el momento en que los necesito.
—“Escribimos para darle sentido a lo que tenemos alrededor”, dices en otro de sus escritos. ¿Lo consigues?
—Parcialmente, me parece que sí. Le doy un sentido parcial a las ganas de seguir viva y seguir contando historias y seguir escuchando las historias de los demás y tratando de que la manera en que esas historias son narradas sea útil o transformadora, tanto para mí como para las demás personas. Y creo que sí, que he logrado desarrollar un estilo periodístico que está en los linderos de la literatura y que es más accesible para mucha gente.
—Y ya por último, ¿qué proyectos tienes?
—Pues estoy terminando un libro de entrevistas con jóvenes españolas para Esfera de los Libros que me emociona muchísimo, porque es mi primer libro cien por cien español, y por ahora es eso. Y además quiero volver a la poesía, a ver si lo logro.
«vivimos en un mundo que castiga la inteligencia y la valentía» Y punto. Los incómodos nunca han sido bienvenidos, sin importar su sexo.
Pero qué ciego está usted. Parece que solo las mujeres son capaces de ver (será porque la sufren) esa enorme diferencia de trato dependiendo del sexo. Mientras los hombres no sean conscientes, no hay nada que hacer.
Item más: que usted se atreva a comparar cualquier agravio que haya sufrido por ser inteligente y valiente con lo vivido por esta señora, es un insulto a la inteligencia y la valentía.
Pero, ¿a alguien le importa esta conversación progresista? ¿Charla auténtica? ¿Alguien ha querido saber alguna vez o usted realmente querrá saberlo?
Distinguir, separar, analizar. Es necesario e imprescindible. Siempre.
Vivencias válidas y traumáticas y su trasmisión, su testimonio, por supuesto. Por eso el libro hay que leerlo. Leer esas experiencias por quienes no las hemos experimenrado y que es necesario que conozcamos.
Pero es un error, en base a ello, generalizar. Nunca es bueno generalizar sin base suficiente, solamente con las propias experiencias por muy traumáticas que sean.
Mis experiencias, como individuo del género masculino, que también tienen que ser tan válidas como las suyas ya que, como persona, no soy inferior a usted, son, a lo largo de mi larga vida (casi septuagenario) y por lo tanto alejado de las polémicas absurdas de género, que la valentía y la inteligencia, tanto de hombres como de mujeres, es castigada por esta posmoderna sociedad. Esa es mi experienvia personal.
Y mi opinión personal es que el posfeminismo fanáticamente militante tiene colocadas unas orejeras muy parcialmente orientadas que les impide tener perspectva amplia y una visión social de conjunto. Defender, arteramente o no, solamente a una parte de la población no beneficia en nada al conjunto de la humanidad que, por ahora, la componen hombres y mujeres, y todo ello con permiso de los poshumanistas.
Por ello, como resumen, estimada señora, una cosa son sus válidas experiencias y otra muy diferente lanzar, proclamar, leyes universales en base a ello. Como Juan es calvo y Juan es español, todos los españoles son calvos.
Siento reiterarme pero no puedo por menos que transcribir un párrafo del libro «Prometeo» de Luis García Montero: «La sectorialización de las víctimas suele dar malos resultados en la defensa de los derechos humanos».