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Macarras ibéricos

Llevo un tiempo leyendo la obra de Iñaki Domínguez. Es una obra cada vez más extensa, que se va haciendo difícil de resumir. Llevo leídos media docena de ensayos y, así a bote pronto, se me ocurren una serie de temas recurrentes que me han saltado a la vista y que son no sé si leitmotivs o directamente obsesiones de su pensamiento (porque Iñaki, como cualquier artista, es obsesivo).

La vida

La vida es la principal obsesión de Iñaki Domínguez. Es un tema neurálgico en su obra. En eso es claramente nietzscheano. No sabría decir si es una influencia directa, pero Iñaki coincide con Nietzsche en esa exaltación de lo vital y lo dionisiaco frente a lo mórbido y apolíneo. La vida es la gran fuerza que no conviene frenar con una intelectualización excesiva y paralizante. Hay que celebrar la vida, aunque sea de manera extrema, violenta. Si uno coge los personajes cuya biografía ha destacado Domínguez en Signo de los tiempos, se da cuenta de que todos ellos —estamos hablando de John Holmes, Ed Gein, Huey Newton, Eddy Bunker, Charles Manson y más— comparten esa vitalidad desmedida que se topa, demasiado a menudo, con las bridas que la sociedad, por mera protección, pone a esta energía.

La acción

Cómo ser feliz a martillazos es quizás el ensayo más intimista de Iñaki Domínguez. Tiene algo de obra confesional entre líneas. Él mismo explica que en un momento sufrió una depresión de caballo siendo joven, y aclara que la única receta útil que ha encontrado para salir de este tipo de agujeros negros es la acción. Para Iñaki, la acción es la mejor terapia, no hay otra. Pararse y reflexionar solo nos lleva a la morbidez y a quedarnos hipnotizados con el abismo que tiene siempre delante la vida. La acción es bailar en las fauces mismas del abismo. Y hay que hacerlo con la alegría más feroz, con aquella que da la desesperanza más absoluta, a sabiendas de que el abismo nos engullirá también a nosotros. Otra vez Nietzsche.

La violencia

La violencia no es sino la consecuencia lógica de la acción, que a su vez es la manifestación natural de la vida. Vivir es ejercer violencia sobre el entorno, ya sea humano, animal, vegetal o geológico. Los seres humanos removemos hasta montañas y necesitamos ejercer esa violencia sobre nuestro contexto. Es ley de vida. Necesitamos destruir para crear y matar para comer. La única moralidad a la que uno puede aspirar sería a hacer el mínimo daño posible. Pero vivir implica necesariamente dañar. Iñaki Domínguez está obsesionado con la violencia y la estudia y la entiende, porque es un lenguaje con el que, como tantos jóvenes callejeros, ha crecido.

Macarras

De ahí la obsesión con los macarras. Los macarras son la creación natural de ese lenguaje que es la violencia callejera urbana. Con su obra —ya un clásico— Macarras interseculares, y con Macarras ibéricos, que es la continuación, Iñaki Domínguez ha rescatado toda esa intrahistoria de los barrios, todas esas anécdotas callejeras que de no ser por él se habrían perdido, pues vivían únicamente en la tradición oral. Al recuperarlos en estos dos libros fundamentales de la antropología más reciente, lo que está haciendo es escribir una historia popular española de las últimas décadas. Todo un universo que estaba ahí, marginado, listo para desaparecer, él lo ha reflotado y le ha fabricado un marco memorable.

Horteras

Si los macarras le atraen y le fascinan —y a poco que uno hurga se detecta rápidamente lo mucho de macarra que tiene el propio Domínguez—, los horteras son su bestia negra. Iñaki odia a los horteras. Los horteras son individuos que quieren manejar unos códigos de elegancia que no dominan y que resultan doblemente despreciables, según él: por su intento (fallido) de negar sus orígenes de clase y por la zafiedad de sus alardes de elegancia. Basta charlar con Iñaki Domínguez dos minutos para darse cuenta de que le tiene fobia a este tipo de personajes.

La realidad

La suma de lo dicho deja claro que a Iñaki Domínguez le atrae siempre la realidad. Esa realidad es lo que determina lo simbólico y nunca al revés. Esa creencia radical en el materialismo de los mecanismos sociales es lo que le lleva a declararse marxista. Para él, toda la obsesión posmoderna con el lenguaje es una suerte de alucinación colectiva: no por nombrar las cosas de otra manera modificamos la realidad. Solo los cambios que se ejercen sobre la materialidad de la existencia tienen alguna incidencia en nuestras vidas.

Lo simbólico

Lo simbólico es el refugio de la impotencia. El marxismo real, aquel que ejerció su influencia a través de la violencia en la vida de Occidente durante muchas décadas, obligando a los Estados a cambiar multitud de aspectos de nuestra vida colectiva, llegó un momento en el cual se retiró de la esfera de la realidad y se refugió en las universidades y la cultura. Ese marxismo simbólico, como lo define Iñaki Domínguez, es otra de sus bestias negras, por lo inocuo. Según Domínguez es perfectamente compatible con el Sistema, que le ha entregado los espacios simbólicos a cambio de controlar los medios de producción materiales.

El capitalismo

El capitalismo es el sistema perfecto, imbatible, incansablemente camaleónico, capaz de “cooptar” (palabra muy de Iñaki) todos aquellos discursos o grupos que se le oponen para inutilizarlos. La manera de cooptar a los intelectuales, integrándolos en el mundo universitario y volviendo inútiles sus discursos, es un ejemplo clásico al que recurre Domínguez. Los miembros de grupúsculos como la Fracción del Ejército Rojo o las Panteras Negras, que en los años setenta estaban en la acción directa y oponiéndose frontalmente al estatus quo, hoy están en las cátedras de universidad soltando palabras que son como burbujas y no balas.

EEUU

Pese a que vive en España, Estados Unidos es el país que está en el centro de su reflexión. Iñaki Domínguez lo considera la punta de lanza de la modernidad, la metrópoli de Occidente. Y puesto que todo lo que sucede allí acaba, según él, llegando tarde o temprano a las colonias, buena parte de su reflexión se centra en este país que le sirve como espejo en el que mirar fenómenos locales. De esta manera, para entender el marxismo cultural pondrá el foco de su pensamiento en las universidades californianas antes que en las europeas, y para entender a los macarras ibéricos explorará las relaciones entre las gangs angelinas o neoyorquinas, y en general hay un vaivén entre un país y otro. Con el tiempo, eso sí, Iñaki va apreciando y entendiendo la parte intrínseca e intransferible de la cultura española.

***

Con este bagaje intelectual, Iñaki Domínguez acaba de publicar la segunda parte de Macarras interseculares y continúa haciendo su particular radiografía de la España reciente. Tras haberle leído en profundidad, creo firmemente que estamos ante uno de los pensadores más originales y penetrantes del momento actual. Es uno de esos autores a los que voy siguiendo libro a libro.

Veo claramente adónde le están llevando sus trabajos de antropología y entiendo su fascinación por el universo macarril. La realidad tiene esa atracción fatal sobre nosotros. Y al mismo tiempo hay una contradicción evidente entre su fascinación por la realidad y su atracción por el pensamiento más duro y filosófico. Mi sensación es que Domínguez tendrá que decidir, en algún momento, entre lo uno y lo otro. No se puede ser Hunter Thompson y Kant a la vez. La vida y el pensamiento abstracto se excluyen mutuamente.

Si se deja absorber por la realidad dejará de tener esa capacidad de análisis filosófico de altura gracias al cual ha marcado distancias con muchos de sus coetáneos. Pero si se encierra, ganará como intelectual y perderá ese contacto con la realidad más candente y marginal que es igualmente lo que lo distingue ahora mismo.

Lo suyo es un dilema vital, y yo, por lo menos, tengo curiosidad de ver cómo evoluciona su obra. En todo caso, por el momento ha encontrado en mí a un lector fiel, y he vuelto a disfrutar con este Macarras ibéricos cuya lectura aprovecho para recomendar vivamente.

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Autor: Iñaki Domínguez. TítuloMacarras ibéricosEditorial: Akal. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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