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Macarrismo, de Iñaki Domínguez

Macarrismo, de Iñaki Domínguez

¿Qué es el macarrismo? ¿Es acaso la cultura propia del maca­rra? ¿Su traslación estética? ¿Una inevitable consecuencia de su modo de vida? Después de la aclamada y exitosa obra Macarras interseculares. Una historia de Madrid a través de sus mitos ca­llejerosIñaki Domínguez nos ofrece un ensayo interpretativo del fenómeno del macarrismo patrio y de sus macarras.

Zenda adelanta el epílogo de Macarrismo (Akal).

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EPÍLOGO

Del macarrismo al macarreo
El macarra en los tiempos de internet

Como dijo el Juli en páginas anteriores, los macarras no han desaparecido, ni mucho menos. Y no solo eso, sino que están más preparados en todos los sentidos y «son más bravos». El macarrismo es una condición muy vinculada a la juventud y, aunque hoy hay menos jóvenes que en los tiempos de la Transición, entre estos hay macarras que quizás forman parte de una elite más selectiva. Sin embargo, en una era posmoderna como la actual, parece que el referente es lo de menos, el macarra objetivo ha sido descartado por los medios, cobrando tal identidad relevancia solo a modo de juego irónico en manos de modernos, estilistas y cantantes de música urbana. Parte de mi trabajo consiste, precisamente, en recuperar al macarra como referente objetivo, entrevistando y analizando a personajes reales, no recurriendo al Matrix representacional que es internet. Muchos entrevistadores me preguntan si los macarras siguen existiendo. Existen, no cabe la menor duda. De ello tuve noticias claras hace no mucho. Había bajado al bar debajo de mi casa para tomar una cerveza con un amigo. De repente oí a un tipo gritar a lo lejos mientras corría hacia el portal de mi casa, a mi derecha. Yo pensaba que estaba bromeando. Al llegar a mi portal se puso golpear el portal con una barra maciza de metal. Salió de nuevo del portal, nos miró y se acercó a nosotros con la barra en la mano. El tipo no solo era un macarra, sino que tenía cara de psicótico. Nos miraba como si fuésemos alguien a quien buscaba. El hecho de que tuviese pinta de loco era preocupante: quizá nos había confundido con alguien a quien quería matar. Mientras se acercaba, mil cosas pasaron por mi mente: coger una silla y tirársela, salir corriendo, etc. En situaciones de peligro el tiempo se ralentiza drásticamente. Lo que hicimos fue permanecer quietos, a la espera, no dio tiempo a más. Afortunadamente, el tipo paró, nos miró como escudriñándonos y se dio la vuelta. Los macarras existen.

En los años setenta y ochenta ser «de barrio» no era cool, como sí ocurre a día de hoy. Tras colgar en Twitter una entrevista que me realizaron en la Cadena Ser donde yo declaraba la prevalente romantización de la pobreza o lo marginal, una usuaria dijo que siempre había sido así. Sin embargo, su afirmación, fruto del desconocimiento, era rotundamente falsa. Como ya señalé en Macarras interseculares, la gente de barrio antaño se avergonzaba, en muchos casos, de ello. De esto me percaté tras una entrevista con MC Randy, el vallecano pionero del rap español que se dio conocer con su single «Hey pijo». Randy siempre despreció a los pijos, con sus llaveros de Mafalda, sus zapatos castellanos y demás elementos identitarios. Con los años, sin embargo, se dio cuenta de que, en realidad, esa gente no era pija, sino que se disfrazaba para parecerlo, a pesar de ser de Vallecas, un barrio obrero. Cuando entrevisté a más gente del barrio de aquella época, me dijeron algo parecido. Muchos se avergonzaban de Vallecas. Uno, por ejemplo, decía ser de Moratalaz, porque le sonaba mejor. En el documental Flores de luna (2008) de Juan Vicente Córdoba, se menciona que, por esos mismos años, decir que uno era del Pozo del Tío Raimundo era problemático. Fina, de Vicálvaro –mencionada más arriba–, me comentó cómo, al ir al instituto en Alonso Martínez, sus compañeras de clase se sorprendían de que fuese de Vicálvaro: “¡¿No me digas que tú eres barriobajera?!”, le decían. Según ella, la gente de esos barrios de extrarradio era estigmatizada. En una sociedad menos global las identidades locales cobraban más importancia. Es decir, que tener dinero era lo primero, por lo que había que aparentar ser pijo. Es por ello que hoy en provincias todavía el peso de lo local es más importante que lo global y lo primordial no es ser cool, sino ser un cacique, o de «buena familia». Esto pasa en muchos lugares como Coruña, Santander, Sevilla y casi cualquier ciudad no excesivamente cosmopolita. ¿Qué ha ocurrido con los años? Que se ha dado una inversión dialéctica y hemos pasado de una tesis (hay que ser pijo, aparentar ser rico) a su antítesis (ser de barrio te otorga más credibilidad). Si en los ochenta muchos quisieron huir cuanto antes de Vallecas, hoy mucha gente de familias con recursos se mudan a Vallecas para sentirse «reales» (también por un evidente encarecimiento de la vivienda y por el empobrecimiento de las clases medias). Hoy vivimos en una atmósfera ideológico-estética en la que lo que mola es ser de barrio; una invitación implícita que sugiere lo siguiente: «ser pobre mola». Por otro lado, se entiende que si tienes dinero eres un pijo y careces de credibilidad. Muchas veces, a día de hoy, parece que haber nacido en una familia con ciertos recursos es más un estigma que otra cosa, cuando antaño era precisamente al revés.

Mi teoría es que hoy el macarrismo y el chonismo representan una herramienta estética del poder con una función ideológica. Hay toda una estética de lo cool que impera en la actualidad. Y, ¿qué es lo estético? En palabras de Terry Eagleton, «no es aquí otra cosa que un nombre para el inconsciente político: es simplemente el modo en que la armonía social se registra en nuestros sentidos y causa impresión en nuestras sensibilidades. Lo bello es simplemente un orden político vivido en el cuerpo». Es decir, que lo estético contiene, de algún modo, un mensaje político subliminal. Un crítico en redes dijo en relación con esto que artistas como Rosalía no promocionaban la pobreza sino el chonismo. Pero, ¿qué es el chonismo sino la estética de la pobreza? Otro afirmaba que este tipo de artistas promocionaban una estética del lujo. Y en parte es cierto. Pero promocionan un lujo adquirido desde la pobreza; el lujo del nuevo rico que viene de entornos callejeros, sin ser ello cierto. Se trataría de un giro de rosca irónico añadido.

Y, ¿cuál es el mensaje que estas estéticas barriobajeras promueven? Muy sencillo: ser pobre mola. Y, ¿a quién le interesa que la pobreza mole? Pues a las elites económicas y los poderosos del mundo, no precisamente a los pobres. Al tiempo que crece la desigualdad económica y aumenta la precariedad entre las antiguas clases medias, se imbuye a estas de un discurso pro-pobreza, pro-lumpen, según el cual lo que mola es ser un quinqui. Y es aquí cuando introduzco un concepto que me parece fundamental: la aporofilia estética. Si en 1990 la catedrática de Ética y Filosofía política Adela Cortina acuñó el término aporofobia para mejor comprender subcategorías de la xenofobia, hoy vemos que es el amor estético a la pobreza el que resulta cool y atrayente en el seno de la cultura juvenil. Y, como ya deberíamos saber a estas alturas, el amor estético por algo representa el cebo ideológico que nos sugiere amar algo no solo estéticamente, sino también materialmente. Traduzcamos de forma explícita el discurso estético-ideológico de las grandes figuras pop ya mencionadas; descodifiquemos su recado inconsciente, pongámonos las gafas mágicas que llevaba el protagonista de la película de John Carpenter Ellos viven (1988): «Ser pobre mola, abraza tu precariedad, no te quejes frente a tu pobreza, ámala; tu pobreza te hará libre, te hará cool».

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Autor: Iñaki Domínguez. Título: Macarrismo. Editorial: Akal. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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3 años hace

Interesante el libro. Habrá que leerlo. Preguntarle al autor si no ha pensado en hacer un estudio sobre el macarrismo entre los políticos (Congreso de los Diputados, gobierno) de esta legislatura y quizás de otras anteriores. Entramos en la polémica de la libertadad estética personal, etc. pero también pensemos que de cara a una representación pública que deberíamos considerar seria, equilibrada, ponderada, dando una imagen mesurada, contenida y austera de cara a los ciudadanos, se ofrece, en muchos casos, una imagen contraria a todo esto. Yo he observado dos extremos dentro de un panorama variopinto: el político-política macarra y el po´litico-política «pase de modelos». Porque el macarrismo creo que también implica la exuberancia en el vestir, como si cada sesión parlamentaria o cada consejo de ministros fueran una «alfombra roja» de reparto de oscars o de reparto de goyas o la presentación de una película como la de «Perros callejeros». Pensemos que, de todas formas, cualquier ciudadano normal tiene limitadas sus posibilidades estéticas, bien por causas económicas, bien por causas laborales. Siempre cada función ejercida ha demandado un margen determinado en el vestir; quiero decir: es impensable que un ciudadano normal pueda ir vestido de macarra a una entrevista de casi cualquier trabajo o, por poner un ejemplo, de una entidad financiera. Y mis disculpas si de alguna forma he ofendido; no es mi intención. Mi postura es de respeto a cualquier forma de expresión pero también de que existen ciertas «formas» obligadas, ligadas a la función y al respeto hacia el cargo por el que te han elegido y hacia los lugares públicos de representación.