Macbeth es uno de los más admirables dramas de Shakespeare, una tragedia perfecta donde la simbiosis del Shakespeare dramaturgo y el poeta se combinan más felizmente que en cualquiera de sus otras magníficas obras.
El primer delito impele fatalmente una sucesión de otros delitos y conduce por último a Macbeth a la calamidad y a la muerte. Las brujas le habían profetizado que aunque se convirtiese en rey, ninguno de sus hijos lo sucedería en el trono, que este iría a parar a los descendientes de su amigo Bancuo. Macbeth lo hace asesinar, y Fleance, el hijo de éste, logra escapar. Las brujas advierten a Macbeth contra Macduff, el señor de Fife, y Macbeth sabe instintivamente que será Macduff quien lo destruya. Así los hechos, trata entonces de matar a Macduff, pero logra huir, aunque su familia y su mujer son exterminados de forma sanguinaria.
Macbeth, que en un principio es un hombre valiente y sin condición de malvado, termina por convertirse en el perfecto tirano que, presa del terror, es odiado y a la vez temido por todos. Toda vez que avanza la obra de Shakespeare, vemos a un Macbeth continuamente obsesionado por el miedo a la traición y a la revuelta. Macbeth, que bien podría ser una original versión medieval del moderno dictador, cada vez es más cruel a medida que pasa el tiempo. Aunque al principio sea éste el que recule ante el delito mientras lady Macbeth se mofa de sus remilgos, es él, en último caso, quien liquida a mujeres y niños sin dudarlo apenas, mientras que lady Macbeth abandona su frialdad y muere parcialmente loca entre visiones incesantes. Desde el principio hasta el final de todo el drama, nuestro personaje, Macbeth, es el mismo hombre, que habla y actúa empujado de delito en delito no por su inherente maldad, sino por lo que se le aparece como una necesidad ineludible y forzosa. Con la rebelión que estalla a sus puertas, Macduff y Malcolm, el hijo del rey Duncan, asaltan Escocia al frente de las tropas inglesas.
La profecía de las brujas, que garantizaba la impunidad a Macbeth, desemboca en la muerte de éste a manos de Macduff. Ante el conocimiento de lo que está por venir y cuando el verdadero significado de la profecía le es claramente revelado a Macbeth, éste abandona toda esperanza y muere en pie peleando, seguido por el puro instinto del guerrero que nunca se rinde. «¡Deja caer tu acero sobre vulnerables cimeras! ¡Mi vida está bajo un hechizo y no puede rendirse al hombre dado a luz por mujer!», dice Macbeth, a lo que Macduff contesta: «¡Desconfía del hechizo! ¡Y deja al ángel del mal, de quien eres siervo, que te diga que Macduff fue arrancado antes de tiempo del vientre de su madre!».
Bien podría decirse que esta tragedia de Shakespeare presenta un lazo común a nuestra vida diaria y que su tema fundamental es la ambición, cuando menos, y en concreto a ésta, muy parecido a lo que ocurre en las tragedias griegas, en donde es posible prever su acabamiento. De manera inocua y a pequeñísima escala, todos nos hemos podido comportar de un modo semejante al de Macbeth. Cualquier tirano del pasado o del presente podría tener su espejo en la tragedia de Macbeth. Napoleón, Stalin o Hitler, incluso nuestro actual Putin, se han movido por sus infaustas ambiciones. Pero la historia de Macbeth es también la historia de cualquier empleado de una empresa o de un banco, capaz de corromperse, o incluso la de aquellos funcionarios o políticos que aceptan una gratificación o buscan recompensas. Podría ser ésta la de cualquier ser humano que aprovecha cualquier miserable beneficio o provecho con el fin de sentirse más importante y sobresalir a sus amigos o allegados. No hay acciones aisladas en el ser humano. Sería como decir: “Realizaré sólo este crimen para conseguir mi fin y después me haré respetable”. Macbeth descubre que, en la práctica, de un crimen emerge otro, aunque no aumente la maldad de quien lo comete. Su primer crimen lo realiza para mejorar su posición y no parecer un timorato frente a lady Macbeth cuando ella le dice: “¿Tienes miedo de ser el mismo en ánimo y en obras que en deseos?”. “¿Quisieras poseer lo que estimas el ornamento de la vida, y vivir como un cobarde en tu propia estima, dejando que un «no me atrevo» vaya en pos del «yo quisiera», como el pobre gato del cuento?”.
Macbeth, como hombre, sabe que desde que comete su primer delito, y desde el primer momento en que su conciencia se lo permite, eso lo llevará al desastre. Quizás en Macbeth el error y la desdicha son una misma cosa: un hombre no demasiado malvado realiza acciones malvadas. Aquí, el villano, el malvado y el héroe coinciden en el mismo personaje, y tal vez por eso éste sea el más perfecto de los dramas.
Interesante artículo que, indudablemente, mueve a la lectura de la genial tragedia de Shakespeare. Enhorabuena.