Descendiente de una de las familias más ricas de la América Hispana, Macoco fue un personaje famoso que supo vivir a lo grande, bien a lo grande. Fue educado en un colegio británico de Londres, cursó luego sus estudios en la Universidad de la Sorbona y fue el precursor del automovilismo deportivo en Europa. Aunque la noche de Buenos Aires empezó siendo su centro juvenil de operaciones; lo fueron luego París, Londres, Nueva York y Beverly Hills. Su leyenda incluye romances con refulgentes estrellas de cine, como Rita Hayworth, Claudette Colbert, Dolores del Río o Ginger Rogers. Entre sus conocidos estaban Onassis, Howard Hughes, Greta Garbo, Al Capone, Perón, Clark Gable, Errol Flynn o Gardel.
Zenda ofrece un adelanto de Macoco, el primer playboy, de Roberto Alifano.
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TIRANDO MANTECA AL TECHO
Aunque parezca mentira, los argentinos supimos tener una Belle Époque, una época en que si bien había miseria, también había un estrato social que vivía a lo grande, muy a lo grande. En ese estrato social, estaba instalado Martín Máximo Pablo de Álzaga Unzué, el incomparable Macoco.
Versado en todas las artes del buen vivir, nuestro Macoco fue un personaje famoso del siglo veinte, un hombre real que nació en la Argentina, habitó Buenos Aires y recorrió buena parte del mundo. La manera exageradamente pródiga de gastar su dinero, dicen que motivó la frase de Sacha Guitry, Il est riche comme un argentin, «él es rico como un argentino»; o aquella otra, donde se dice que «la ambición de toda mujer francesa era tener un perrito pequinés y un amante argentino». Sin duda, Macoco merecería figurar en el libro Guinness de los récords mundiales, no solo por la marca establecida en 1924 con su automóvil Sunbeam, en el Grand Príx de Marsella, sino también por haber sido el argentino que más dinero gastó en su vida. Algunos incluso afirman que fue el inspirador del Gran Gatsby, la novela de Francis Scott Fitzgerald.
La noche porteña empezó siendo su centro juvenil de operaciones; luego, lo fueron París, Londres, Nueva York y Beverly Hills. Infinidad de anécdotas lo pintan en ocasiones como un personaje despreocupado, insensible; algunos, como un tilingo, otros, como un brillante promotor de sí mismo. Fue todo eso, quizá. Su leyenda incluye la conquista de refulgentes estrellas de cine, haber acuñado la palabra playboy, asociaciones con inescrupulosos hombres de la mafia, mecenazgos, actos de conmovedora generosidad y hasta relaciones casi familiares con algunos presidentes de la Nación y figuras que han incidido en los destinos de la humanidad.
El tiempo, que también puede llamarse olvido, en su inapelable sucesión va simplificando y suavizando las cosas. El arbitrario George Bernard Shaw, pensaba que a la larga todo resulta humorístico. Algunos sucesos dramáticos que protagonizara Macoco se ven ahora dulcificados, ajenos a cualquier forma de perversidad. Es probable que nunca se le haya pasado por la cabeza que llegaría a ser un personaje de novela. ¿Y quién puede discutirnos que no lo fue? Con sus andanzas, Macoco construyó un mundo espléndido, bien a lo grande, como correspondía a su magnificencia; hubiera podido decir, con Oscar Wilde, que puso todo su genio en la vida. Así es como quiero tratarlo, como un auténtico artista de la existencia, sin olvidar que fuimos amigos, y a los amigos se les debe respeto.
A pesar de no seguir un orden cronológico, hay mucho de biografía en estas páginas. La mayoría de las anécdotas son de primera agua, del relato oral de Macoco. Son tramos de dilatadas conversaciones «con apartes», como se dice en la jerga teatral, que se prolongan en mi memoria. La literatura es la sombra de la buena conversación, según la fórmula del mundano Goethe. Y una buena conversación son diálogos que avanzan, retroceden o se bifurcan en el aire, en un ir y venir, en un pasar como la vida misma. Quizá el improbable lector que se asome a estas páginas se preguntará por qué están escritas de manera coloquial, con el uso abusivo del tuteo. Ocurre que no he podido concebir este libro sin su presencia ante mí, sin su conversación con ese tono de voz naturalmente argentino, impostado y arrogante, propio de su clase social.
Imagino otra vez a Macoco, hablándome de sus noches de París, confesándome «con reservas» algunos pormenores de sus romances hollywoodienses con Rita Hayworth, Greta Garbo y Claudette Colbert, emocionándose al evocar su amistad con Juan Domingo Perón, Errol Flynn y Carlos Gardel. En fin, relatándome esas historias de las cuales me hizo depositario y me pidió que algún día revelara, con lujo de detalles, sin faltar a la verdad, como ahora trato de hacerlo. Y creo que lo vamos a lograr, viejo querido.
Macoco, «el tirador de manteca al techo», no es un invento mío, es un mito argentino que existió y está aquí de cuerpo entero
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Autor: Roberto Alifano. Título: Macoco, el primer playboy. Editorial: Renacimiento. Venta: Todostuslibros
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