Decir que Madres paralelas es una obra desigual es quedarse corto.
Y es que otros considerarán que a Almodóvar la metáfora más o menos hábil que ocupa tres cuartos de la película se le va de las manos, y que ese melodrama femenino que el manchego desarrolla con mimo y dulzura (aunque con menos humor del habitual) se pierde en un final grosero y abrupto, la misma pesadilla ensimismada de casi siempre en el cine español. No es una afirmación del todo justa pero sí una hilada con lógica: Madres paralelas tampoco resulta una experiencia especialmente novedosa en el cine de un autor que vive en un universo propio, uno que, eso sí, usualmente sabe comunicar bien.
En Madres paralelas se narra el vínculo de dos madres, Janis (Penélope Cruz) y Ana (Milena Smit) después de compartir habitación en el hospital. Lo que sucede una vez ambas dan a luz unirá sus destinos para siempre en un melodrama que, en sus mejores momentos que son un buen puñado de ellos, se desenrolla de una manera paciente, metódica y hasta amena. Penélope Cruz está estupenda, hay un par de flashbacks introducidos con alucinante elegancia, los roles que adopta cada personaje son complejos y están claramente expresados en su amalgama de culpa, pasión, determinación y dudas. La película, pese a carecer de la garra y densidad de sus mejores obras, está muy bien contada.
Decir que a Almodóvar se le va de las manos Madres paralelas no es una afirmación exacta. La película es exactamente lo que quiere ser, en tanto la intención del director es precisamente canalizar una gran metáfora melodramática hacia un tema identitario, histórico, sin rehuir el componente político más actual pese a (o precisamente por) plantear el drama de los represaliados del franquismo y las fosas comunes de republicanos. El valor de los vínculos de sangre y la creación de nuevos lazos sentimentales y familiares están expresados de manera pulcra a través del rifirrafe entre Janis y Ana, dos mujeres, dos mitades (¿dos bandos?) destinados a compartir la misma cama, una en la que el amor y resentimiento juegan a un juego que no queremos desvelar, y en el que el pasado tiene su peso. Ustedes van entendiendo, porque tampoco queremos desvelarles más de la cuenta.
Es por eso mismo una pena que Madres paralelas al final derive hacia el trazo grueso, lindando con el panfleto con nombres y apellidos, en lo que parece casi una acumulación de titulares sentimentales y politizados. No se aleja demasiado de la deriva de la prensa del día a día, acabando en una coda final remendada de La lista de Schindler y concebida para elevar una ley, la de Memoria Histórica, retratada en una performance final en una zanja que resulta más grotesca que emotiva. Como en un momento dado del filme grita Penélope Cruz a su compañera de reparto, “a ver si te enteras de una vez en qué país vives”. O, podríamos decir también, en el que Almodóvar vive.
Madres para lelos.