Vivo y me muevo en Madrid, una ciudad que se pone en marcha. Con prudencia, con temor, pero también con alegría, con esa felicidad que puede conseguir que cambie la realidad. Me gustaría que tuviera ilusión; lo que da mejor resultado finalmente es la ilusión.
Paseo en un autobús por las calles de Madrid. Tenía miedo de no tener suficientes viajes en mi tarjeta y cuando la he pasado por el control compruebo que la tenía a tope, con los diez viajes. Ahora nueve.
Se pone en marcha el autobús y gozo del espectáculo, de lo que veo por las ventanillas. Me reencuentro con la Puerta de Alcalá, con la fuente de la Cibeles, y todo me parece nuevo, recién construido. No veo mucha gente por la calle: tiempo al tiempo. La verdad es que es como si me comiera todo lo que veo, tanto es lo que me llena, lo que me reconforta.
Gozo del conductor, de la normalidad que me transmite, del paisaje, de mis compañeros de viaje. Al día siguiente iré en Metro a otro punto de la ciudad. Siento en estos viajes algo inaugural, algo muy importante, como si fuera muy lejos, a otro país, como si realizara una gran aventura y todo se me antojara nuevo, enriquecedor.
Madrid parece la misma, incluso un espectador apresurado diría que es la misma, pero ha cambiado. Yo la encuentro más bella, más hermosa, más hecha, más madura. Pero soy consciente también de que parece que la han golpeado. Y es que lo han hecho: esta terrible pandemia, este virus que a muchos nos ha hecho reflexionar con todo lo que ocurría alrededor, y con lo que acontecía dentro de nosotros mismos.
Madrid, como muchos otros lugares, ha sufrido, y eso deja una huella, un rastro. También puede dejar al descubierto una veta. Pero es cierto que a los que les han hecho daño una vez no lo pueden olvidar, aunque sean buenos y perdonen, incluso amen; eso ya permanece en su memoria. Pero también es verdad que ese recuerdo, negativo, se puede invertir en forma positiva, gracias al aprendizaje, gracias a una sabiduría antigua o recién adquirida, tal vez aumentada o fortalecida.
Madrid lucha por rehacerse, por recuperarse, y luce todavía más hermosa, efectivamente, más sabia. Para mí está más guapa que nunca. Así la veo, así la siento.
Cuando viajo en un maravilloso autobús que recorre una parte de la ciudad, sus calles están bastante vacías, hay pocos coches y no mucha gente. Pensé que el autobús tardaría en llegar, que duraría el trayecto, pero todo ha sido mucho más rápido de lo que yo esperaba. El tiempo es bueno. Acaba de empezar el verano. He quedado con un amigo, el artista Pedro Ruiz, que ha escrito un prólogo precioso a un libro que acabo de publicar, Cartas del infinito, un libro del alma. Todo, casi todo, invita al optimismo, a la alegría, aunque no olvido que debemos ser prudentes, precavidos, ante posibles recaídas.
Creo que todos tenemos ganas de trabajar, de levantar nuestra economía, la del mundo. Creo que todos tenemos ganas de vivir. De VIVIR.
Durante mucho tiempo tuve que ver mi ciudad desde una ventana, y la fotografiaba, sus cielos, sus calles (mejor dicho, mi calle), como el enamorado dibuja el rostro de su amada. Apenas podía ver, oler, mi calle; ahora puedo pasear Madrid, palpar sus edificios, sus gentes, gozar de su calor y escribir aquí este texto de agradecimiento a la vida, que me permite hacerlo cuando unos meses atrás no estaba nada claro. ´
Ánimo, Madrid, ánimo, España, ánimo, mundo. Tenemos un trabajo que realizar. Tratemos de hacer las cosas mejor que antes. Pongámonos en camino, aunque al principio cueste un poco.
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