Fiel a su compromiso social, David Llorente nos ofrece una mirada cruda y sincera sobre la desesperación que inunda a las personas que luchan por encontrar su camino en ciudades que parecen devorar a sus habitantes.
En este making of, David Llorente muestra las raíces de Tú no eres Sherlock Holmes (Alrevés).
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Uno nunca reconoce el momento en que germina una novela. Uno camina por la calle y se deja atravesar por las flechas que más daño le hacen, las envenenadas, las afiladas, las que llevan una bola de fuego en la punta. Uno, a veces, se pregunta quiénes y desde dónde le arrojan esas flechas y si podría hacer algo para esquivarlas o atenuar su dolor. Entonces una tarde me encuentro entrando en una cafetería de Praga y sentándome en la mesa más alejada de la barra y dejando que el gran murmullo de fondo me concentre. Me descubro a mí mismo con un bolígrafo en la mano, escribiendo en una servilleta de papel los nombres de unos personajes que no sé quiénes son, unos diálogos que no sé muy bien qué significan y unos lugares que aún están envueltos en la bruma. Llevo tres cafés y cinco servilletas escritas y tengo que abrir la mochila y sacar el cuaderno pequeño y cuadriculado, de tapa verde y sesenta páginas grapadas, que es donde van a parar aquellas historias, párrafos sueltos, que aspiran a convertirse en novela.
No quise hablar de la crisis económica, esa que comenzó en 2008 y quién sabe cuándo acabó y tampoco de sus consecuencias, que fueron demoledoras y tampoco de mi vecino de Carabanchel, que acudía todas las mañanas al contenedor de basura, en busca de la comida de sus hijos. Quise hablar/escribir de la cantidad de emigrantes españoles que abandonaban su país, su ciudad, su casa, su trabajo no porque no tenían, en un intento desesperado de recuperar no el tiempo, no los ahorros, sino la dignidad perdida. Quise gritar (ese altavoz de los marginados que es la literatura) que las autoridades españolas negaban taxativamente que existiera esa crisis y lo que es mucho peor, que existieran esos emigrados. Nuestro país decía que yo debía de sufrir unas severas alucinaciones de esquizofrénico cuando veía a unos compatriotas durmiendo en los cajeros de cualquier sucursal bancaria, calentándose el pellejo en las rejillas del metro, dando clases privadas de español en cafeterías de estudiantes, alquilando no pisos, no habitaciones, sino sillones por horas, paseando perros, sacando basuras, inventándose tours turísticos por una ciudad que no conocían. Volví mis ojos (mi bolígrafo) hacia los organismos oficiales españoles destacados en el extranjero y descubrí a hombres pequeños con cargos grandes, a tipejos que acariciaban y sacaban brillo a su escueta cuota de poder con la misma avaricia con la que Gollum custodiaba su tesoro.
Aconteció que Praga se me quedó pequeña y la depresión me vino demasiado grande. Hice mi maleta y embalé mis libros y puse rumbo a Madrid, que me esperaba con el cuchillo entre los dientes, dispuesta a tomarse la venganza de haberla estado engañando, durante diecisiete años, con la bella capital de Centroeuropa. Cargué sobre mi espalda con mudanzas, distanciamientos, fallecimientos, operaciones, enfermedades, mi columna se fue curvando hacia delante y todo mi afán era que la punta de la nariz no acabara tocando el suelo. La novela se perdió en algún lugar entre la niebla de Praga y la lluvia de Madrid, entre un barrio que no me gustaba y un instituto que me daba asco, entre el alprazolam y el Propofol, entre la dentellada de la realidad y el coro de ninfas del deseo. Volví a ella durante la pandemia, confinado durante meses en la terraza familiar, mirando el mapa de tejados de una ciudad sumida en la lejana congoja de los hospitales. Entorné los ojos y noté el frío de marzo en la cara y regresé mentalmente a mis cuadernos, a los personajes que crecían y a los diálogos que se iban afianzando en mi cabeza. Recordé algo que se me ocurrió hace mucho tiempo: La lucha de dos asesinos en serie (uno en Praga y otro en Madrid) para alzarse con la hegemonía universal de los criminales.
Salí de la pandemia y me concentré en la rutina de los institutos cutres, oculto el rictus detrás de la mascarilla, dejándome tomar la temperatura al entrar por la puerta, impartiendo clases delante de una cámara de vídeo, manteniendo tres metros de distancia con respecto a cualquier ser humano. Por las tardes alternaba tres o cuatro cafeterías de Carabanchel, donde me sentaba a escribir y a que me dejaran en paz.
Tú no eres Sherlock Holmes es el resultado de la rabia, del silencio y de la cafeína, las tres patas del banco siempre inestable de la novela.
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Autor: David Llorente. Título: Tú no eres Sherlock Holmes. Editorial: Alrevés. Venta: Todos tus libros.
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