La escritora zaragozana Magdalena Lasala retrata en su nuevo libro a la hija del emperador romano Teodosio I, Gala Placidia, una figura que a lo largo de los siglos se ha enfrentado al desprecio histórico por una razón esencial: «Permanecer fiel a sí misma».
La autora brinda en La emperatriz goda (La Esfera de los Libros) una «justificación histórica» a este incomprendido personaje, sumergiéndose en su perfil psicológico y tomando las licencias de su pluma de novelista para recrear su vida «desde su propia voz».
«Gala Placidia tuvo ambición sin remordimiento, evidentemente. Pero ¿por qué no ha de ser lícita en una mujer, cuando resulta que en la historia de todos los reinos la ambición es uno de los principales recursos de los gobernantes?», se pregunta la autora en una entrevista con Efe. Para la escritora, Premio de las Letras Aragonesas, la poderosa figura de Gala —emperatriz consorte de Constancio III y regente durante el mandato de su hijo, Valentiniano III— se ha enfrentado al enjuiciamiento tanto contemporáneo como histórico. La novelista plantea que la protagonista ejerció el inmenso poder que le permitía su condición, pero no desde la sombra, sino desde las propias instituciones.
«Es curioso cómo es ahora cuando se empieza a ver el papel importantísimo de las figuras femeninas en el Imperio Romano. Madres, esposas, hermanas o hijas de emperadores que ejercían un poder inmenso que permaneció en la sombra, porque los titulares de los tronos eran por línea masculina», contextualiza sobre la forma en la que antiguamente se presentaba el poder femenino. No fue el caso de Gala Placidia, quien tuvo un gran protagonismo político formal, a pesar de que se la haya podido presentar en los libros de historia como una figura «de cartón piedra que echa la firma y el sello».
Por eso, Lasala trata de comprender en su nueva novela «su vida interior, sus motivaciones y las causas de sus decisiones». En definitiva, «qué es lo que le lleva a ser una mujer tan fría y consciente de un poder político que no se dejó arrebatar por nadie». Para entenderla, la autora se esmera por encajar su retrato psicológico «entre dos mundos»: a caballo del mundo antiguo que representaba su padre, Teodosio I el Grande, y el «eco de ingobernabilidad» que resuena con la llegada de sus hermanastros, Arcadio en Oriente y Honorio en Occidente.
«La herencia masculina no está a la altura y quiere el destino que sea Gala Placidia la que esté dotada de la inteligencia y la fuerza que hubiera sido necesaria para desarrollar ese papel», describe la escritora. En su opinión, Gala Placidia «sostuvo el último aire del Imperio Romano», ya que después su muerte y la de su hijo Valentiniano, quien la sobrevive solo cinco años, se puso fin a la Dinastía Teodosiana en Occidente.
Como revela la novelista, la vida de la emperatriz no fue fácil y fue superviviente a condiciones durísimas, como el exilio o el maltrato. A pesar de que durante su juventud fue raptada por los visigodos en el saqueo de Roma del 410, la autora defiende la teoría de que Gala y el godo Ataúlfo estaban realmente enamorados cuando se casaron. «Juntos podrían haber cambiado el destino del imperio, porque eso suponía unir dos linajes regios: el romano y el visigótico. Pero había muchos intereses para que eso no se produjera», detalla Lasala, quien cree que la muerte del hijo de ambos a los pocos días de nacer fue un complot, ya que en esos momentos «la vida no valía nada». Este tiempo de convivencia con los visigodos, junto a una educación plural, la convirtieron en una mujer con influencias de muchos ámbitos y con una mentalidad que no se regía por el cristianismo ortodoxo que decidió más tarde la forma de Gobierno de Oriente.
En La emperatriz goda Magdalena Lasala permite acercarse a la apasionante historia de Gala Placidia desde el «yo interior» de una mujer que se mantuvo fiel a sus convicciones «aun a costa de que la historia no se lo perdone».
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