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Maggie Cheung, etérea y siempre en el recuerdo

Maggie Cheung, etérea y siempre en el recuerdo

Esa supuesta rebeldía de los inmersos en la grey, de los pastoreados a voces por la calle detrás de una pancarta, en el mejor de los casos me deja indiferente. A mí lo que me conmueve es el orgullo individualista que percibo en el gesto de esas actrices que, habiendo alcanzado la cima en su actividad profesional, imprevisiblemente, cuando nadie lo esperaba, deciden marcharse entre aplausos dando una somera —si es que la dan— explicación. No quieren ser musas de la pantalla de su tiempo, no quieren hacer teatro de enjundia, no quieren ser chicas Almodóvar… Lo único que les interesa es esa nueva inquietud que les abruma hasta el punto de desdeñar los laureles alcanzados en la etapa ya anterior. Se marchan entre aplausos, bien es cierto, pero sin esa reverencia con la que quienes las reciben suelen agradecer estas efusiones en los escenarios. A mí es un gesto que me gusta, se me antoja hasta romántico: irse con un lacónico adiós y perder la que, a buen seguro, será la última oportunidad. Lástima que también se lleven con ellas la última oportunidad de sus admiradores de verlas recreando un nuevo papel.

Ése fue el caso de Silke, quien durante un tiempo se dejó ver en Malasaña. Luego prefirió hacerse artesana en Ibiza antes que seguir protagonizando algunas de las películas autóctonas más sugerentes e interesantes de la pantalla de los años 90 y primeros 2000. Y ese también ha sido el caso de la británica Maggie Cheung. Cuando quiso dejar atrás las películas de artes marciales rodadas en Hong Kong, donde llegó a ser la actriz más premiada, se convirtió en uno de los pilares de la Trilogía del amor de Wong Kar-Wai: Días salvajes (1990), Deseando amar (2000) y 2046 (2004). En las dos primeras entregas, la simbiosis entre la actriz y el realizador fue perfecta. Con una «caligrafía» próxima a Godard, Kar-Wai nos contó tres historias de amor a la manera de Alain Resnais en las que los flash-forwards —el tiempo venidero— se confunden con los flashbacks.

"Desde que Maggie anunció que abandonaba la interpretación, en el recuerdo se antoja como una de esas chicas descubiertas entre las sombras de los bares de rock & roll de mi juventud"

Y hay aún más afán de Nouvelle Vague: en Días salvajes, Yuddi —recreado por Leslie Cheung, otro de los actores habituales del realizador—, es el seductor que tontea con dos mujeres y actúa así porque es hijo de una prostituta. Como Bertrand Morane (Charles Denner) en El amante del amor (François Truffaut). Afrancesada hasta la médula, como es ese tríptico, ya legendario de Wong Kar-Wai —Deseando amar acaba con la visita a Camboya de De Gaulle de 1966— no hubiera extrañado a nadie que el estampado de los quipao —parece ser que éste es el nombre de esos vestidos tradicionales chinos— estuviese integrado por flores de lis.

Pero en el fondo, el vestuario de la maravillosa Maggie, a lo largo de todo el metraje, es otra referencia cinéfila, que no un retrato fidedigno del atuendo de la colonia taiwanesa residente en el Hong Kong de los años 60. La gran Maggie luce como Marlene Dietrich y Ana May Wong en El expreso de Shanghái (1932), una de esas inapreciables colaboraciones del gran Josef von Sternberg y su queridísima Marlene, una metafísica más allá del tomavistas en la que el odio discurre en paralelo al amor. A todo eso alude Wong Kar-Wai en Deseando amar.

"Los realizadores que trabajaron con ella supieron distinguir en la paz que irradia su belleza, incluso en medio de esas películas de karatecas de los comienzos de su filmografía, cierto carácter atemporal"

Sí señor, Su Li-zhen, el personaje incorporado por la dulce Maggie en la Trilogía del amor de Wong Kar-Wai —aunque en Deseando amar será una persona distinta y en 2046 estará recreada por Gong Li y desdoblada en dos mujeres diferentes—, es una de esas damas que nacen ya con forma de recuerdo. Desde que Maggie anunció que abandonaba la interpretación —prácticamente en 2004, tras partir con Kar-Wai durante el rodaje de 2046—, en el recuerdo se antoja como una de esas chicas descubiertas entre las sombras de los bares de rock & roll de mi juventud. Aquellas cuyo embrujo te magnetizaba de lejos, una noche que ellas hacían especial, aunque nunca habrías de hablarles. Y, por supuesto, tampoco habrías de volverlas a ver.

En la vida real, Maggie Cheung nació en Hong Kong en 1960, hija de un matrimonio de Shanghái. Cuando sus padres se separaron siendo ella una niña de ocho años regresó a Hong Kong y al punto se inició como modelo publicitaria, empleo en el que se mantuvo hasta los 17 años, cuando comenzó a ganar concursos de belleza y empezó a hacer mucha televisión.

"Ya desde el primer momento, los realizadores que trabajaron con ella supieron distinguir en la paz que irradia su belleza, incluso en medio de esas películas de karatecas de los comienzos de su filmografía"

Ya desde el primer momento, los realizadores que trabajaron con ella supieron distinguir en la paz que irradia su belleza, incluso en medio de esas películas de karatecas de los comienzos de su filmografía, cierto carácter atemporal. Se inició en la gran pantalla con veinte años, interpretando a la chica de las películas de Jackie Chan. Superpolicía en apuros, dirigida por el propio Chan en 1988 y coprotagonizada por Maggie, es una de las realizaciones más celebradas por los aficionados al cine de Hong Kong que, naturalmente, no trata solo de karatekas. Sin ir más lejos, entre sus filmes más celebrados destaca Actress (Stanley Kwan, 1992), un biopic sobre Raun Lin Yu, primera estrella de la pantalla china, mujer de vida breve, empero intensa, que dejó un cadáver bonito tras su prematura muerte, sin haber cumplido aún los 30 años.

Convertida en una de las actrices asiáticas más reconocidas, comenzó a darle vueltas a la idea de abandonar definitivamente las películas de karatecas. Fue entonces cuando debió de acordarse de Wong Kar-Wai, con quien había rodado en 1988 El fluir de las lágrimas, sobre las triadas chinas.

"Irma Vep, lideresa de la banda de archicriminales que se hacen llamar Los Vampiros, en la primera versión fue una creación de Musidora, un mito de la interpretación silente"

Pese a que su gran valedor entre los cinéfilos occidentales fue Quentin Tarantino, por serlo de Wong Kar-Wai, tengo la sensación de que Maggie se convirtió en una musa del cine de autor europeo tras su primera colaboración con su futuro marido, el realizador francés Olivier Assayas, uno de los más interesantes de la pantalla gala actual. Recurrió a ella puesto a hacer un homenaje a uno de los mejores seriales del silente francés, Les Vampires (1915), una de las grandes realizaciones de Louis Feuillade. En sus secuencias, Assayas no solo homenajeaba a uno de los grandes del mutismo arcaico —pero igualmente glorioso— de su país, también a todo el cosmopolitismo, inherente al ADN de la gran pantalla, que ya andando los años 90 del pasado siglo parecía haberse instalado en el cine de autor con el mismo arraigo que en los años 60 lo hizo en las coproducciones internacionales, a menudo rodadas en nuestro país.

Irma Vep —el personaje recreado por Maggie—, lideresa de la banda de archicriminales que se hacen llamar Los Vampiros, en la primera versión fue una creación de Musidora, un mito de la interpretación silente. El reparto del remake moderno de Assayas, amén de por su futura esposa, estaba integrado por Jean-Pierre Léaud, el otro yo del gran Truffaut, por Bulle Ogier —una actriz clásica del cine de autor europeo— o por la libanesa Arsinée Khanjian, esposa del canadiense Atom Egoyan.

El matrimonio con Assayas solo duró tres años. No obstante, fue su trabajo en Clean (2004), su última colaboración con su ya ex, el merecedor del premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes. Doce años antes, en el 92, su papel en Actress había merecido el Oso de Plata a la mejor actriz en la Berlinale. A partir del 2004 se dedica básicamente a la pintura y al diletantismo musical. Yo la recuerdo etérea como un suspiro en la Trilogía del amor de Wong Kar-Wai.

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Jaime Ramírez-Morales
Jaime Ramírez-Morales
1 día hace

Magnífico artículo sobre los malditos, heterodoxos y alucinados. Todas las personas nombradas son auténticas estrellas. Y si me lo permiten, en mi opinión el mejor actor de todos los tiempos es don Juan Carlos de Borbón y Borbón; que habiendo nacido en Italia hizo un trabajo espectacular hasta llegar a ser Rey Soberano de España. Creo que para lograr algo así hay que ser un excelente actor, porque otros que han querido serlo han fenecido mucho antes. Sin embargo él ahí se mantiene a sus casi 100 años.
Y si algo de lo que acabo de escribir no ha gustado, diré que lo siento mucho, que me he equivocado, y que no volverá a suceder.