Repasa los bordes de la fotografía que acaba de pegar en su libreta de viaje con minuciosidad. Ha de quedar, como todo en lo que se empeña, impecable. Es el cuaderno de bitácora del periplo que hizo con sus Afroditas a Grecia. Una peregrinación para despedir a sus niñas después de haber compartido con ellas 4 años en el instituto de Cox donde da clase.
Las conoció en 3º de la ESO, cuando acariciaban los 15 años y ella llevaba a sus espaldas más de 20 cursos académicos. Usó la Cultura Clásica como arma de evangelización, a fin de imbuirse del ingente legado que una sociedad occidental hereda de los ancestros grecolatinos, de contaminarlas con el amor por el Mundo Clásico, que la posee desde que, cabe el mar de Cambrils, éste se le manifestó en una teofanía, como si lo relacionado con Grecia y Roma exigiera que lo pusiera en un altar.
Eran especiales, y no sólo criaturas que huían de las matemáticas y cogían materias de Humanidades sin sentir ningún interés por éstas. Sembró en sus mentes las semillas para que en ellas floreciera el irisado jardín de los mitos, con los que helenos y latinos intentaban humanizar su mundo. Presentó ante sus prístinas pupilas los rudimentos del arte griego, cómo encaraban su vida cotidiana, su educación, sus matrimonios y muertes. Enriqueció su vocabulario y, por ende, su universo, explicándoles qué es democracia, oligarquía, demagogia, necrópolis, análisis, colonoscopia, histriónico, político y un largo etcétera. Vocablos todos ellos griegos.
Las volvió a tener en 4º de la ESO, en el que se sirvió del Latín como ariete con el que seguir convenciéndolas de lo que Roma podía ofrecerles en su formación humana. Mientras las introducía en los rudimentos de la lengua del Lacio, con diferentes e innovadoras metodologías, alejadas de una simple y estéril memorización de declinaciones y conjugaciones, les hacía ver que el español y el valenciano que hablaban no eran más que latín metamorfoseado en esas lenguas que se siguen llamando romances o románicas porque fueron los romanos los que las hablaban.
No se limitó a enseñarles la lengua de los romanos, sino que puso todo su esfuerzo en acompañarlas en el descubrimiento de sus costumbres, acontecimientos históricos, monumentos principales, pervivencia de su legado en la actualidad, etc.
Convencida del poder de la cultura y enamorada de los libros (ejerce también de bibliotecaria en su centro), hace leer a todos sus alumnos al menos una lectura por trimestre, en ediciones adaptadas a su edad, de modo que a través de ella descubren a Homero, Virgilio, Plauto, Aristófanes, Sófocles, Apuleyo, etc.
Como buena filóloga, ama las lenguas. Conoce que la palabra alumno deriva del latín alo, que significa “alimentar”. Que su función es nutrir el alma de sus discípulos y ejercer de intermediaria entre lo que griegos y romanos nos legaron y lo que nos pueden seguir enseñando hoy en día.
Cuando decidió dedicarse a la docencia y ejercer en la Enseñanza Pública, tuvo claro que adquiría un compromiso con la sociedad que la llevaba más allá de dar unas clases magistrales. Por eso organiza con sus muchachos actividades complementarias fuera del aula: los lleva de viajes a espacios donde los romanos han dejado su huella, monta talleres con los que acercar a todo el conjunto del personal de su centro aspectos relacionados con la cultura grecorromana: gastronomía, mitología, arte, teatro,… Con ella sus pupilos han vivido Cartagena y Sagunto, aprendiendo a valorar y respetar el patrimonio que nos une.
A sus Afroditas las volvió a hallar en el Bachillerato de Humanidades. El griego, en primero, y el latín, en primero y segundo, fueron el hilo de Ariadna que las unió en el intrincado laberinto que es la educación de una persona a la que la vida la obliga a abandonar la infancia e introducirse a trompicones en el reino de los adultos.
Es consciente de que para algunos de los adolescentes que la sociedad le encomienda ella se va a convertir en algo más que una simple profesora. La van a tomar como una magistra vitae, una maestra de vida. Cuida con la meticulosidad que la caracteriza la preparación de sus clases, las actividades complementarias y extraescolares que les propone para enamorarlos de las materias que imparte. Lleva 25 años a pie de pizarra. No está para nada cansada, pero sí sueña con que alguno de sus discípulos tome el relevo y se dedique a difundir lo Clásico allende los tiempos y circunstancias. Una inmensa alegría y gratitud la embarga cuando alguna de sus “criaturas” decide estudiar Filología Clásica. A la par que siente también cierta inquietud y desazón, pues en una sociedad tan materialista y vacua como la que le han construido a su alrededor, dedicarse al griego y al latín será siempre un campo de minas.
Intenta contagiar su entusiasmo, su profesionalidad a la hora de hacer las tareas académicas a sus alumnos. Muchas veces en vano: cada curso es como una añada de vinos. Un año hay suerte y es una buena cosecha; otro es imposible sacar del grupo de estudiantes que le han llegado ni siquiera un mal vinagre. No se desespera: sus muchachos, sean de la cosecha que sean, tienen derecho a conocer su mejor versión. Se ofrenda a todos en el altar de su aula como su Vitae Magistra. Que como tal la tomen o desprecien su oferta ya no depende de ella.
La de las Afroditas fue una buena añada. Por eso se esmeró en podar sus sarmientos estériles, abonar y proteger sus raíces y tronco, mimar sus zarcillos hasta que se convirtieron en racimos sanos. Estas zagalas eran esponjas. Absorbían cuanto les daba en el aula. Eran insaciables. Pedían más. Más tuvieron: rodaron un vídeo sobre la figura de Ovidio para festejar su bimilenario. Impartieron talleres sobre cultura grecolatina al resto de sus compañeros y profesores. Leyeron las Heroidas, las cartas elegíacas que diversas heroínas escribieron a sus amantes, e imaginaron las respuestas de éstos a ellas. Eneas volvió a cobrar vida merced a la pluma de estas adolescentes de la Vega Baja alicantina y pudo por fin contestar a una despechada Dido, situación poéticamente cantada en Zenda por Mar Carrillo.
Para su magistra su belleza espiritual iba pareja a la física. Por ello, y para reforzar también su autoestima en una edad con tantos cambios físicos y tantos cantos de sirena que ponen en peligro un desarrollo psicológico pleno, las convenció de que eran todas unas Afroditas, como la diosa de la belleza, aunque Atenea, deidad de la sabiduría, tenía también un altar consagrado en sus ánimas. Rieron y lloraron juntas cuando las cosas venían mal dadas, pero intentó no fallarles nunca.
Con ellas se conjuró a cumplir los sueños sembrados en el aula y visitar Grecia en 2º de Bachillerato, el último año de su estancia en el instituto que las había unido. Desde 2 años antes mimaron su sueño, ahorraron cuanto ahorrar podían en familias humildes como las suyas, leyeron cuanto leer pudieron sobre Grecia, su arte, su historia, su gastronomía, su música. Viajar a la Hélade con su mentora era un don de los dioses. No lo iban a menospreciar.
Llegó el momento de emprender su propia odisea. Fueron ellas quienes gestionaron billetes, alojamientos y demás. Su magistra sólo las asesoró en el itinerario, proporcionándoles lecturas y enlaces digitales para que pudieran elegirlo mejor.
Aguardaron a las vacaciones de primavera. En su comunidad, la semana siguiente a la Pascua católica era no lectiva y sabían que la primavera era la mejor estación para conocer Grecia. Viajar sola a cargo de un grupo de menores de edad es algo muy arriesgado, por lo que pidió la ayuda de su íntima amiga Isabel, también profesora de griego y con un trato exquisito con los adolescentes contrastado.
Comenzaron el periplo por Madrid, donde las educandas pudieron conocer por vez primera en vivo el Museo del Prado. El rayo en sus ojos juveniles al encarar las obras de Tiziano, Velázquez, Rubens o Goya prendió el faro en las pupilas color cantábrico de su mentora. Las condujo a través del dédalo de salas del museo tomando la mitología clásica como hilo conductor, sin privarlas de ver las obras más representativas de los grandes maestros. Las abrazó y lloró con ellas cuando alguna caía impactada por la belleza de cuadros que hasta ahora sólo habían podido honrar a través de una pantalla.
Para economizar costes volaron de noche, con lo que apenas durmieron ese día. Eran inmunes al cansancio: a las 10 de la mañana estaban desayunando en la cafetería del Museo Arqueológico Nacional de Atenas, tras haber hecho una visita rápida de reconocimiento, a modo de aperitivo de la opípara comida de obras de arte que iban a paladear. Con su educadora habían leído en clase un pasaje de la obra Historia menor de Grecia, de Pedro Olalla, en el que se glosaba una de las lápidas sepulcrales expuestas en el museo. Se conmovieron ante la serenidad y delicadeza con que los helenos afrontaban la muerte y cómo dejaban expuesta esta actitud en los monumentos que encargaban para despedir a sus difuntos. Alguna se asombró de que muchos de los muertos aparecían con una sonrisa, lánguida y triste podría decirse, pero sonrisa, al fin y al cabo. Su preceptora aprovechó para hablarles de los etruscos y de cómo este pueblo llegado a Italia desde oriente representaba a sus difuntos también con una sonrisa. Ya puesta, les recomendó que leyeran La sonrisa etrusca de José Luis Sampedro.
Su emoción al ponerse frente al Poseidón o Zeus de bronce hallado en el cabo Artemisio fue indescriptible: impactadas ante la belleza del cuerpo del dios en el momento de lanzar el tridente o un rayo. Le dieron mil vueltas, fotografiándose con él desde todos sus ángulos. Unas porfiaban sobre si era Poseidón, otras querían ver a Zeus. Su magistra besaba el Olimpo, agradecida por haber sembrado en ellas el amor a la Belleza. Eso era para ella la Hélade.
Admiraron la excelente colección de piezas del arte cicládico que atesora el museo, adivinando la influencia que éstas ejercieron en el desarrollo del Cubismo. Se estremecieron al descubrir la supuesta máscara funeraria de Agamenón, hallada por Schliemann en un túmulo de Micenas tras haber sacado a la luz los vestigios de Troya en costas turcas. Su profesora aprovechó para encantarlas con las historias que cobijaba Micenas, patria de Agamenón, Electra, Ifigenia, Clitemnestra y Orestes entre otros. Anduvieron errantes por diversas salas extasiándose con los kuroi o korai que les salían al paso o con los frescos extraídos de Thera, la actual Santorini.
La jornada siguiente la dedicaron a una ruta mitológica por Atenas. Compartir con ellas la emoción al ascender por primera vez los Propileos y vislumbrar el Partenón y el Erecteion, mucho más impactantes de cómo lo habían visto en las imágenes estudiadas en clase de Historia del Arte, fueron sensaciones que la calaron hondo.
La diferencia que veo entre un turista y un viajero es que el primero quiere tener en el lugar que visita las mismas cosas que en el que de donde procede: busca las mismas tiendas (todas clonadas e insustanciales) que tiene en su centro comercial de cabecera, amorfo e impersonal, pretende comer lo mismo que en su hogar o, a lo sumo, acude a alguna cadena de comida vertedero, de las que tantas hay en su centro de compras, y se atiborra a guarrerías norteamericanas sin dignarse ni siquiera a catar las delicias de la gastronomía del lugar que visita. Cuando uno viaja con adolescentes, aunque sea en la misma España, es desolador observar cómo se pirran por que los intoxiquen en cualquier cadena de hamburguesas yanquis o pizzerías zombies, en vez de irse a los bares en los que sirven tapas o raciones de comida local y que no son más caros que las grandes cadenas.
Hasta en eso las Afroditas eran diferentes. Pidieron comer y cenar en tabernas tradicionales, donde degustar un tzatziki, mojar pan en la taramosalata, chuparse los dedos con el suvlaki y compararlo con los pinchos morunos o alabar el feta que les sirvieron en la joriátiki salata. En esas fechas los griegos celebraban su Pascua Ortodoxa y no acostumbraban a comer carne hasta que no resucitara Cristo. Tras la ruta mitológica, su profesora las llevó a cenar a una taberna sita en el barrio de Theseion, desde el que se disfrutan de unas vistas sobre la Acrópolis iluminada dignas de ser libadas. En ese local pudieron conocer a Pedro Olalla, autor de quien habían leído algunos textos. Éste les ofreció las especialidades que se solían comer en fechas tan señaladas y les recomendó parajes para descubrir en el itinerario que ellas habían marcado. Aquella noche fue inolvidable.
Para el día siguiente habían alquilado una furgoneta: querían ver Delfos por la mañana y disfrutar de la puesta de sol en el templo de Poseidón, en el Cabo Sunion, distantes entre sí unos 300 kms. En el trayecto pasaron por la mítica Tebas: su mentora no desaprovechó la oportunidad y, trasladando la luz de sus ojos al alma, casi les cantó al modo de los aedos que esas tierras habían sido testigo del nacimiento de Heracles; que por allí el caballo alado Pegaso hizo brotar la fuente Hipocrene; que aquel monte que se divisaba era el Helicón, donde Hesíodo pastoreaba sus rebaños cuando se le aparecieron las musas y lo volvieron poeta; que Tebas fue escenario de los martirios de la saga de Edipo; que allí fue donde Antígona plantó cara a la tiranía de Creonte a expensas de su vida.
Cuando las vueltas y revueltas de la carretera les permitieron atisbar el Parnaso, aún un poco cubierta de nieve una de sus cumbres, una exclamación de asombro jubiloso las embargó. Habían hablado tanto de esa montaña mágica. La primavera estaba en plena orgía de floración. Fuentes y regatos se derramaban por doquier trayendo con ellos la savia de las rocas. A ninguna le extrañaba que Apolo y las nueve musas hubieran elegido aquellos riscos cuajados de bosques como morada.
Entre la vegetación predominaba el ciprés. Isabel, por cuyas venas también fluía el amor a la Hélade, les contó que este árbol fue creado por el dios Apolo ya que el primer ciprés no fue otro que Cipariso. Este joven fue amado por el dios, que acabó metamorfoseándolo en ciprés para que llorara eternamente la muerte de su ciervo sagrado, al que dio muerte de manera accidental. Desde entonces el ciprés se convirtió en el árbol consagrado a los difuntos. Isabel las animó a leer a Ovidio, en cuyas Metamorfosis se narra, entre otros 250 mitos más, esta historia.
Un mes y medio antes del viaje la docente sufrió una mala caída que le provocó un esguince de tobillo. Al principio se le vino el mundo encima: aparte de que nunca se había tomado una baja médica en los más de 4 lustros de ejercicio profesional y de que no quería dejar sin sus lecciones a sus estudiantes, se había comprometido con sus niñas a este viaje y no pensaba incumplir sus promesas. Ella no es de las que se arredra: se compró una férula y unas muletas. Armada con ellas holló espacios arqueológicos, ascendió pendientes. ¿Que había que subir hasta el estadio de Delfos para explicarles a sus puellae la importancia de los juegos atléticos para los helenos? Arriba que voy, pian pianino, pero yo subo. Además, a medio camino hay una vistas maravillosas sobre el teatro y el valle y seguro que mis chicas quedarán divinas en las fotos que se hagan. ¿Que a la vuelta a la furgoneta hay que bajar para poder disfrutar de los maravillosos vestigios del tholos o templo circular en honor a Atenea? Allá que voy: mis zagalas no se van de aquí sin verlo.
Rebusca en su archivo alguna fotografía del interior del museo de Delfos. Sonríe con nostalgia rememorando la conmoción al descubrir el auriga o a Cleobis y Bitón, los dos kouroi que habían estudiado como exponentes de la época arcaica.
Repasa que no falte ninguna de sus diosas, que todas salgan bien y que nadie tenga los ojos cerrados. Suspira. No llegaron a tiempo de libar la puesta de sol desde el interior del templo del Sunion, pero les dio igual. Gozaron del templo a distancia. Nadia Pavlikaki, la guía que habían contratado para la ruta mitológica, les había recomendado un restaurante a pie de playa desde el que se disfrutaban de unas vistas privilegiadas sobre el templo iluminado. Además ese día las acompañaba Yola Kaskouti, una amiga griega de su magistra, que había venido a pasar el día con ellas desde Kalamata. Yola ejerció de maestra de ceremonias y pidió una cena a base de pescados y otras pikilia, con las que la Hélade fue acabando de conquistar sus estómagos. Sus almas ya estaban rendidas.
Busca imágenes que ilustren el cuarto día. ¡Dioses! Lo que gozaron en el templo a Zeus en Nemea al comprobar que podías recorrerlo entero, sin cordones ni hordas de turistas. ¡Cómo se impresionaron al ver lo colosal de las columnas, incluso de la volcada y que tan bien mostraba sus tambores!
Pega otra foto con el antiguo estadio adyacente al templo, que visitaron solas, mientras les contaba el primer trabajo de Hércules: cazar al león de Nemea.
Evoca la turbación que sintieron sobre todo Ana, María y María José al descubrir el teatro de Epidauro. Las dos primeras hacían teatro con Rosi en los talleres municipales. Rosi les había hablado de la historia del teatro, de cómo los atenienses lo inventaron y compartieron con sus hermanos este arte. Para ellas, pues, fue doblemente emotivo situarse en el centro justo de la orchestra y declamar unos versos de Hécuba, pieza que trabajaron con Rosi y por cuya actuación fueron premiadas. Su magistra, sentada en las últimas gradas, abría las compuertas de sus ojos agradecida a Asclepios, dios titular del lugar, por haberle concedido vivir aquello.
Inserta a continuación fotos de sus paseos por las calles de Nauplia, donde fueron de tiendas en aquella coqueta ciudad con aires venecianos, o de la travesía a Egina. Sus korai querían ver una isla: una isla les ofreció. Además, disfrutaron como micos cuando las llevó a ver el fabuloso templo de Afaya o cuando degustaron un helado de pistachos en el puerto.
Repasa una y otra vez el fruto de su trabajo con el álbum que les está confeccionando como despedida. Vuelven a humedecerse sus pupilas: le pidieron que, en su fiesta de graduación, les escribiera un discurso. Discurso en el que se vació, provocando lágrimas no sólo en sus diosas, sino en gran parte del auditorio. Un canto a las Humanidades y a su poder cuando éstas caen en almas fecundas,
Cierra por hoy las tapas de la bitácora. Va a su biblioteca y extrae a Homero. Relee en la Rapsodia Séptima de la Ilíada los inmortales hexámetros:
“Cual la generación de las hojas, así la de los hombres. Esparce el viento las hojas por el suelo, y la selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la primavera: de igual suerte, una generación humana nace y otra perece.”
La de las Afroditas ha sido una excelente generación, sin duda. pero vendrán otras y con ellas tiene también el reto de convertirse en MAGISTRA.
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