En los años del descubrimiento y de la conquista de América proliferaron los puntuales cronistas de los sucesos: Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Pedro de Cieza de León… Sin embargo, la colonización y luego las independencias trajeron consigo un habitual apartamiento de los temas americanos en España, tanto en el mundo de la referencia habitual como en el de la ficción literaria.
No deja de ser sorprendente que América apenas existiese en el imaginario en lengua española de este lado del océano, y que solamente en contadas ocasiones fuese escenario de alguna novela: por ejemplo, Tirano Banderas, de Ramón María del Valle Inclán —aunque el libro inauguró una saga fructífera de “novelas de dictador” entre estupendos escritores americanos y Muertes de perro, del español Francisco Ayala…— o La Catira, de Camilo José Cela —novela de encargo, por cierto—.
En el caso de Cuba, solo las largas guerras de independencia en la isla produjeron algún relato, como las magníficas páginas que Santiago Ramón y Cajal incluyó en Mi infancia y juventud…, aunque en tiempos más cercanos aquel escenario haya servido de estímulo para novelas tan estimables como Por el cielo y más allá, de Carme Riera, o Añoranza del héroe, de José Ovejero…
Dentro de este general olvido del mundo americano por la mayor parte de la narrativa española, hay que resaltar con aplauso la aparición de Mala hoja, de Alfonso Mateo-Sagasta, una novela breve —174 páginas— verdaderamente singular en muchos aspectos. Para empezar, el autor ha escogido como escenario para su obra la Cuba de los inicios de la cuarta parte del siglo XIX, los últimos tiempos de la “guerra de los diez años”, aunque no sea precisamente tal guerra lo que centra los elementos dramáticos del discurso novelesco.
La novela se va desarrollando a lo largo de un diálogo, resultado de un encuentro entre dos varones de edad —encuentro que al cabo descubriremos que fue buscado por uno de ellos—, en el patio de una reputada casa de comidas de La Habana, al parecer muy visitada por la gente importante de la isla.
Uno de los personajes se llama don Julio Izura y viste uniforme de coronel, aunque no ejerza el oficio militar sino a los efectos honorarios de cierto voluntariado anti-independentista; el otro personaje tiene de nombre don Pascual Baute, y en tales momentos también se declara vinculado a un grupo bélico de parecida naturaleza que el de su interlocutor.
Don Julio está parapetado tras el Diario de la Marina, pero el otro se ha sentado junto a él e inicia comentarios que acaban haciendo enhebrarse el diálogo entre los dos, al hilo del cual se desarrolla lo que pudiéramos denominar la “trama básica” de la novela.
El tal Pascual Baute es tabaquero, e invita a don Julio a fumar un cigarro de su cosecha, lo que según afirma constituirá para el invitado una experiencia inolvidable. En el apacible y gustoso fumar de los vegueros por parte de los dos se inscribirá su larga charla —unas dos horas, la duración de la propia novela— charla animada también por un ron exquisito que procede de cierto ingenio de don Julio.
Conforme avanza la trama, los personajes aludirán a muchos aspectos de su vida ordinaria: a sus respectivas mujeres, ya desaparecidas —en el caso de don Julio, al parecer no demasiado apreciada por él, pues al no darle sucesor la apartó de su lado; en el caso de don Pascual, unida a él por un amor profundo y ardoroso—. La exposición de tales recuerdos, y los de los temas de sus respectivas dedicaciones, el tabaco en el caso de uno, varios negocios en el del otro, suscitarán en ambos la memoria de muchas cosas, que el narrador, oculto tras una tercera persona perfectamente desarrollada, irá exponiendo con maestría, mostrando la sinceridad, reserva o malicia de cada personaje.
Mas sobre esta trama que he llamado “básica”, se irán ordenando otras dos “hipertramas” que darán progresivo vigor al discurso de la narración, y que crearán además un ambiente muy sugestivo: por un lado, la del mundo del tabaco y la preparación de los materiales para llegar al resultado, al parecer delicioso, del que los dos conversadores disfrutan; por otro, la del mundo de la esclavitud, en aquellos tiempos plenamente vigente en las colonias españolas, aunque hubieran transcurrido ya más de veinte años desde que había sido abolida en los Estados Unidos. Y debo insistir en que las dos “hipertramas” no solo no se desvían de la trama básica, sino que la fortalecen y redondean con indudable pericia, para lograr una atmósfera muy acertada.
El tema de la esclavitud moderna en la sociedad española, sobre todo en el Caribe, es una gran desconocida en la literatura escrita a este lado del océano. Uno de los grandes hallazgos de esta novela es precisamente mostrarla con todo su descarnado horror y una naturalidad muy bien lograda, pues hay que señalar que las dos personas que charlan en el patio del restaurante no sólo no están a favor del abolicionismo y ven sin reservas la esclavitud, sino que una de ellas, don Julio, ha hecho parte de su fortuna negociando en ese terreno: comenzó al parecer gestionando un “almacén de tullidos” —los esclavos negros que, como consecuencia de las duras faenas de la zafra, perdían miembros o resultaban de algún modo lisiados, pero que aun podían servir para ciertas labores domésticas en la ciudad— y luego entró de lleno en la trata de esclavos, ya por entonces ilegal y muy perseguida por la marina inglesa, en la que del numeroso material humano comprado en ciertos “almacenes” de África solo llegaba a Cuba la tercera parte.
Conoceremos así, como he señalado, ese espantoso mundo de la esclavitud y todos sus manejos: los horarios de trabajo en la zafra —18 horas diarias—; los negocios para “criar” esclavos estableciendo factorías con negros fornidos y negras prometedoras de fertilidad, así como otros aspectos igualmente pavorosos.
Y mientras diversos esclavos negritos del restaurante los atienden continuamente, para matizar aun más esa acertada atmósfera del relato, los dos personajes nos irán mostrando con singular desenvoltura y franqueza un mundo terrible y brutal.
Creo que la maestría con que las historias de ambos personajes se van desarrollando, a partir de sus testimonios y de sus recuerdos, unos expresados y otros ocultos, van haciendo que la novela afirme certeramente su discurrir. Mas al llegar al final, las “hipertramas” se desvanecerán sin estridencia, también como consecuencia de la maestría autoral, para que la “trama básica” asegure su desenlace con una “vuelta de tuerca” sorprendente, que resulta un acierto plausible, y que hace cumplirse con plenitud la satisfacción lectora.
En los tiempos que corren, libros como este demuestran que es posible compaginar con acierto la escritura cuidada y ese selecto trasfondo imaginario que es la sustancia de la ficción, creando literatura de calidad interesante para todo tipo de lectores.
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Autor: Alfonso Mateo-Sagasta. Título: Mala hoja. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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