Hay novelas que no se escriben a dos manos. Ni siquiera a cuatro. El último viaje de Miranda Grey se escribió a ocho manos. Y me explico. Sin el influjo de otros autores, el proyecto habría quedado a medio camino o malogrado. Escritores que me fueron guiando inconscientemente con las enseñanzas que dejaron en sus obras que leí admirado, excitándome con sus propuestas narrativas. Autores que, en momentos de confusión o extravío, son capaces de devolverte al camino, con solo volver a las páginas que ellos escribieron antes que tú, regalándote soluciones a problemas que parecían irresolubles. Y entonces agradeces a Antonio Muñoz Molina su magisterio y la pasión que te transmite cada vez que abre la puerta de su casa y deja que lo entrevistes, y aunque el asunto era su última obra, de forma inevitable regresas a otras anteriores que también te formaron como novelista.
Y otras dos manos se incorporaron al proyecto de esta novela: las de Ignacio del Olmo, que multiplica mi pasión hacia el género policiaco cada vez que leo un artículo suyo aquí en Zenda, o lo escucho en Onda Regional, en cuyos pasillos hemos coincidido tantas veces. El último viaje de Miranda Grey habría sido una novela distinta sin sus respuestas, porque es muy difícil que a un escritor le siente bien el uniforme de policía, y la ficción parece dar toda la libertad a inventar sin límites, y en esa locura de imaginación desatada, puedes llegar al punto de la inverosimilitud. Ignacio me ayudó a colocarme el uniforme, con explicaciones precisas sobre procedimientos policiales, competencias territoriales y hasta me explicó qué era la jaula de Faraday. No, no es fácil sacar adelante una obra de género de ficción criminal. Muñoz Molina me contó un día que siempre intenta desmentir con su nueva novela la anterior. Yo me había metido con la última en las entrañas de Madrid para contar cómo se construyó el Metro de Madrid, viajando cien años atrás. Aquello, ya lo dije aquí, seguro que me amenazó con hacerme de nuevo miope, de revisar tantos periódicos antiguos atestados de letra minúscula. Pero debía salir de ahí, para no tener problemas con las dioptrías y también para desafiarme a mí mismo. Lo negro criminal siempre ha ejercido sobre mí una fascinación única. Eso de entrar en aguas aparentemente tranquilas, pero cuando te vienes a dar cuenta, uy, estás en medio de arenas movedizas. Y ya no puedes salir. Te quedas enganchado a los hilos invisibles a tus ojos que el autor ha puesto ahí para atraparte, sin remedio, víctima tú también la trama. Y en El último viaje de Miranda Grey me quise preguntar si podría yo armar un mecanismo de relojería, organizar esas piezas casi diminutas de manera minuciosa. Admito que hubo momentos de sufrimiento, en los que ni Banville podía ayudarme, o igual es que se negaba, riendo jocosamente: “Chaval, yo también sufro para buscar la frase perfecta. Y a Henry James le pasaba lo mismo. El estilo lo es todo. No es un lacito, es la caja entera. ¿Quién dijo que esto de escribir novela era sencillo?”
Después de año y medio de sudores y algunos eurekas, logré componer las piezas. Y el jurado del Premio de la Policía Nacional vio que el reloj ni se adelantaba ni se atrasaba, que daba bien la hora. Después ha llegado a la muñeca de los lectores. Y espero que siga dándola. No es bueno llegar tarde a la cita con ellos.
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Autor: Gregorio León. Título: El último viaje de Miranda Grey. Editorial: Algaida. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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