Una novela atravesada por la memoria olfativa
Todo empezó como nacen muchas novelas, con un “¿y si…?”
Escribí en mi ordenador portátil una sola página de apenas 15 líneas con esa premisa y luego, durante muchos meses, ya no supe qué más escribir. Porque yo no quería contar un thriller, sino una novela de emociones, de crisis existenciales, de secretos familiares, inspirada por una frase que había leído en un libro editado por Circe en 1993 sobre la relación entre Vanessa Bell y Virginia Woolf, y cuya autora es Jane Dunn: “Creo de verdad que las familias son instituciones perversas, pese a todos los argumentos que se esgrimen a favor de ellas… Incluso en las más inteligentes, como la nuestra, hay muchos vicios que parecen inevitables, por lo menos entre los miembros directores de la familia”, le escribió Vanessa a su hermana Virginia en una carta fechada el 26 de diciembre de 1909.
Poco a poco fueron llegando a mí otras piezas, como el nombre evocador de Alegranza, un islote canario despoblado; el miedo a heredar la locura; la incomunicación dentro de la pareja; la energía de Madrid y el punto aspiracional de París… Piezas inconexas que iba apuntando en libretas y que no sabía muy bien cómo ensamblar.
Hasta que se paró el mundo.
El día que el Gobierno decretó el estado de alarma, yo estaba en Asturias con mi marido, solos los dos en una casa que mis suegros tienen en la costa. Habíamos viajado desde Madrid unos días antes y llevaba conmigo un trolley pequeño en el que había metido un par de jerséis, un vaquero y un surtido de calcetines y ropa interior, equipaje suficiente para la semana que pretendíamos pasar allí; debido a las circunstancias, la estancia acabó prolongándose cuatro meses. Es verdad que no tenía casi ropa, que tuve que escudriñar en cada cajón de esa casa prestada hasta localizar una simple goma del pelo, pero contaba con lo más importante: mi ordenador portátil y mis libretas llenas de apuntes para una novela que entonces llevaba un título aleatorio: La preferida.
Ahora o nunca, me dije. De repente, de mi agenda se habían esfumado los viajes de prensa, las fiestas hasta altas horas de la madrugada, las comidas con directores de comunicación de marcas de lujo (ocupo el cargo de subdirectora en una revista de moda). Seguía teletrabajando, sí, pero la desaparición de todas esas responsabilidades extra y de cualquier tipo de plan los fines de semana me regaló un tiempo precioso que yo observaba con deleite como quien tiene ante sí una tarta rebosante de chocolate. Ahora o nunca.
Las cuerdas que me ayudaron a atar todas aquellas piezas inconexas que yo había ido atesorando a lo largo de más de un año resultaron ser mi tierra, Asturias —que me había protegido en circunstancias tan dramáticas— y los olores. El verano que volvimos a Alegranza es una novela atravesada por la memoria olfativa, porque como dice uno de los personajes, el perfumista Jean-Luc Peltier, “en la vida nos lo pueden arrebatar todo excepto nuestra memoria olfativa; cada uno de nuestros recuerdos está asociado a olores”. Dicen los expertos que no olemos con la nariz, sino con el cerebro, y este libro pretende despertar en el lector la percepción de todos esos aromas que van marcando nuestra existencia y nos pueden llevar, quién sabe, a acuchillar a nuestra propia hermana durante la cena de Nochebuena.
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Autor: María Fernández-Miranda. Título: El verano que volvimos a Alegranza. Editorial: Plaza & Janés. Venta: Todostuslibros y Amazon
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