Aunque hace más de quince años que escribí Hierba mora, recuerdo bien el proceso. El 2004 fue decisivo en mi vida; se podría decir que nací ese año. A muchas mujeres nos pasa eso: en un momento dado, la energía que teníamos dentro florece. Desde niña escribía, pero me parecía que mi proyecto literario tenía que madurar antes de ver la luz. De repente, todo tomó otro color. En esa época estaba trabajando en un ensayo sobre lenguas artificiales y, nada más terminarlo, me vino a la cabeza una idea muy lógica para una feminista: ¿por qué, entre tantos cientos de lenguas artificiales, ninguna había sido ideada por una mujer? En el siglo XVII todos los filósofos famosos se enfrascaron en este objetivo; todos hombres, todos con la misma visión del mundo. Y mi cabeza se puso en funcionamiento: escribiría una novela sobre una mujer de esa época. Cuando mi idea estaba aún en pañales, pensaba en reivindicar a las mujeres silenciadas a lo largo de la historia, hoy una veta de actualidad, pero entonces todavía no tan común. El punto de partida sería la inventora de una lengua artificial que hubiese caído en el olvido.
Al documentarme, todo se precipitó. El ambiente filosófico del siglo XVII me llevaba hacia Descartes. Por azar supe que el filósofo había tenido una relación amorosa. Y cuando digo una es un numeral, no un artículo. Porque el pobre se había quejado mucho de haber pecado e insistía en que eso solo había ocurrido una vez, con una criada llamada Hélène Jans. De ella apenas se sabe que tuvo una hija con el filósofo, Francine, que moriría de escarlatina. Ese silenciamiento me facilitaba la tarea de reconstruirla a mi gusto, procurando que fuese verosímil pero no necesariamente idéntica al personaje real. Hélène representaría a las brujas quemadas masivamente en Europa; sería el contrapunto práctico al saber teórico de Descartes, ilustrando el debate entre Racionalismo y Empirismo; sostendría las riendas del relato y yo, por fin, me veía con fuerzas para defender esa aventura literaria. Puse en ella muchas vivencias personales entremezcladas con las historias cotidianas de las mujeres de su época, le di algunos de mis gustos y aficiones y la envolví en los saberes “menores” que las mujeres habían cultivado. Sabía que corría el riesgo de excederme al concederle un aire ecofeminista muy del gusto contemporáneo, pero al final creo que resultó creíble en su orgullo, en su rebeldía. En una época en que ellas tenían vedado el acceso al conocimiento, sus oficios discurrían en paralelo, fuera de jurisdicción. Cuando ya Hierba mora estaba publicada tuve oportunidad de leer Caliban y la bruja, de Silvia Federici; me enorgullecí de comprobar que mi hipótesis no era descabellada. Sin ninguna conexión entre nosotras, estábamos por la misma época pensando cosas muy parecidas.
Tuve la suerte de que la historia hiciese lo demás. Descartes se había relacionado con otra mujer que la historia sí había retratado con detalle: la reina Cristina de Suecia. Bisexual, promiscua, capaz de abdicar y de llevarse todo por delante, era el contrapunto perfecto para Hélène: limaba mis posibles excesos al haberme centrado en una mujer entrañada en sus afectos y en los cuidados. Al colocarlas a las dos frente a frente, enseguida supe que no quería construir una novela histórica al uso, con figuras femeninas en un marco sentimental. Por eso ensayé una estructura rota, un patchwork fragmentario, propio de nuestra época, que exigiese de quien lee un trabajo adicional. En vez de devorarla de un tirón, habría que retomar hilos continuamente en un texto salpicado de recetas, diarios o correos electrónicos. Así evitaría poner el foco en esas mujeres en particular; quería construir un protagonismo coral, a partir de figuras insignificantes y castigadas, evocando muchas vidas que son una, la de ese inconsciente colectivo que formaron Ellas y que culmina en Inés Andrade, donde coloco, deliberadamente, todos mis recuerdos de infancia y ajusto un par de cuentas con el pasado.
Más gracioso es que escribí Hierba mora en un camping, sola con mis tres hijos de 3, 7 y 10 años. Cuando dormían o participaban en las fiestas organizadas para los peques en verano, yo me tiraba sobre el ordenador. Tal vez lo de la estructura rota no fuese entonces tan meditado y no tuviese otro remedio. Al acabar las vacaciones, la novela estaba concluida. La guardé en un cajón durante ocho meses a la espera de que se convocase el premio Xerais. Cuando Hierba mora ganó y consiguió tanta proyección, me cambió la vida. En menos de un año publiqué cuatro obras, así que esta novela me convirtió en lo que siempre había querido ser: escritora.
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Autor: Teresa Moure. Título: Hierba mora. Editorial: Hoja de Lata. Venta: Todostuslibros y Amazon
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