Si con algo me he peleado a lo largo de los años es con los nervios. Con los nervios y no saber llevarlos. Mi cabeza y mi cuerpo han desarrollado todo tipo de mecanismos para poder lidiar con ellos —siendo unos más adecuados que otros—, por lo que en general tengo curiosidad y hasta cierta fijación por descubrir los de los demás. De ahí surge Pellejos, un anhelo en conocer y explorar cómo sobrellevar la vida y las consecuencias, a veces fatídicas, al intentar tratarla.
Al empezar a escribir estos relatos me sorprendí a mí misma al ver por dónde me llevaban. Mucha sordidez y explicitud de una manera con la que no estaba familiarizada, mejor dicho, familiarizada conmigo misma: a concederme esa libertad a la hora de escribir. Creo que ahí estuvo la clave de continuar con esta idea y que no se quedase como agua estancada: aprovechar ese ímpetu a dejarme llevar, a incomodarme a mí misma y aparcar durante un rato mis juicios sobre lo que escribo, y con ello, los personajes que iban apareciendo en las historias.
Es hasta cierto punto es todavía feo seguir a personajes cuyo egoísmo es deliberado: saber que no actúan por ningún impulso incontrolable. Esto se acrecienta si son mujeres. Dicho egoísmo está más que meditado y, pese a ello, escogen ese camino. Tiende a haber mucha aversión y completa falta de empatía —y aunque esta no es necesaria, dado que es ficción— para ‘esas malas personas’. A mí en cambio, me reconforta encontrarme con este tipo de personajes; me parece la mejor forma de aceptar —y no con ello ensalzar o glorificar— que en numerosas ocasiones somos así. Miramos por nuestro ombligo y nuestra realidad inmediata, tenemos rabia, nos comparamos con otros y nos frustramos. Eso nos lleva a tomar decisiones no muy aceptables, pero creo que lo honesto es reconocernos en ello.
Y supongo que a partir de esta premisa quería llevar al límite cada una de las historias, a veces hasta el absurdo que, en mi opinión, está bastante cerca de casarse con la realidad. Cuando algo hace que nos recoloquemos en la silla, que nos pique la piel y tengamos que releer para dar crédito y, a continuación, concedernos una pausa para digerir lo absorbido… Ahí hay algo. Algo incómodo, no de fácil verbalización y mucho menos de realizar el ejercicio de reconocimiento, pero ahí está, es inamovible. No deberíamos mirar hacia otro lado. Una de las ventajas de la ficción es poder explorar dichos territorios para reconciliarnos con nosotros mismos o —siendo menos amables, pero quizá todavía más importante— entendernos mejor.
Así que por qué no sucumbir al escapismo del alcohol, llevar al extremo al cuerpo en busca de control, la paranoia absoluta, el rencor hacia la familia y amigos o el enfrentarse todos los días al espejo para descubrir cómo nos trata el mundo. Y en especial hasta dónde nos lleva. Cada tragedia personal debe ser catada en el silencio y el mantenimiento de la compostura; eso es lo que nos han enseñado. El continuo sometimiento al saber estar, al intentar ser mejores tiene una repercusión en nosotros. Creo que desencadena comportamientos que no sabemos hasta dónde pueden llevarnos.
Por lo que tengo que admitir que me lo he pasado de maravilla explorándolo y no juzgándolo. Y puede que el mejor indicativo es que no me despellejé los dedos de los nervios durante el proceso. Algo es algo.
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Autora: Alba Álvarez. Título: Pellejos. Editorial: Catedral. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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