Estimado lector, has de saber que, si te sumerges en las páginas de Sol de sangre, tú serás Juan Pablo de Carrión. A través de sus capítulos vivirás bajo su piel, gozarás de sus alegrías y sufrirás sus penalidades. Serás un héroe crepuscular que se embarca en una última aventura en pos de esa gloria que siempre fue esquiva. Tu vida, una ristra de hazañas más o menos honrosas, ha sido tristemente olvidada, ¡aun cuando es merecedora de ser cantada por Homero! Soldado y marino a la vez, como tantos otros de tus compañeros de armas, recorriste los mares de punta a punta, con Ruy López de Villalobos, con Miguel de Legazpi, con Andrés de Urdaneta… Desde el rincón castellano en el que naciste hasta el fin del mundo, navegando en las armadas del rey. Pero hoy tienes casi setenta años y vives en la más adusta soledad del alma. Ya has enterrado a tu esposa y también los sueños de juventud; sólo falta que te entierren a ti; mas, tal vez, la hora no esté tan cerca como crees. El destino llama a tu puerta una última vez. Una amenaza se cierne sobre el asentamiento español en Manila. Tay Fusa, un temible guerrero del Japón, y su armada pirata han estado atacando a los barcos que realizan las rutas comerciales entre China y Nueva España. El gobernador te necesita —¿acaso alguien se acuerda de ti?— para que dirijas una expedición en busca de este Tay Fusa. Y tú, cristiano y caballero, haces escudo y bandera de tu propia desventura y acudes con la valentía de antaño, sin desmentir el noble tronco del que procedes, sintiendo cómo se enciende en tu corazón la chispa con la que comienzan los cantares de gesta, a una edad en la que ya todo parecía consumado…
¿Por qué decidí contarlo en segunda persona? Porque quería que tú participaras en la historia, mi querido lector, y no que fueses un simple espectador asistiendo desde lejos a la función. Quería contártelo directamente, de tú a tú, sin barreras. Porque no solo me interesaba explicar tu lucha exterior contra la amenaza de la flota pirata, los envites del mar o las fieras de la jungla, sino también esa lucha interior contra ti mismo, contra tu edad y tus debilidades, y contra la enorme dificultad que supone tener que imponerte sobre una tropa que acepta de mala gana tu autoridad. Quería describir las sensaciones que te produce ver esos exóticos paisajes abriéndose ante tus ojos: el esplendor de grandes horizontes marinos del Pacífico, las costas verdes de las Filipinas… que nos recuerdan a los clásicos de aventuras de Emilio Salgari o Julio Verne; o ese ambiente selvático y opresivo cuando has de remontar el río Cagayán en tu embarcación, temiendo siempre encontrarte al enemigo al torcer cada meandro, que nos evoca irremediablemente a El corazón de las tinieblas, del maestro Joseph Conrad.
¿Y qué me dices de ti, Juan Pablo de Carrión? Un héroe cansado pero no acabado, que bien podría ser interpretado por un Clint Eastwood en sus postrimerías. Porque Sol de sangre no deja de ser un western, con galeras, arcabuces y piratas japoneses en vez de caballos, rifles Winchester e indios apaches, pero, en definitiva, una revisión del western con muchos de los elementos que lo caracterizan: la redención del viejo pistolero, un viaje a través de un terreno desconocido y hostil, la amenaza de los pueblos guerreros, hombres rudos que conviven con la violencia porque es su único modo de vivir… Son los mismos temas de siempre, que se reciclan y alían para crear nuevas aventuras.
Existe poca documentación sobre estos combates de Cagayán, en los que dos culturas guerreras por excelencia, la española y la japonesa, se enfrentaron en aquel verano de 1582. Pero las tres crónicas que se conservan, aunque breves, sirven para darse cuenta perfectamente de que estos hechos reales son un excelente material novelesco. No sólo está lo atractivo del choque cultural, o la conmovedora historia personal de Juan Pablo de Carrión. Es también una historia de lealtad y de superación, en la que una tropa formada por gentes tan diversas —españoles peninsulares, criollos mejicanos, tlaxcaltecas, tagalos y sangleyes— han de dejar a un lado sus diferencias y trabajar juntos si quieren salir victoriosos. Porque, al contrario de lo mucho que se ha dicho sobre lo sucedido en Cagayán, no fueron compañías de soldados de los Tercios los que se enfrentaron a los japoneses, sino una fuerza heterogénea, de frontera, compuesta por los distintos pueblos que vivían, combatían y morían juntos en aquellas zonas del fin del mundo, bajo la bandera de la Hispanidad.
Y ¿qué impresión debieron llevarse los españoles la primera vez que se enfrentaron a esos japoneses que «vestían negras armaduras o sayos de colores y sombrerones planos, y atacaban haciendo driza con sus catanas, las cuales son como sables unas, y otras como montantes»? Ya el gobernador de Manila, don Gonzalo de Peñalosa, dijo que «los japones son la gente más belicosa que hay por acá». Pero, ¿acaso podían estos bravos guerreros asiáticos medirse contra los españoles conquistadores de Tenochtitlán, vencedores de Pavía y San Quintín, quienes llevaban en la suela de sus zapatos el barro reseco de tantas tierras lejanas como habían conquistado?
Mi queridísimo lector, todas estas respuestas he querido dar en Sol de sangre, a través de un relato que nace apadrinado por Diego Duque de Estrada, Lázaro, Cervantes y los cronistas de Indias, y se desarrolla a la sombra romántica de Dumas, Salgari y Sabatini; pero que, a la vez, obedece a una personalidad destacada y, si bien no original —pues tal cosa es imposible ya en la literatura—, sí diferente y, espero, emocionante; y esto es, amigo lector, que en esta aventura tú eres Juan Pablo de Carrión.
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Autor: Héctor J. Castro. Título: Sol de sangre. Editorial: HRM Ediciones. Venta: Todostuslibros y Amazon
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