Empezar a escribir un libro es, para mí, como entrar en una selva donde tengo que ir apartando ramas para poder avanzar, cuenta la autora de El hijo del héroe en este texto autobiográfico sobre su novela.
¿Cómo nació esta novela? Veamos. Cuando yo tenía cinco años Angola obtuvo su independencia de Portugal. Alguien podría preguntar: ¿y eso qué le importa a una niña cubana de cinco años? Nada, desde luego. El asunto es que eran tiempos de Guerra Fría y, a partir de ese momento, en Angola empezó una guerra (nada fría, por cierto) donde intervinieron varios países y que duró muchísimo. Alguien podría replicar: ¿pero qué tiene que ver la niña cubana con esto? La respuesta es simple: durante quince años, miles de cubanos, hombres y mujeres, militares y civiles, reservistas y soldados del Servicio Militar estuvieron en la guerra de Angola. Aquella niña —yo— crecí escuchando los ecos del conflicto que nos llegaban a través de la televisión o de las historias que contaban los que, como mi padre, estuvieron allí.
Todo lo vivido se nos queda enredado en los recuerdos. A veces parece que olvidamos algo pero no es cierto, lo vivido siempre está ahí. Y para los narradores, las experiencias se quedan dormidas esperando el momento en que nos sentamos a escribir para convertirlas en literatura.
Así se quedó aquella guerra dando vueltas dentro de mi cabeza. En mi primera novela, un personaje va a Angola y regresa, pero no fue suficiente. La guerra siguió dándome vueltas y vueltas durante años. Un día estaba en el festival literario de Póvoa de Varzim, en Portugal. Terminadas las sesiones, los escritores subimos al autobús que nos llevaría de regreso al hotel. Yo me senté junto a la ventanilla y entonces me vino a la cabeza una frase: “a mi padre lo mataron una tarde que hacía mucho sol”. Sonreí. Era apenas la punta del iceberg, pero enseguida supe que acababa de encontrar el inicio de mi nueva novela y que sería la historia de un hombre de mi edad cuyo padre, a diferencia del mío, había muerto en la guerra.
Empezar a escribir un libro es, para mí, como entrar en una selva donde tengo que ir apartando ramas para poder avanzar. En éste tenía dos selvas. De una parte estaba la ficción, la vida del protagonista (quien, como muchos cubanos nacidos después de la muerte del Che Guevara, se llama Ernesto). De otra, estaba la historia real de la guerra.
Con la ficción tuve que hacer lo que hago siempre. Me lancé a escribir, a contar sobre Ernesto, su familia, los amigos, su infancia. Aunque él y yo tenemos en común haber crecido en Cuba en el mismo tiempo, nuestras historias personales son distintas. Sé que las primeras cincuenta páginas que escribo de una novela, van a quedar al final reducidas (con mucha suerte) a unas diez, pero necesito embarrarme al principio con los personajes, conocerlos, saber cómo se mueven, qué visten, qué escuchan, a quiénes frecuentan. Todo. Por eso, aun sabiendo que luego buena parte quedará fuera, escribo muchísimas cosas. Eso hice en los primeros meses: escribir y escribir.
Con la realidad tuve otro problema. A pesar de haber vivido con la guerra siempre presente, sabía poco sobre ella. Crecí con los ecos, pero me faltaban detalles, muchos de los porqués y solo conocía la versión oficial de Cuba en ese conflicto donde participaron tantos países e intereses. Yo quería hacer una novela, no un libro de historia, pero cuando se trabaja con temas históricos necesitamos documentarnos bien para poder escribir una buena línea que se baste por sí sola. Eso hice. Busqué información de diferentes fuentes. Vivir en Lisboa me vino bien porque aquí encontré libros sobre antes y después de la independencia angolana. Realicé entrevistas, sobre todo a cubanos de edades y pensamientos diferentes. Colgué mapas en mi pared, hice dibujos, coleccioné fotos, escribí cronologías. Un día me di cuenta de que mi cabeza se había llenado de voces y entonces supe que debía parar. Ya tenía la información necesaria para crear el contexto de mi ficción.
El hijo del héroe no sucede en Angola. Sus escenarios son La Habana, Berlín y Lisboa, porque no me interesaba mostrar la guerra, que afortunadamente no conozco, sino sus consecuencias. Cómo una guerra puede meterse en la vida de las personas que están a kilómetros de distancia, en sus casas, en sus camas, en los juegos infantiles. Y me interesaba el conflicto del personaje. Cuando Ernesto tiene doce años su padre muere en Angola y, tanto para la sociedad como para su familia, él se convierte en “el hijo del héroe”. Con el peso que tienen los héroes en Cuba, Ernesto se ve casi obligado a representar un papel que lo aplasta y lo obliga a vivir la vida que los otros esperan de él. Pero, en realidad, él no es más que un huérfano que ha pasado la vida buscando a ese padre ausente.
Creo que las novelas son seres vivos y que no se debe acelerar su proceso de gestación. Habrán pasado unos cuatro años desde que escribí la primera frase hasta que el libro estuvo casi terminado. Entonces tuve la suerte de que la Villa Marguerite Yourcenar, en Francia, me concediera una residencia de escritura junto a otros dos autores. Tenía dos meses para trabajar solo en la novela. Aunque ya sabía el final, aún no lo había escrito. Primero me dediqué a revisar todo: eliminé detalles históricos que no eran relevantes para mi ficción, cambié el nombre de un personaje, borré cosas por aquí, agregué por allá. Tuve largas conversaciones con mis compañeros, Núria Perpinya y Makenzy, que me ayudaron a pensar mejor. Una noche, después de haber estado leyendo de corrida todo el manuscrito, por fin, escribí el final. Era muy tarde. Bajé al portal. La villa está junto a un bosque. Había estrellas y un gran silencio. No sabría describir la sensación que tengo cuando pongo el punto final de una novela, pero con ésta en particular sentí una contradictoria mezcla de peso sobre mis espaldas y ligereza. Hubo momentos de la escritura que fueron muy difíciles y el personaje me hizo padecer bastante pero, aunque todavía quedaran cientos de correcciones por hacer, la historia había terminado.
Tiempo después de aquella noche tengo el libro entre mis manos. Este año se publicó en España, Francia y Portugal. Empezó su nueva vida. Yo ya he conseguido “liberarme” del personaje y su conflicto. Y, hace poco, escribí la primera frase de mi siguiente novela.
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Autor: Karla Suárez. Título: El hijo del héroe. Editorial: Comba. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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