Augusto Ferrer-Dalmau, ese grandísimo pintor de batallas, hace cuatro años se subió con nosotros a la aventura. Sin preguntar, sin cobrar, creyendo mucho en el proyecto de una diminuta editorial artesanal, entre amigos, decidió apoyarla con algo más que palabras. Se ofreció voluntario, valiente, a ser la mano que reinventase a los clásicos, adaptándolos a los nuevos lectores.
Tendrían que ser unas portadas con aire clásico pero actualizadas; personales, reconocibles, únicas, llamativas, elegantes, le dije, soñadora, una tarde en su estudio frente a un enorme cuadro de historia. Lo vi encender, pensativo, un cigarrillo y acercarse despacio a retocar algo imperceptible en el lienzo. Luego se volvió sonriendo por detrás del humo. Haremos portadas que sean como carteles de cine, como remakes del noir. Será divertido.
Y así fue. Nacieron de su mano y su entusiasmo lector el capitán y su grumete sobre la cubierta del barco de El diamante de Moonfleet, el elegante entrechocar de espadas en El prisionero de Zenda y ese magnífico guiño al joven Gary Cooper de Beau Geste en nuestra personal versión de El misterio del Agua Azul.
Para decidir el siguiente título de Zenda Aventuras nos lanzamos, como siempre, a la relectura de la novela propuesta comprobando que ésta aún conservaba un sabor maravilloso de felicidad juvenil mezclado con la sorpresa de tesoro escondido y recién desenterrado. Sí. Claudio Bombarnac sería la novela número cuatro de la colección zendianoaventurera.
Claudio Bombarnac, o A través de la estepa, es una novela del escritor francés Jules Verne aparecida en Le Soleil desde el 10 de octubre (número 284) al 7 de diciembre de 1892 (número 342), y como libro en una versión doble junto a El castillo de los Cárpatos el 21 de noviembre de ese mismo año. El argumento, absolutamente verneano, del viaje como excusa de la aventura sin importar el destino, se encarna en su protagonista, un reportero que recorre la estepa asiática tratando de descubrir cuál de sus compañeros de viaje merece ser el héroe de su crónica periodística. El joven Claudio Bombarnac, cazador de scoops para el diario El siglo XX, va a hacer el viaje partiendo de Tiflis y atravesando en barco el mar Caspio, para continuar su aventura en el Gran Transasiático hasta Pekín.
El primer problema estético se plantea de inmediato. La novela se ambienta en la última década del siglo XIX. Por lo tanto, el atuendo del reportero debía ser como el que Léon Benett, el ilustrador de gran parte de las novelas de Verne, ideó: levita o chaqueta sport, chaleco, monóculo, botines, bastón. Es evidente que, para un lector contemporáneo de Verne y Benett, ese atuendo era sin duda el de un aventurero que viajaba con comodidad y elegancia durante varias semanas en diversidad de medios de transporte. Otra cosa era la mirada de un lector del siglo XXI, para quien un caballero con levita y monóculo no representa, precisamente, la idea de audaz reportero dicharachero. No nos convencía.
Otra solución era vestirlo como su contemporáneo de ficción, Sherlock Holmes, guiándonos por esas bellas ilustraciones de Sidney E. para Strand, pero claro, todos los bocetos de prueba se parecían demasiado a Sherlock Holmes, e incluso a Watson, y no conseguíamos transmitir la idea de un reportero en un tren en busca de noticias y aventuras.
¿Y una mujer? El problema en ésta, como en la mayor parte de las novelas de Verne, es que las mujeres son siempre personajes secundarios. De hecho, creo que de sus 54 novelas y 20 cuentos, solo una historia tiene a una mujer como protagonista y narradora: Mistress Branican. Las mujeres aventureras escaseaban en esos años, como es perfectamente comprensible, pero las había, por supuesto. Una de ellas (uno de mis personajes históricos favoritos, dicho sea de paso), fue Nellie Bly. Esta hermosa, valiente joven, reportera norteamericana para más señas, vino al mundo para compensar ese desequilibrio masculino, convirtiéndose, con su propuesta única, en La Mujer, querido Verne. Lectora contumaz, reportera intrépida, periodista de investigación y admiradora de Phileas Fogg, decidió echar un pulso al viejo novelista: “Daré la vuelta al mundo en menos de 80 días”, dijo en todos los periódicos americanos de la época. Al otro lado del océano, Julio Verne, encantado con aquella belleza valiente, la retó: Si se atreve, señorita, yo mismo apadrinaré su hazaña literaria. Nellie Bly tardó exactamente 72 días, seis horas, 11 minutos y algunos segundos en concluir la hazaña, llegando a su Nueva York de origen un 25 de enero de 1890.
Ella, o lo que ella simboliza, era una imagen casi perfecta, con su característico abrigo de viaje a cuadros, su práctica bolsa de cuero y sus guantes oscuros. La idea, buena, no era apropiada para esta novela. O no del todo.
Decidimos avanzar estéticamente unos años, hasta principios de los veinte. Eso era otra cosa: pantalones bombachos, chaleco sobre la camisa, gabardina color café y gorra a cuadros. Ferrer-Dalmau hizo algunos bocetos y nos reímos mucho, porque aquel reportero subido al Gran Transasiático no era otro que Tintín.
Estábamos en crisis. Entonces lo dejamos reposar unos días, que aproveché para navegar por las bibliotecas, donde siempre, o casi siempre, he encontrado la solución a mis problemas. Y efectivamente, ahí estaba. No una, sino dos soluciones. Dejé de buscar, aunque supongo que habría encontrado, insistiendo, más portadas con la clave. Los libros nunca fallan.
En la edición clásica, hermosísima de Hachette, nuestro Claudio Bombarnac vestía como un actor de cine negro de los años cuarenta, con ese aspecto masculino, versátil y estereotipado de investigador privado de novela de Hammett, reportero mujeriego del New Herald o músico de jazz en un antro de Manhattan. Era perfecto. Para colmo de felicidad, la portada de la popular, queridísima editorial Molino presentó también en su edición en español un Claudio Bombarnac con sombrero de fieltro y cara de pocos amigos, todavía más tipo duro, si cabe, que en la edición francesa.
Busqué entonces imágenes del Orient-Express o de algún tren que fuese de la época, y rastreé todos los reporteros del cine negro que en el mundo han sido. Encontré un par de imágenes que podían valer. Le di a “enviar” en el correo electrónico dirigido a Ferrer-Dalmau, cargado con todos aquellos archivos adjuntos y una nota a modo de capricho: ¿Harías algo por mí? ¿Podrías dibujar a un Claudio Bombarnac que fume Player’s? Luego cerré los ojos, ilusionada. Sabía que Augusto Ferrer-Dalmau y su enorme talento harían el resto.
Al día siguiente, en mi correo, estaba el cuadro, recién salido del horno.
¿Te gusta?, me preguntó el pintor de batallas, o de portadas, al otro lado del teléfono.
Sonreí, pensando en Verne, Nellie, Claudio, Doyle, Hammett, Marlowe, Hackett, Phileas Fogg, Léon Benett. Todos ellos habían subido con nosotros a este tren singular, un Transasiático que iniciaba una vez más, reluciente y veloz, su nueva aventura.
Es perfecto, Augusto. Es perfecto.
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Título: Aventura en el Transasiático. Autor: Julio Verne. ISBN: 9788412031072. Páginas: 370. Precio: 17.90 €. Puedes comprarlo en: LibrosCC, Todos tus libros y Amazon
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