El navarro Manuel Iribarren (Pamplona 1902-1973) fue un escritor polifacético que cultivó el teatro, la novela, la poesía y el ensayo. También desarrolló amplia actividad como periodista y formó parte del círculo de su paisano el activista clérigo Fermín Yzurdiaga en Jerarquía, la “revista negra de la falange” y en el diario Arriba España, editado en la capital navarra. Ya había tenido algún reconocimiento como dramaturgo antes de la guerra civil y recibió el Premio Nacional de Literatura en 1965. También antes de la sublevación militar se inició como narrador, pero fue acabada la contienda cuando alcanzó la publicación de media docena de novelas. A pesar de la dimensión no desdeñable de su obra, ha caído en un completo olvido. No ha entrado en el repertorio histórico de quienes hemos hecho balances históricos del género y en uno de los más amplios, el de Ignacio Soldevila, solo merece una referencia a pie de página cargada de diatribas. Sin duda, el pensamiento conservador de Iribarren, amalgama de tradicionalismo-falangismo-franquismo militante, y el moralismo de sus historias le han expulsado del canon. También, por la parte del arte, su concepción convencional y decimonónica del género. Pero otros muchos autores, no muy distintos a él en ideología y en forma literaria, han tenido mejor suerte en la azarosa historia literaria.
Manuel Iribarren aborda un asunto no desconocido en la narrativa tradicional, el comportamiento de un rentista, de una persona heredera de un capital lo suficientemente sólido como para poder vivir con holgura y con algunos caprichos sin trabajar. Las rentas del capital garantizan esa vida indolente y confortable, aunque el autor no la lleve a ningún extremo, pues aloja a su protagonista en una casa de huéspedes y no en una mansión propia. Poco antes de la escritura de esta novela, presumiblemente los años sesenta, un caudaloso narrador de su misma edad, y un tanto parecido literariamente a él, Juan Antonio de Zunzunegui, había publicado una intensa novela tradicional, Esta oscura desbandada (1952), donde el amargo vasco daba cuenta de los desastres derivados de la inutilidad de un rentista incapaz de hacer frente a la vida cuando los nuevos tiempos —la situación material de posguerra— habían arruinado las previsiones económicas de los padres.
Entre las novelas de Iribarren y de Zunzunegui se dan ciertas coincidencias anecdóticas y no me extrañaría que el navarro se hubiera visto espoleado por la obra del vasco. Pero serían, en todo caso, coincidencias casi ambientales, un tanto inevitables por la proximidad del tema. Porque el punto de partida lo impone la misma ideación argumental genérica: alguien, un ricoheredero, sin formación alguna, sin ni siquiera haber acabado el bachillerato, que no sabe hacer nada, incapaz de llevar a cabo el menor trabajo práctico y que, cuando pintan bastos, se encuentra desarmado ante la vida corriente.
Para desarrollar esta trama, Iribaren pinta un modelo consumado de rentista inútil, Valentín, soltero y solitario cuando se le presenta el conflicto al que tiene que hacer frente. Aunque la historia responda básicamente al análisis de un conflicto interior abordado en términos psicológicos, Iribarren se socorre con algunos elementos de fuerte imaginería. Primero, expone, más que muestra, la causa de la situación. Valentín se ha arruinado por una administración imprudente que le ha llevado a hacer malas inversiones en bolsa. De ahí, y con auténtica sangre fría, calcula para cuánto tiempo da el capital restante: solo podrá sobrevivir ocho meses. Entonces le entra el pánico por su futuro, vive la zozobra que recoge el título, “El miedo al mañana”.
Este componente imaginativo lo acentúa Iribarren con la resolución novelesca que adopta Valentín: llevar a cabo un atraco. Lo comete con éxito pero con un mal saldo pues muere el modesto empleado a quien arrebata una cartera con mucho dinero. Se inicia así una trama complementaria de tipo criminal en la que el protagonista manifiesta sus angustias por el temor a ser identificado y por la incertidumbre acerca del destino que dará al dinero. Los problemas de conciencia de Valentín se agudizan y en paralelo se acentúa su decadencia física. La historia termina, tras un intenso pasaje alucinatorio donde vuela libre y eficaz la inventiva del autor, de un modo trágico con una terrible muerte.
Este recorrido anecdótico da lugar a un repaso del pasado del personaje suficiente como para proporcionar sus rasgos psicológicos definitorios. Se cuenta su relación con una mujer que le quiso mucho pero a la que desdeñó, se constata su egoísmo absoluto como clave básica de su personalidad (de “sibarita del egoísmo” lo califica el narrador) y se insiste en el hedonismo que ha sido regla máxima de su vida. Buen espacio ocupan sus contradictorias preocupaciones religiosas, sin duda por reflejo de inquietudes existenciales del propio autor. En suma, una fotografía interior de acentuada problemática mental.
Iribarren hace, de este modo, el retrato de un ser asocial que, desde su punto de vista, no puede ser sino reprobable. Por eso acumula rasgos negativos y los acentúa hasta el límite. Y si las estupideces que comete Valentín —entre ellas una muy efectista: la sangrante estafa con que le humilla una mujer de la vida al intentar conquistarla— y su tremenda y patética soledad no fueran suficientes para para trasmitir un mensaje condenatorio; si no bastara con eso, añade en el desenlace una condena rotunda con sentido ejemplar, la ejemplaridad del castigo. Por eso esa vida dislocada tiene una conclusión horrible.
Valentín es un sujeto sin principios ni valores, un ser socialmente nocivo. No se presenta, por otra parte, como un tipo común sino que sus rasgos están bastante acentuados, se llevan un tanto a las lindes de la caricatura. Ello se debe a que al autor le conviene, aun a riesgo de forzar el carácter del personaje, que resulte alguien a ojos vistas reprobable. Así el severo moralista Manuel Iribarren tiene motivos para condenarlo sin paliativos. Esta clase de novela aleccionadora rechina al gusto de nuestros días, pero representa bien una tendencia de la literatura, sobre todo de la conservadora, aunque no solo, de hace algo más de medio siglo.
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Autor: Manuel Iribarren. Título: El miedo al mañana. Editorial: Berenice. Venta: Todos tus libros.
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